Si algo persigue a Donald Trump desde que se lanzó a la campaña por la presidencia de Estados Unidos son los escándalos sexuales y sus presuntas relaciones con el gobierno ruso. Ambas razones, en cuotas discretas, están detrás de la renuncia de su persona de confianza en el área de comunicaciones, Hope Hicks, quien tras declarar ante el Comité de Inteligencia de la cámara Baja anunció que en breve dejará el puesto.

¿De qué habló ante los representantes bipartidarios? De la presunta interferencia de agentes rusos en las elecciones estadounidenses. ¿Qué dijo luego de ocho horas de interrogatorios? Muy poco pero sustancial. Que alguna mentirilla piadosa tuvo que salir de su boca mientras ocupó ese puesto, pero claro, nada relacionado con Moscú y alrededores. ¿Es sólo la única razón para irse de la oficina de al lado del polémico empresario? Más o menos: a principios de febrero tuvo que renunciar el Secretario de Personal de la Casa Blanca, Rob Porter, acusado por dos ex esposas de violencia doméstica. Hicks y Porter mantenían una relación íntima y terminaron envueltos no solo entre las sábanas.

Tanto Hicks como Porter (dejamos los juegos de palabras con el significado de los nombres a los lectores, no se necesita mucho más que un traductor online) eran personas de mucha confianza de Trump y de la familia gobernante.

Hicks, una ex modelo de 29 años, está con los Trump desde 2014, cuando trabó amistad con Ivanka, la hija mayor de Donald, a la sazón dueña de una firma de modas. En ese entonces Hicks hacía relaciones públicas para Hiltzik Strategies.

Nacida en Greenwich, Connecticut, graduada en inglés en la Universidad Metodista del Sur de Dallas, parece que alcanzó cierta fama como jugadora de Lacrosse. Junto a los Trump fue escalando en consideración y confianza y llegó a ser responsable de RRPP de la inmobiliaria y en 2016 se adosó a la campaña presidencial a pesar de tener poca experiencia en esas lides.

Cuando el mandatario ocupó el Salón Oval, el 20 de enero del año pasado, Hicks se convirtió en asesora y ocupó una pequeña oficinita junto al despacho presidencial en la que hasta hoy permanece.

El puesto de vocero o encargado de la comunicación fue desde el primer día una cartera que quema. Y no es para menos. El presidente no tiene pelos en la lengua y su lengua es más filosa de lo que el sistema político y mediático estadounidense está acostumbrado a tolerar. Explicar lo que resulta generalmente irritativo para los valores medios de esa sociedad no resulta sencillo.

En los primeros días de gestión, Trump designó como secretario de Prensa -vocero- a Sean Spicer y como director de Comunicaciones a Mike Dubke, ambos con antecedentes en estrategias de marketing político de los republicanos. Primero se fue Dubke, en mayo de 2016, y transitoriamente Spicer tuvo a su cargo los dos despachos. No quedó muy claro el por qué de la renuncia, pero el Rusiagate golpeaba en la prensa cotidianamente. Spicer tardó un par de meses en irse, lo que se demoró Trump en elegir sucesor de Dubke a Anthony Scaramucci, un hombre de Wall Street al que despreciaba especialmente, dicen en los pasillos de la White House. Pero Spicer ya mostraba ganas de volver a casa luego de convertirse en el hazmerreir del programa Saturday Night live».

Spicer había jurado sin que le moviera la pera que la audiencia que fue a presenciar la toma del poder de Trump había sido la más grande de la historia de Estados Unidos.

La heredera del sillón de Spicer fue Sarah Huckabee Sanders, hija de un ex gobernador de Arkansas por los republicanos. Milagrosamente, se mantiene en el cargo, a pesar de los golpes que desde setiembre pasado viene sufriendo.

Scaramucci, con una larga carrera en el mundo de las finanzas y puntillosamente en los últimos años desde la banca Goldman Sachs sin embargo, no duró demasiado. A los diez días de entrar en el gobierno fue despedido tras explosivas declaraciones en las que como se dice en los barrios «prendió el ventilador» contra varios miembros del gabinete.

A Scaramucci lo siguió la joven, atractiva y eficiente Hope Hicks. Mantuvo un perfil bajo, trató de no meterse en escándalos y evitó abrir la boca ante los micrófonos cuanto pudo. Pero por su despacho pasaron muchos secretos y alguna que otra vez tuvo que salir a defender a su jefe. Para eso había sido contratada.

En el Congreso se mantuvo en sus trece y no declaró nada relevante fuera de las preguntas previamente acordadas. Solo trascendió aquello de que alguna «mentira blanca» se le escapó. A la salida dijo que renunciaría a su cargo. No ahora, sino en un plazo a definir, se supone que cuando aparezca un reemplazante. Tampoco dio razones, pero este mes no fue un tiempo de rosas para ella.

EL PASADO LO CONDENA

Robert Roger Porter, doctorado en Harvard, becario Rhodes en Oxford y jefe de asesores del senador Orrin Hatch, tiene todo para estar al top de la política estadounidense. Y el peldaño como secretario de Personal del actual gobierno era como andar cerca del cielo. Pero dos ex esposas, en esta época de reivindicaciones de género, coincidieron en recordar su pasado violento en el Daily Mail, a principios de febrero.

Trump intentó defenderlo y la paciente vocera, Sarah Sanders, salió con ese mensaje. «Rob Porter ha sido eficaz en su papel como secretario de Personal. El presidente y el jefe de Personal tienen plena confianza en sus habilidades y su desempeño», dijo a los medios. Hicks participó en la redacción del texto de defensa que elaboró el gobierno. Y las dos mujeres debían conocer el pasado de Porter ya que contaban con los archivos elaborado por el FBI sobre el funcionario, como es de práctica en estas situaciones.

La foto de una de las ex esposas de Porter con un ojo morado, que obra en una de las causas en su contra, fue lapidaria y el hombre se tuvo que ir, dejando a su paso el lastre entre quienes lo trataron de cubrir.

La lista de renuncias cuando recién se cumplió un año de mandato de Trump es llamativa y no hay antecedentes en la historia de Estados Unidos.

La inició el 13 de febrero de 2017 Michael Flynn, consejero de Seguridad Nacional. a 22 días de asumir su cargo, se tuvo que ir luego de que trascendiera que tuvo reuniones con representantes del gobierno ruso durante el período eleccionario. el problema es que ante el Congreso había negado todo tipo de encuentros. con agentes extranjeros.

Luego se fueron, en agosto, el Jefe de Estrategia del presidente, Steve Bannon, un ultraderechista confeso tildado en su momento como el Presidente en la Sombra o el Príncipe de la Oscuridad. Unas semanas más tarde, dejó el puesto el secretario de Salud, Tom Price.

Donde más se sintió la baja de funcionarios es en el departamento de Estado. Pero también porque este es el flanco más cuestionado de Trump, ya que su visión del mundo contradice décadas de política exterior bipartidaria de Estados Unidos. Se cuentan por decenas los cargos de segundo orden que se fueron durante 2016, pero en enero pasado seis personas claves en la cancillería, toda la cúpula anunciaron su renuncia en la oficina del canciller Rex Tillerson, descontentos con el enfoque de los problemas del imperio de la gestión del ex titular de Exxon Mobile.