“La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir.” Con esta frase que merecería un lugar de privilegio en la extensa lista de comienzos novelísticos memorables empieza La carne, la última novela de Rosa Montero. “Antes de empezar a escribir ya tenía esa frase que constituye el tempo emocional de la novela”, dice la autora española que vino a presentar su libro a Buenos Aires.

La protagonista de su novela es Soledad Alegre, una mujer de 60 años que un día decide contratar un gigoló para que la acompañe a una función de ópera para darle celos a su examante. La vejez, la traición del cuerpo, el amor y el desamor, el peso del desamparo de la infancia, el azar, las decisiones inconscientes que terminan por moldear nuestra existencia son algunas de las cuestiones humanas que se agitan en este libro y que interpelan al lector con la misma fuerza que si lo llamaran por su nombre.

-Dicen que los 60, la edad de la protagonista de tu novela, son la juventud de la vejez. ¿Compartís esa idea?

-Es una buena idea, pero yo creo que en la vida hay tres puertas de crecimiento en las que, además, te cambia el cuerpo. Una es la adolescencia, otra es la de los 40 y otra debe de ser la de los 70. Creo que debe de ser difícil de atravesar, como las otras.

-Quizá lo que comienza a sentirse a los 60 es la traición del cuerpo.

-Sí, eso sí. Aunque la tensión entre el yo interior y el cuerpo es una tradición en la humanidad. Las diversas religiones la han tratado, algunas de una forma punitiva y represiva, como la católica, a través del cilicio, los ayunos, porque el cuerpo es considerado una bestia que tiene que ser doblegada por el alma. Otras, al contrario, exaltan el cuerpo por encima del espíritu. El cuerpo está en conflicto con el alma, el espíritu, el yo, la conciencia o como lo quieras llamar. El título de mi novela es La carne y la carne nos aprisiona ya de entrada porque no hemos elegido el cuerpo que tenemos, nos toca vivir toda la vida en la cárcel de nuestro cuerpo. Luego el cuerpo nos enferma y esto puede suceder a cualquier edad. Yo de los 5 a los 9 años tuve tuberculosis. Más tarde el cuerpo envejece, eso si tienes la suerte de no morirte antes. Pero el cuerpo es también la carne maravillosa que desea, que te hace alcanzar la plenitud con el sexo, que te hace sentir eterno porque al mismo tiempo que nos mata, cuando estamos en pleno estallido pasional, la muerte no existe. La carne es además la carne animal que nos salva de ser sólo humanos, es esa carne maravillosa que hace que si un día de invierno sales a la calle y te toca un rayito de sol todas las células se pongan a bailar de alegría y digan “¡estamos vivas, estamos vivas!” Entonces la carne es también el gozo animal de vivir. La relación entre la carne y el yo es complicada, es la relación entre el éxtasis y el horror, la belleza y las tinieblas de la vida.

-De Adam, el gigoló de 32 años , decís que “vivía todavía en el territorio de la eternidad”. Sabemos que nos vamos a morir, pero hay un momento en que lo sentimos realmente y duele.

-Hay un momento en que sentimos que la muerte es propia y eso sucede a los 40 años. Hay una novela maravillosa de Martin Amis que se llama La información. Se trata de un hombre que a los 40 comienza a escuchar una voz que le dice: “te vas a morir, te vas morir”. Esa es la información a la que alude el título. Creo que sentir la muerte como algo propio es la clave de la crisis de los 40.

-La carne es un libro absolutamente literario. Por un lado, está llena de historias de escritores. Por otro, vos misma te metés en la novela como personaje.

-Sí, es que para mí la realidad y la ficción no tienen una frontera clara. Es una frontera muy porosa, muy resbaladiza, que no se sabe muy bien dónde termina una y comienza la otra hasta el punto de que si recuerdo algo que sucedió hace 20 años no sé si lo he vivido, si lo he soñado, si lo he escrito o si sólo lo he imaginado. Todas esas posibilidades tienen para mí la misma fuerza vivencia. Esa frontera está en muchas de mis novelas. Por ejemplo La loca de la casa es un artilugio literario. El lector entra creyendo que es una autobiografía, pero es una ficción. Yo no tengo una hermana pero el cráter del libro es la desaparición de mi hermana en la infancia. Es todo ficción. Me gusta ese juego. En La carne no sólo aparezco yo, sino también Ana Santos Aramburo, la directora de la Biblioteca Nacional de España. La pobre, que es amiga mía, no sabía que era un personaje de mi libro. Ponerme a mí misma como personaje además de divertirme mucho vino bien narrativamente. Yo le digo a Soledad que la vida imaginada también es vida y creo que a ella eso le sirve mucho. Si hacia al final termina en una mejor situación que en el principio es porque yo (risas) le digo en una cafetería que la vida imaginada también es vida.

-En la novela es recurrente el tema del doble que parece duplicar esa pelea entre el cuerpo y el yo. Soledad tiene una hermana gemela internada en un sanatorio para enfermos mentales.

