La dijo el presidente y más de una vez la repitió el ministro de Hacienda, y, como si fuera poco, otros altos, y bajos, funcionarios no se privaron de mencionarla. Estamos en condiciones de informar que la palabra del momento en la Argentina es recesión. No es nueva, claro que no, y ni siquiera alivia verla disfrazada de eufemismo: «Desaceleración de la actividad económica de variada intensidad».

Cualquiera que ya la soporta sabe que entre una y otra no hay diferencias. Una tiene apenas siete letras y la otra es un verso descomunal de siete palabras y 55 letras, creación de los técnicos, esos que desde sus gabinetes se especializaron en mandarla difícil y cambiada.

Empobrecidos en pesos y en dólares ya estamos, aunque desde los poderes tratan de relativizar la malaria con expresiones como complicado, difícil y duro, o con acepciones difíciles de entender como volatilidad internacional, salida de fondos emergentes, secar la plaza de pesos o riguroso ajuste fiscal.

Recesión ni siquiera figura en los diccionarios más consagrados y formales (el gran Pequeño Larousse, por ejemplo) pero a pesar de eso, argentinas y argentinos, y por qué no argentinitos, de toda condición social, pueden dar fe de su existencia.

Los especialistas más avezados consideran recesivo a aquel país cuyo Producto Bruto Interno padezca una caída continuada de dos trimestres consecutivos. Volviendo al diccionario: el libro gordo emparenta a la palabrita con receso, habla de lo que deja de hacerse durante un tiempo y de acepciones como separación o lo que va para atrás. O muy atrás.

Maldita recesión, que, una vez más, nos manda a la lona y más abajo también. Odiosa recesión que no te da tregua, que te agarra del cuello y te pone contra la pared. Asquerosa recesión que imposibilita y que aleja cualquier horizonte posible.

Repugnante recesión que aprieta y ahorca. Indeseable recesión que ajusta por injusta y asusta. Terrible recesión que nada propone y que sólo pospone.

Desgraciada recesión que malogra el presente y oscurece el futuro. Repudiable recesión que cesa los pagos y clausura trabajos. Nauseabunda recesión que nos quita y nos acota.

Venenosa recesión, que contagia a muchos y salva a pocos. Repulsiva recesión que nos ajusta hasta el alma. Imbancable recesión que sentimos a determinada altura del mes y también la sufrimos en nuestra autoestima.

Fea, sucia y mala recesión que nos chupa guita, proyectos e ilusiones. Desalmada recesión, no te quedes con lo que es de todos, devolveles las ventas a los kioscos y a los comercios, los puestos de trabajo a los desempleados y la esperanza a los pobres. Hacé lo que quieras con el oro y el G-20, con los yenes y con los euros, con los dólares y el FMI, pero con los jubilados y con los chicos no. Pornográfica recesión, restituiles la actividad a las pequeñas y medianas industrias y no las castigues más.

Si es que alguna vez los que hoy nos dujovnizan nos dieron algo, ya debemos reconocer, pobres de nosotros, que se acabó lo que se daba. Algo habrá que hacer. Muchos grandes acontecimientos de la historia del mundo surgieron a partir de preguntas.

¿Empezamos? Dale.

Turrita recesión: ¿quién te autorizó a quedarte con nuestros sueños?; ¿será cierto que estarás en nuestras vidas por largo tiempo?; ¿quién te invitó a esta fiesta de nadie?; ¿me podés decir quién te dio vela en este entierro?; ¿quién te creés que sos para meternos las manos en el bolsillo? (Y siguen las preguntas).«