Finalizado el extenso proceso electoral español, tras las generales del 28 de abril y las autonómicas y municipales del 26 de mayo, el rey Felipe VI cumplió con el rito de encargar la formación de un nuevo gobierno al actual jefe de Estado, el socialista Pedro Sánchez. Con una mayoría que no le da para armar un Gabinete en soledad, como era su deseo, necesita negociar con otras fuerzas políticas para completar las formalidades que la tradición y las reglas políticas indican.

Sánchez, que asumió el cargo en junio del año pasado tras un sorpasso de las agrupaciones de izquierda y los partidos nacionalistas contra el conservador Mariano Rajoy, no logró en febrero pasado la aprobación de la ley de presupuesto que había consensuado con Podemos y decidió llamar a elecciones adelantadas como una forma de salir del atolladero. También como una forma de fortalecer su apoyo institucional.

Pero no la tiene fácil. El mismo intríngulis que le impidió tener un nuevo presupuesto, que implicaba una distribución de gastos más inclinada a la izquierda, no se resolvió en las urnas. Si bien el PSOE sumó la mayor cantidad de escaños en décadas, 123, le faltan 53 votos para alcanzar la mayoría legislativa en la Cámara baja. Unidas-Podemos (UP), la alianza de izquierda populista, ganó 42 bancas. Esperaba mantener su caudal de hace cuatro años, 71, pero las disidencias internas y el acoso incesante de los medios en contra de sus líderes minaron sus apoyos.

Pablo Iglesias, el líder de UP, viene apurando una coalición para poder correr el rumbo de Sánchez hacia la izquierda. Pero el presidente del Gobierno necesita algunos apoyos externos más para sostenerse y tiene una opción por la derecha liberal, y reclinarse en Ciudadanos, o en los partidos nacionalistas, como el vasco o el catalán.

El problema es que Cataluña es parte de la gran contradicción que vive el país. Los dirigentes que encabezaron la declaración de independencia y la creación de una república en octubre de 2017 están presos y en juicio, como el que fuera vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras. O están exiliados en Bruselas, como Carles Puigdemont. Sin embargo, el 28A todos resultaron electos, e incluso se hicieron de una banca en el Parlamento Europeo. Sánchez está obligado a ir con pies de plomo para poder desarmar esta suerte de bomba de tiempo que tiene entre manos. 

En su breve mensaje de aceptación del convite del rey Borbón, Sánchez dijo que «no hay otra alternativa posible», a su mandato. «Sería lo más sensato que en España hubiera un gobierno de coalición progresista que garantice la estabilidad política en los próximos cuatro años», replicó Iglesias, que aspira a que su espacio tenga mayor peso específico de ahora en adelante.

Mientras tanto, las negociaciones también son febriles en Madrid y Barcelona, las dos alcaldías mas grandes de España y donde fuerzas progresistas ligadas inicialmente a Podemos perdieron pero mantenían cierta esperanza de que, ante la dispersión de votos, pudieran pelear alguna coalición. Así se manifestaron Manuela Carmena y Ada Colau, una en la capital española y la otra en la catalana. «