-Sí, me he dado cuenta muy recientemente de que en mis libros hay muchos personajes dobles, muchas hermanas gemelas. Como las novelas salen del inconsciente, esa especie de sueños tan repetitivos supongo que significarán algo profundamente mío. Creo que debe de ser eso de la disociación interior. Los novelistas somos gente más disociada o más consciente de la disociación.

-También hablás del azar. Te preguntás cuándo uno da el paso que lo llevará por un camino y no por otro. ¿Es una forma de indicar las muchas otras vidas que podríamos haber tenido?

-Sí, en efecto. Hay un libro de cuentos muy hermoso de Lucía Berlín que se llama Manual para mujeres de la limpieza. En el último cuento habla de esto. Se plantea todo el tiempo «si yo hubiera hecho esto o lo otro» su conclusión es “creo que hubiera terminado cagándome la vida de la misma manera” (risas).

-¿Cómo surgió La carne?

-No me gusta hacer novelas autobiográficas o muy pegadas a mí. La mayoría parten de realidades muy lejanas que finalmente termino por hacerlas mías. Creo que esa es una forma de alcanzar la universalidad, porque si consigues hacer tuyo algo muy lejano a ti, significa que has llegado al fondo de las cosas como para alcanzar ese nivel en el que estamos todos, porque dentro de cada uno de nosotros estamos todos. Los protagonistas de mis novelas son una cantante de boleros semianalfabeta, un taxista madrileño de mediana edad al que se le ha muerto su mujer, un androide de combate del siglo XXII, una campesina de 15 años, sierva de la gleba del siglo XII. Desde hacía siete u ocho años que venía trabajando así y necesitaba hacer una novela más cercana a mi mundo, en un Madrid contemporáneo, con personajes más o menos de mi edad, en un mundo que rozara lo intelectual y lo artístico. Tenía la sensación de que ya estoy lo suficientemente madura desde el punto de vista literario como para hablar de mi mundo sin hablar de mí, como para que mi vida no empequeñeciera la novela. Ese deseo iba dando cada vez más vueltas dentro de mí como si fuera una centrifugadora. Hará tres años un amigo me contó la anécdota de una amiga suya que había contratado un gigoló para que la acompañara a una ópera para darle celos a un examante. Así, de pronto, comenzó a organizarse la novela y a crecer. Las novelas son muy orgánicas, comienzan a partir de un pequeño grano y crecen como árboles.

-¿Cómo nació la idea de incluir escritores malditos?

-Salió naturalmente porque en todas mis novelas hay personajes malditos, marginales, monstruosos. De alguna manera la novela se encarga de demostrar que son más válidos esos personajes que los convencionales. ¡Vivan los raros. La normalidad no existe! (risas) Soledad, aunque tiene éxito como comisaria de exposiciones, está siempre en los márgenes porque sus exposiciones son “arte y locura”, “escritores malditos”… Aunque es aceptada siempre piensa que está en el borde de la marginación social. Cuando ella le explica a la gente con la que va a hacer la exposición qué es ser un maldito, en realidad está hablando de sí misma y dice: “Ser maldito es saber que tu discurso no puede tener eco, porque no hay oídos que lleguen a entenderte. En eso se parece a la locura. Ser maldito es no coincidir con tu tiempo, con tu clase, con tu entorno, con tu lengua, con la cultura a la que se supone que perteneces. Ser maldito es desear ser como los demás pero no poder. Y querer que te quieran pero sólo producir miedo o quizá risa. Ser maldito es no soportar la vida y sobre todo no soportarte a ti mismo.” Ella tiene esa percepción de la vida y de sí misma que es una percepción muy dolorosa.

-Soledad parece condenada desde su nombre, pero su apellido es Alegre. ¿Por qué te interesó ese juego?

-Esa es una de las burlas crueles de la vida que suceden muchas veces, pero también es una definición de principios de mi parte porque la novela trata de cosas profundas y graves que nos afectan a todos: el paso del tiempo, el fracaso, el miedo a la muerte, el miedo a la marginación, al desamor, a no ser querido como deseas ser querido, cosas tristísimas pero tratadas desde el humor. Y eso es clave porque el sentido del humor es muy necesario en la vida real y en la expresión literaria. Todos mis libros tienen humor pero quizá este sea el que está escrito de una manera más humorística porque el humor pone en su lugar la gravedad de que estamos hablando, impide que la historia se convierta en un melodrama, le da más veracidad y un cierto consuelo porque cuando miras las cosas con las perspectiva que te da el humor eres capaz de ver lo pequeñitos que somos los humanos. El dolor compartido, es menos doloroso.

-La carne plantea también la diferencia entre cómo nos percibimos a nosotros mismos y cómo nos perciben los demás. Adam le dice a Soledad que tiene una linda casa, un buen trabajo…

-…y ella se siente una mierda. Eso nos pasa a todos. Hay una frase de Oscar Wilde maravillosa y tremenda que dice: “Para la mayoría de nosotros la verdadera vida es la que no llevamos.” Los seres humanos somos así de malditos, de insatisfechos, de descolocados. Siempre creemos que la hierba es más verde del otro lado de la valla. La mayoría de las veces eso no es verdad. El caso típico es el de la anoréxica que se ve gorda. En mayor o menor medida todos tenemos esa aberración en la mirada. «