Quienes creyeron que en 2015, con el triunfo de Cambiemos en la Argentina, se consolidaba un largo ciclo de neoliberalismo se topan estos días con una realidad que desmiente sus deseos.  Podría decirse que los incendios que vienen devastando Amazonas, también consumen a la dirigencia de gran parte de los países iberoamericanos, mientras la humareda se acerca cada vez más a Washington. 

Bastante chamuscados están los gobiernos de Brasil, Perú, Ecuador, Honduras, Haití. Y para colmo de males, en el centro del poder que sustenta a esas clases dominantes ahora buscan sacarse de encima al inquilino republicano de la Casa Blanca, en un impeachment en el que ni acusado ni acusadores tienen las manos limpias.

Porque este proceso regresivo y promercado comenzó en Honduras hace diez años, cuando con apoyo del demócrata Barack Obama derrocaron al presidente Manuel Zelaya, que había congeniado con el venezolano Hugo Chávez. Fue el modelo de golpe que luego el departamento de Estado exportó a Paraguay en 2012 y a Brasil en 2016. 

Ahora un fiscal de Nueva York confirmó los lazos con el narcotráfico de Juan Orlando Hernández, el mandatario que se instaló en el palacio de gobierno en elecciones fraguadas. El paraguayo Abdo Benítez se topó hace unas semanas con una pueblada por los contratos de venta de energía de Itaipú a Brasil en condiciones desventajosas para la nación. Y Jair Bolsonaro busca -a lo bestia- formatear Brasil, mientras crece la expectativa sobre la liberación de Lula da Silva, lo que le permitiría plantear desde las calles una dramática disputa entre dos modelos.

Esto ya ocurre en Ecuador, donde el sucesor de Rafael Correa traicionó cada uno de los compromisos con la ciudadanía, y su partido, para someterse a los dictados del FMI. Ahora dejó la capital para cuidarse de la ira popular mientras suspendió los derechos constitucionales. 

En Perú la cosa viene de arrastre y Martín Vizcarra simplemente trata de manejar la deriva del establishment, que no logra posicionar un gobierno estable y tiene a todos sus anteriores presidentes sentenciados por corrupción. 

En Haití, el país más pobre del continente, la crisis crece con la misma velocidad que las protestas contra el presidente Jovenel Moïse, acusado de haberse quedado con dineros del fondo de Petrocaribe.

Y mientras Venezuela resiste, hay cierta calma en Bolivia, que en dos semanas elige presidente, con Evo Morales como favorito y una oposición que solo tiene como aliado a Washington. Y en Uruguay, que va a las urnas el mismo día que Argentina. 

Los uruguayos tienen ocasión de revalidar 14 años de Frente Amplio contra una oferta que mucho se parece a las que de este lado del río llevó adelante Cambiemos. 

¿Renace otro ciclo progresista desde las cenizas en la región? «