Pedro Sánchez protagonizó un sorpasso sin antecedentes en la historia del proceso democrático iniciado con la Constitución española de 1978. Renació desde la muerte política luego de haberse ido por la puerta trasera del PSOE en 2016, logró formar una coalición para expulsar mediante una moción de censura al conservador Mariano Rajoy, y prometió respetar esa Carta Magna y los atributos de la monarquía ante el rey Felipe VI sin biblia ni crucifijos, una tradición en estas cuatro décadas

Los medios españoles parecían ayer más sorprendidos por esta sustancial modificación a los oropeles religiosos que conllevaba el cargo de presidente del Gobierno de España que por la profundidad de la crisis política que detonó estos días, pero que se arrastra desde hace años. 

Sánchez es un emergente del estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008. Una burbuja que había crecido desde los tempranos años ’90 al calor de las promesas de riquezas sin fin del neoliberalismo.

La solución del entonces jefe de Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, también del PSOE, fue seguir los consejos/imposiciones de la troika (FMI-Banco Central Europeo-Comisión Europea): ajustar presupuestos y recortar beneficios en salud y educación. 

En ese contexto nacieron los movimientos de Indignados que el 15 de Mayo de 2011 se hicieron sentir en un lugar de Madrid que se había hecho centro exclusivo para los turistas, la Plaza del Sol. Esa movida fue el puntapié inicial para el nacimiento de Podemos por izquierda, y Ciudadanos por derecha, y el inicio de una lenta agonía de los partidos del régimen del ’78. 

Pero el descontento social se manifestó, sin embargo, con un apoyo al Partido Popular, que regresó a La Moncloa en diciembre de ese año de la mano –y las tijeras– de Rajoy.

Desde entonces se fue disgregando la tenue unidad española sustentada, principalmente, en que aquella España de los ’90 lideraba los procesos neoliberales y de privatizaciones de América Latina, lo que fue un muy buen negocio para cada una de las regiones del reino.

La crisis desató los viejos fantasmas independentistas en 2014. Mientras tanto, iba avanzando en la Justicia la investigación por la financiación ilegal del PP, una causa conocida irónicamente como Gürtel, por lo que significa en alemán el apellido del empresario implicado en sobornos para hacer negocios,  Francisco Correa. El caso llegó a la fiscalía del Estado en 2007 a raíz de una denuncia de un concejal del PP.

El clima de descrédito sobre toda la dirigencia creció con los nuevos hechos de corrupción que fueron asomando y hasta el rey Juan Carlos tuvo que abdicar para evitar males mayores a la corona. 

Los mayores escándalos golpearon en el PP, algunos de manera casi cómica. Como ocurrió con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, cuando el portal eldiario.es reveló en abril pasado que había truchado las firmas de un master que presentó en su currículum para asumir el cargo en 2015. Días más tarde un sitio de derecha como el Ok Diario mostró un video de 2011 donde se la ve llevándose sin pagar una crema anti-age de un supermercado. 

Ese video estuvo cajoneado siete años hasta ver la oportunidad de golpear en una de las delfinas de Rajoy. Sánchez «olió sangre» al percibir que el establishment ya no sustentaba al PP y él podía convertirse en el «mal menor». 

El 24 de mayo pasado la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional emitió condenas de hasta 51 años a los implicados en el caso Gürtel, entre ellos el empresario y dirigentes y el tesorero del partido. Fue el guiño definitivo para el líder del Partido Socialista Obrero Español, que ni siquiera era diputado porque tras perder la interna de 2016 renunció.

Con 84 escaños sobre 350 curules tras su peor elección en la historia, el PSOE necesitaba sí o sí apoyo de otros sectores. Acudir a Pablo Iglesias, de Podemos, era de manual. La coalición Unidos-Podemos (UP) se había quedado con las ganas contra Cifuentes, que prefirió renunciar «antes de que la izquierda gane en la Comunidad de Madrid».

Pero con eso no alcanzaba y Sánchez convenció al Partido Nacionalista Vasco de que no iba a tocar el presupuesto aprobado una semana antes. Con los catalanes se comprometió a una mesa de diálogo y levantar la intervención que el PSOE había aprobado en octubre pasado. 

La coalición que lo llevó al poder es débil. Por derecha apuestan a elecciones anticipadas, ya que hoy día Ciudadanos estaría en condiciones de sumar a descontentos del PP y lograr mayoría. Ambos partidos suman actualmente 164 votos en la cámara, cruciales para gobernar y también para impedirlo si quieren devolver la estocada a Sánchez.   

La endeble sociedad de este viernes llega a 165 entre Unidos Podemos, nacionalistas vascos y catalanes, con intereses ciertamente diversos. Contra Rajoy sumaron aparte al Grupo Mixto, pero habrá que ver el día a día.  Los medios hegemónicos ya azuzan grietas entre esos sectores y a la vez destacan la falta de biblia y crucifijos en la jura. Por algo será. «