La última vez, antes de convertirse en la probeta del mal, que los rusos fueron lindos, limpios y buenos, ocurrió cuando entre junio y julio de 2018 tuvieron el rol de anfitriones de la 21ª Copa Mundial de Fútbol. Luego de empatar con Islandia, perder con Croacia y ganarle a Nigeria, el seleccionado nacional pasó la primera fase, esa que ahora ya hace rato superó la vacuna Sputnik V.

Por entonces, lo que más les dolió a los casi 60 mil argentinos que viajaron a presenciar el torneo fueron los cuatro pinchazos que nos aplicó el seleccionado de Francia y que, en términos futbolísticos, nos dejó asintomáticos. El velocísimo Kylian Mbappé nos vacunó por partida doble.

Mientras el representativo blanquiceleste se mantuvo en juego los argentinos anduvieron por Moscú, Nizhni Nóvgorod, San Petersburgo y Kazán poniendo de manifiesto los protocolos del fanatismo, con enorme cercanía social, abrazándose con cuantas rusas y rusos encontraran en su camino. Lo único que los enfermó fueron las decepcionantes actuaciones del once de Messi y compañía, pero también para eso encontraron una tabla de salvación: con facilidad le atribuyeron la debacle en octavos de final a una cepa del virus Sampaoli J.

A ninguno de los viajeros se le pasó por la cabeza que esa incursión por la ex Unión Soviética al mando de Putin los podía transformar en comunistas. A lo único que le temieron, aunque no demasiado, fue a una iniciativa posterior de la AFIP que se puso a averiguar cuan cumplidores de sus obligaciones tributarias eran los excursionistas. No queda claro si alguno de los que había gastado entre ocho y 30 mil dólares en el periplo tuvo que permanecer en cuarentena.

También la mentira y la desinformación fueron consecuencias dolorosas de la Segunda Guerra. En los años siguientes recorrió Europa, con delirante grado de aprobación, el mito de que los rusos se devoraban impíamente, y crudos, a los infantes y que en la China maoísta a los bebés los cocinaban y los devolvían a la tierra para que las pasturas crecieran más vigorosas. En 1971, cuando no era tan entendido de política como es ahora, y solo era un zurdito del Conurbano, Jorge Asís llegó a su primer libro, un opus de 50 páginas al que tituló de un modo irónico: De cómo los comunistas se comen a los niños.

Cuarenta y nueve años más tarde, en la Argentina 2020, no son pocos los soldados añorantes de la Guerra Fría diciendo que ni ebrios ni dormidos permitirán que les apliquen la vacuna rusa. Allá ellos. Y aquí nosotros, los que quisiéramos recibirla hoy mismo.