Decidir si irse o quedarse en la Unión Europea parecía una jugada simple y osada del entonces primer ministro David Cameron. Las encuestas daban bien y por más que la situación económica británica no era la mejor, podía manejarse de forma relativamente favorable. La sola posibilidad de pensar en irse de la Unión Europea, que a lo largo de 43 años había generado un giro positivo para el crecimiento del Reino y su integración al resto del continente, parecía ridícula y Cameron creyó que podría «fumar abajo del agua». Sin embargo, el 23 de junio de 2016 el referéndum convocado desde el 10 de Downing Street como una forma de consolidar el poder del premier tory y de cumplir con una promesa electoral, fue un baldazo de agua fría. Por 52 % a 48 % los británicos le dijeron que No. Ahora, cuando en teoría faltan 107 días para el Brexit, la dirigencia británica no encuentra la forma de salir del atolladero y todo parece sumido en un caos imprevisible.

El problema es que el acuerdo que alcanzó Theresa May con la UE para irse de a poco y sin sufrir demasiado, no satisface a casi nadie. Y para colmo, deja abierta una puerta en la frontera irlandesa que puede pavimentar el camino a nuevos enfrentamientos justo a 20 años de los acuerdos de Semana Santa, que pusieron fin a décadas de guerra entre el Norte, integrante de la corona de los Windsor, y el sur de la isla, independiente desde 1921.

El intríngulis es bastante comprensible: El RU tiene solo una frontera con los países continentales, precisamente entre ambas regiones irlandesas. El Brexit implica que a partir de su puesta en vigencia del divorcio tiene que haber controles aduaneros y vigilancia estatal para evitar el tráfico ilegal de bienes y personas en esa línea demarcatoria. ¿Otra vez hombres armados entre dos naciones que sufrieron miles de muertos entre 1968 y 1998?

Porque Dublín sigue a pie firme en la UE, mientras que Belfast debería mantenerse, según lo votado, junto a Londres, a pesar de que en la consulta de hace dos años, en esa región ganó la permanencia por 56 a 44%. Ahí no terminan las controversias en la isla británica.

En Escocia ganó también el Si a la UE por 62%. Dos años antes Cameron había intentado sofrenar las ansias independentistas de los escoceses con una consulta popular que resultó en un Si a continuar en el Reino Unido por 55% a 45%. La ola independentista allí había ido creciendo al calor de las políticas neoliberales que sellaron el futuro de Escocia desde los años 80 sin que sus diputados pudieran torcer el rumbo en el Parlamento de Westminster, a pesar de contar con la abrumadora voluntad de la población expresada reiteradamente en las urnas. Por esas cuestiones de las leyes británicas.

La permanencia en el Reino Unido implicó una serie de compromisos de Londres para escuchar los reclamos escoceses.

¿Por qué deberían volver a aceptar las decisiones de los ingleses, cuando ellos querían seguir ligados al resto de Europa? De allí que la ministro principal Nicola Sturgeon plantee un nuevo plebiscito ante los reclamos nacionalistas que repican en Edimburgo.

Las preguntas que se hicieron desde el vamos los analistas más ecuánimes eran si los que decidieron aquella consulta popular sin esclarecer profundamente a la población tenían en cuenta estos problemas o se miraban demasiado los ombligos.

Parte de la respuesta apareció hace algunos meses, cuando se supo de las operaciones en las redes sociales que había realizado Cambridge Analytica, una consultora que se jactó de haber desarrollado un método para manipular la voluntad electoral. El caso terminó investigado en la Cámara baja, pero en Downing Street no dijeron una palabra de eso.

La firma, creada entre otros por el ex asesor de Donald Trump Steve Bannon, fue también clave en el triunfo del empresario estadounidense y en una comparencia ante Westminster si titular, Alexander Nix, reconoció que también había participado en campañas en varios países del mundo, entre ellos Argentina. Ni qué decir de su influencia en la que llevó al Planalto a Jair Bolsonaro en Brasil.

Theresa May, que reemplazó al golpeado Cameron en julio de 2016, lucha como gato entre la leña para no abandonar el bote en medio del vendaval que se le viene encima. Trata de defender lo firmado con Bruselas, que no tiene plafond en el parlamento, y a la vez busca de no ir a una nueva consulta, como ya se habla seriamente en los círculos dirigenciales del país ni de llamar a elecciones anticipadas. Es que están seguros de que el castigo de las urnas sería terrible en este momento y esperan que las aguas se calmen.

En noviembre May alcanzó un acuerdo de divorcio con la UE que fue refrendado por los 27 países y que debía ser aprobado también en Londres. Pero entonces se juntaron todos los astros en contra de la primer ministra. La oposición a ese documento incluso desde su partido, es feroz. Los más radicalizados no aceptan ninguna intromisión europea en cómo manejar este escenario. O al menos eso entienden sobre las condiciones que figuran en los tratados constitutivos de la organización y que les recuerdan desde Bruselas.

May intentó demorar el día del «pistoletazo de salida», que es el 29 de marzo del año que viene, con la idea de morigerar algunas de las exigencias. Como alguien dijo alguna vez, los británicos suelen comportarse como el señor que va a un club de swingers solo.

La UE exige entre otras cosas, pagar compensaciones por los compromisos adquiridos y los beneficios conseguidos en 43 años, por valor de unos 51.000 millones de dólares. Y que la frontera en Irlanda sea plena. Los británicos quieren mantener acuerdos aduaneros por algunos años más. Hay divergencias claves en cuanto a los extranjeros que ya están trabajando en cada país por las leyes europeas. Y no quieren aceptar las reglas sobre inmigrantes que se mantienen en el continente. Ese fue un punto determinante en la consulta popular de 2016.

El documento de 585 páginas define los términos de la salida del RU y esboza cómo podría ser la relación entre Londres y la UE luego del Brexit en relación a comercio y seguridad.

May señaló ante los legisladores que había hablado con algunos lideres europeos, a los que no mencionó, sobre la posibilidad de renegociar lo firmado hace un mes y dijo que de eso se iba a hablar en un encuentro de mandatarios este jueves y viernes. El presidente de la Comisión Europea, Jean_Claude Juncker, adelantó sin embargo que «este acuerdo es el mejor y el único». El premier irlandés, Leo Varadklar, indicó en tanto que «no es posible abrir ningún punto del acuerdo sin abrirlos todos». La más dura, como era de esperar, fue la alemana Angela Merkel: «El documento no es discutible», dijo. Y agregó que aun tiene esperanza en una salida ordenada.

El lunes May tenía que presentar el acuerdo para someterlo a votación pero decidió posponer la sesión para no sufrir una derrota anunciada. En medio de una sesión escandalosa donde fue interrumpida a cada rato con abucheos y hasta algún improperio, la oposición y rebeldes tories consiguieron los votos necesarios como para presentar una moción de confianza. La opción de salirse de la UE sin un acuerdo crispa los nervios de todos pero por ahora no aparece la fórmula para hacerlo menos conflictivo.