Horas después de haber cancelado la cuarentena en el AMBA, Alberto Fernández se lanzaba a una semana particularmente activa. La inició consolidando la esperanza de una nueva era para la región con ese simbólico abrazo con Evo, mientras a Buenos Aires llegaba una nueva misión del FMI, una noticia que jamás trajo consigo buenos augurios. Claro que el presidente terminó aislado en Olivos, sin detener su actividad, pero debiendo realizarla a través de una pantalla.

Justo cuando su gobierno parecía haberse zambullido en esa etapa tan mentada y reclamada del “relanzamiento”, cuya demora solía achacarse a la pandemia. Algunos recordaron los primeros días del gobierno de Néstor Kirchner, con AF en ese gabinete, cuando ni propios ni extraños tuvieron derecho al aburrimiento por el torbellino de medidas, todas con el sello de aquél nuevo gobierno, aun cuando también hubiera las que generaban polémicas.

Ese mismo lunes del abrazo en La Quiaca, Vilma Ibarra sacudió el anochecer al anunciar que antes de fin de mes el Ejecutivo elevaría el tan anhelado proyecto de legalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo. Después, se reglamentó el autocultivo de marihuana, junto con la autorización del expendio de aceite de cannabis y sus derivados. Casi al mismo tiempo, se confirmó que el martes, cuando en la calle una caravana celebre el día del militante, al fin en Diputados se tratará el impuesto a los ricos, con el que amenazan desde el comienzo de la pandemia. También, con arrojo y vehemencia, Agustín Rossi salió a cortar por lo sano una incipiente asonada castrense: llamó la atención, por el contrario, lo poco que demoraron esos militares en negar su obvia participación, sin agallas, ni demasiado pundonor.

Alguna voz alocada dijo que sólo faltaba que el gobierno diera marcha atrás y volviera a arremeter con todo con Vicentín. Y como para comprender mejor aquella frase de los “funcionarios que no funcionan”, saltó un fusible en el gabinete y Jorge Ferraresi ingresó por María Eugenia Bielsa, quien, por favor, no debe ser confundida con su tocaya bonaerense.

Claro que, más allá de las humoradas, hubo otros anuncios de medidas menos progresivas, más ortodoxas y proclives al debate: el fin del IFE y del ATP, aun cuando vengan con la promesa de medidas que suplanten sus beneficios. También la nueva fórmula para las jubilaciones: las cuentas jamás serán tan nefastas como con el macrismo, pero igual generaron crítica de quienes creen que estas condiciones no son las que regían cuando se puso en vigencia durante el gobierno de CFK. Para colmo, el número que siempre lastima los bolsillos más escuálidos, el de la inflación, en octubre volvió a ser inquietante.

Será, tal vez, que las movilizaciones del 17 y del 27, su colosal energía, su poderoso sustento no sólo hayan sido una caricia en el alma del gobierno, y aunque sea simbólicamente fueran tomadas como el sostén de una nueva época, definitivamente activa y convulsiva. «