Octubre se empecina en ser un mes de revoluciones y contra revoluciones. En Catalunya comenzó con el referéndum y dosis masivas del palito de abollar ideologías, Mafalda dixit. El 60% de los 2.224.000 votantes concurrió por la tarde, cuando las redes ya estaban sacando humo con las imágenes de los energúmenos venidos de España para apalear a catalanes y catalanas. 

Ese día la población catalana se sacó de un golpe los miedos de la dictadura terrorista española. Catalunya comenzó, por fin, a ser un asunto de la comunidad internacional y ya no una cuestión interna del Reino de España. 

El 3 de octubre hubo una huelga nacional revolucionaria. Tres millones de personas paralizaron la nación del Barça produciendo dos hechos determinantes: la entrada en escena del poderoso movimiento obrero y la demostración de que las masas están en condiciones de controlar el territorio y bloquear, si es necesario, Europa del norte con la península ibérica y el norte de África, dado que la barrera de los Pirineos sólo permite el tráfico de mercaderías y personas por Catalunya o el país vasco.

¿Por qué nacional? Porque el paro fue convocado por los sindicatos clasistas, por las cámaras empresariales de la pequeña y mediana empresa, y el gobierno. Las grandes centrales sindicales, CCOO y la UGT, se vieron obligadas a regañadientes a secundar esta acción de lucha.

¿Por qué revolucionaria? Porque el objetivo fue apoyar la aplicación del referéndum y consolidar el camino a la república. Así se confirmó que el Estado español no dispone de fuerzas policiales como para controlar el territorio. Un caso hilarante fue el juego del gato español y el ratón catalán de los campesinos. Se pasaron varios días coordinando un corte de carreteras en la frontera francesa, allí fueron las huestes hispanas, concentrando centenares de furgonetas en la Junquera.

Mientras, más de 500 tractores cortaron las rutas 50 kilómetros al interior, generando un embotellamiento que entre otras consecuencias impidió la movilidad de la policía de Mariano Rajoy.

Y llegó el día de la declaración de la república. La gente que se ha movilizado estos últimos diez años tenía 11 segundos de celebración, el tiempo que tardó Carles Puigdemont en suspender la sanción de la ley de Independencia. El objetivo o la justificación de la suspensión era la obtención de una mediación internacional.

Digo tenía, porque duró hasta que Rajoy y el rey dijeron que España no se negocia y pusieron toda la carne en el asador, activando el artículo 155 de la Constitución, que permitiría la eliminación del gobierno autónomo y la detención de sus dirigentes, por cierto que elegidos democráticamente.

La comunidad internacional cerró filas con el Estado español, diciéndole a Puigdemont, desde México hasta Bruselas, que de mediar ni pensarlo…

Los unionistas movilizaron a 350 mil catalanes por la unidad de España. Es necesario aclarar que se reunieron catalanes de toda España, alquilando centenares de ómnibus para intentar competir en el terreno donde la república es imbatible: la calle, y ni siquiera arrimaron el bochín.

Esta manifestación y los actos del 12 de Octubre permitieron a la ultraderecha española y europea sacar a pasear banderas nazis y de las SS, fotos de Franco y gritar «cárcel» a la dirección independentista.

El PP y Ciudadanos, con el apoyo raquítico del PSOE, están usando el choque con Catalunya para ir a fondo contra las autonomías, recentralizando el Estado e imponiendo una gestión de derecha dura.

El objetivo es liquidar el gobierno catalán, detener a sus autoridades, nombrar un presidente autonómico del PP y convocar a elecciones proscribiendo a los partidos soberanistas. Es más que previsible que el jueves 19 se declare la república y se deje en el pasado institucional a la autoridad española.

Esto significará el choque de dos poderes ya que el español ha exigido una rendición humillante y la sumisión incondicional. Ya están preparando la intervención de todas las escuelas, los medios de comunicación oficiales y la eliminación de la policía catalana así como el control directo de todas las infraestructuras.

Es decir, un virreinato versión siglo XXI. «