Juan Román Riquelme mira la televisión y coquetea con el mate. River y Boca juegan en el Monumental por la Superliga, diciembre de 2016. En el living de una casa en Castelldefels, Barcelona, Riquelme mueve la bombilla. Noche de otoño. Piensa en dar el salto a la política de Boca. “El tipo -dice acerca de Daniel Passarella, DT que lo hizo debutar en la Selección- logró todo lo que quiso: futbolista, campeón de todo, entrenador, presidente de River. Para mí, lo bajaron porque quería ir a la AFA”. River gana 2-1. Entretiempo. “Boca no puede jugar de contraataque. Y Tevez -comparte- tiene que decidir más”. Boca lo da vuelta: 4-2, con dos goles de Carlos Tevez. Le manda felicitaciones a Guillermo Barros Schelotto, el entrenador. “Gracias, Román, esta es tu casa”, le responde. Riquelme se ríe: sabe que Boca no es su casa. Y que la Bombonera, ni siquiera el patio de su casa. Piensa pedir permiso cuando vuelva a Argentina si quiere su partido despedida. Pasa las tardes con el termo bajo el brazo en Playa de Gavá. Come paella. Cada tanto, toma un vino. Se encuentra con Andrés Iniesta, saluda a Messi. Hace un año dejó de “trabajar” de futbolista, como dice. Faltan tres años para el regreso a Boca.

Ahora, Riquelme es Maquiavelo. “Es buenísima”, dice en Intrusos, el programa de espectáculos de Jorge Rial. “Es divertido. Él -por Daniel Angelici, presidente de Boca- empujó a que me vaya. Cuando ascendimos con Argentinos, que la gente quería que vuelva para retirarme, dijo: ‘Conmigo, no vuelve’. Ahora que digo que no lo acompaño, se enoja. Es buenísima”. Riquelme decide las elecciones. El macrismo se va de Boca después de 24 años. Como vicepresidente segundo, se convierte en el encargado del fútbol de Boca. Piden mil entrenadores. Casi nadie piensa en Miguel Ángel Russo. Riquelme lo trae, a los 63 años. “La misma edad que tenía Bianchi -recuerdan- cuando inició el penoso tercer ciclo”. Toma mate. “No hagas boludeces en la mitad de la cancha. Andá a jugar donde vos sabés. Divertite como en el barrio”, le dice a Tevez, cuando casi nadie confía en el “ex jugador”. Le toca el orgullo de Fuerte Apache. Toma mate. Cuando muchos piden una lluvia de refuerzos, trae apenas a Pol Fernández y al peruano Carlos Zambrano. Y toma mate.

Como en la cancha, Riquelme parece ser el hombre que ve antes lo que otros no ven. Y que, además, ve más allá. Lo hace desde un palco de la Bombonera, sin mosquearse, girando lentamente la bombilla del mate. “El hombre moderno piensa que pierde tiempo cuando no actúa con rapidez. Sin embargo, no sabe qué hacer con el tiempo que gana, salvo matarlo”, escribió el psicoanalista alemán Erich Fromm en El arte de amar. En el acto de cebar mate, Riquelme va en contra de la modernidad. Hace. No habla más en los medios. Invita a Bochini al palco en el primer partido en la Bombonera, ante Independiente. “No quiero ser -había dicho antes de las elecciones- el Bochini de Boca”. Riquelme produce, fecha a fecha, simbología bostera (y futbolera). Boca le gana la Superliga en la última fecha a River. Lo saludan Russo y Tevez. “Tan frío como cuando jugaba, ubicado siempre en el centro del universo -lo describe el periodista Enric González en El País, de España-, Riquelme asistió sin levantar una ceja a un momento histórico”. El título, cavila Riquelme, no es un mero título, uno más. Puede ser un comienzo.

Al día siguiente de la vuelta olímpica en la Bombonera, Riquelme se levanta temprano en Don Torcuato y enfila hacia Casa Amarilla. Ve la goleada del femenino ante Excursionistas. Toma mate. Durante la semana asiste al predio de Ezeiza de Boca. Clima hermético, de búnker, con el Patrón Bermúdez, Raúl Cascini y el Chelo Delgado. Sin (otros) dirigentes. Quiere que todas las categorías de las inferiores jueguen con un “10”, con un enganche, 4-3-1-2. En la planificación, en este tercer mes, aparece Bebelo Reynoso. La ejecución calma de su explosión. Hay muchos que, mientras, esperan el error para caerle, babeantes, cuchillo en mano. Riquelme ya no mira televisión. Salió de escena. Volvió a “trabajar” de dirigente en Boca. A jugar a su ritmo. “La torpeza es mayor cuando mayor es la velocidad -escribió Dante Panzeri-. La precisión y la rapidez crecen con la habilidad”. Hablaba de fútbol. Pero no sólo de fútbol.