No me presionan los que salen a la calle y me acusan de construir un mundo Covid. No me presionan los que dicen que el virus no existe. A mí me presiona la realidad”, dijo Alberto Fernández. 

La realidad estableció algunos hitos. Entre otros, que la cuarentena dura evitó 16 mil muertos en la Argentina, y dio tiempo para ampliar el sistema sanitario desguazado por el macrismo. Que hubo, al inicio, una enorme adhesión a priorizar la salud sobre la economía, pero que el concepto debe convivir cada vez más íntimamente con el derrumbe de la economía, el consumo por el piso y la necesidad, más o menos acuciante, de tanta gente de salir a ganarse el mango. Que apenas hubo una apertura, se desmadró el cuidado en las calles, y que cuando se apeló a la obediencia cívica, la respuesta fue de un individualismo que alarma.

También que un sector de la oposición y el poder real, personificado por los medios, aventó una campaña pavorosa de descrédito de la cuarentena. Por acción u omisión, en especial en CABA, hubo un cierto guiño, permisividad que no era lo que se alentaba en los discursos desde Olivos. El propio Larreta, el viernes, cuando lo hizo en su feudo, habló de “compromiso con la libertad”, retomando, sin llegar al desquicio de Lilita (llamó a la desobediencia y dijo: «El Santísimo está secuestrado»), una bandera que agitó la derecha para alimentar su hábito de sesgar la historia.

El giro político ante la pandemia nos muestra una novedad: la admisión más o menos explícita del gobierno de que debemos convivir con el virus. Se dejó traslucir un rato antes del anuncio de 4518 nuevos contagios en un día. ¿Recordamos cuando se nos erizaba la piel con decenas de casos diarios? No es este el sitio para un debate científico y sobre si el futuro es menos restrictivo de lo que debe serlo. Nos quedamos con dos frases: la del infectólogo Tomás Orduna (la persistencia del aumento de casos “es una piña en los dientes”) y la del polémico empresario de la salud Claudio Belocopitt (“No lloremos después”).

Pero, como dijo Kicillof, “no se puede vivir en el engaño”. Pasara lo que pasara con los casos, la decisión estaba tomada. El gobierno, al tiempo que deja claro que no es una apertura total, convoca decididamente a la responsabilidad civil, al cuidado personal, a la conciencia de cada uno. El aparente contrasentido tal vez pase porque no es lo mismo flexibilizar ahora, que si, como se sospecha, llegase al momento de quiebre y el Estado perdiera el control de la situación. Veremos si la prensa hegemónica mantiene su costumbre de crítica permanente y acusa al gobierno de flexibilizador…

Esperemos que el enorme sacrificio realizado no se eche por la borda. El mundo perforó la barrera de los 240 mil casos por día. Las idas y venidas por rebrotes en el mundo configuran una lista enorme. Todos estamos hartos, nos pesan estos meses de encierro y todos añoramos el abrazo con amigos. Pero para nosotros la libertad es otra cosa.