Para los que estuvieron aquella noche fue inolvidable. Cuando todos pensaron que el clásico final de la liturgia Ricotera había arribado, como siempre, al terminar la última estrofa de «Jijiji», algo que no soñaron pasó: hubo un bis inesperado. Tocaron «Un ángel para tu soledad». Fue un mensaje involuntario que los Redonditos les dejaron a sus fieles, quienes presos de la ilusión, bailaron. Sin saber que este sutil cambio de planes sería un presagio, las hordas de fanáticos y seguidores de todo el país que se acercaron al corazón de Argentina a ver a sus ídolos, cantaron como si no hubiese mañana. Algo que era costumbre, solo que esa vez no lo habría para esta banda mítica. Era el final.

Nadie sabía que era la última vez que iban a ver a Skay punteando en el mismo escenario que el Indio. Ni ellos mismos. Pero el 4 de agosto de 2001 quedó en la historia como el último encuentro. Fueron 25 temas. Casi tres horas de recital.

Había una fecha anunciada para Santa Fe para más adelante, para el 2 de noviembre de 2001, pero nunca pasó. Un poco como un presagio de lo que sería diciembre de ese año. Pero como los pájaros que migran antes de una tormenta, las intenciones de continuar juntos se fueron para otras costas entre los integrantes del grupo. Los egos y las relaciones desgastadas por años de éxito y endiosamiento jugaron un rol determinante para tomar la decisión que pocos imaginaban. Se empezó a hablar de un impasse, de un año sabático. Pero la verdad es que se desgastó el aspecto humano y las diferencias musicales se hicieron grieta. No se hablaron más. La pelea Skay-Solari (se habló de trompadas) fue el detalle extremo de una serie de rumores que se deslizaron vertiginosamente en Internet y como secreto a voces en el ambiente del rock. Los rumores siempre se detenían en el mismo punto: la separación de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota después de diez discos y 26 años de leyenda ya era una realidad. Todo se había vuelto muy previsible entre ellos. Y eso afectó a la química de una banda de rock. Hay una consecuencia positiva de los años de rodar y es que la banda suene afilada, madura. Pero falta sorpresa, se acaba la magia, el misterio.

La ola de éxito era un tsunami, cada vez era más y más la gente que iba a los recitales, los fanáticos se radicalizaban y persuadían a novicios que arribaran al evento, a vivir esa experiencia: verlos en vivo. Siempre, en cada presentación, había tensión, había adrenalina. Un año antes, en abril de 2000, el ámbito imponente del estadio de River, con 60 mil fanáticos que lo colmaron, después de seis años sin tocar en Capital, los redondos presentaron Último bondi a Finisterre ofreciendo un show con tres intervalos, donde cantaron todos sus himnos, pero los disturbios en los ingresos ocuparon muchas horas de las agendas informativas por aquellos días. Es por eso que para dar a conocer públicamente sus canciones de Momo Sampler, su último trabajo, la mítica banda eligió el estadio Centenario de Montevideo, en abril de 2001. El de Córdoba era un recital muy esperado por fanáticos de todo el país, por la ubicación estratégica de la provincia mediterránea. Las entradas se agotaron en pocas horas.

La última curda

Aquella apenas fresca tarde del 4 de agosto en Córdoba, la venta de Fernet tuvo un record. El camino al Mario Alberto Kempes era  un puerto fenicio donde pasaba de todo, la alegría de la ignorancia, no saber que se estaba ante un momento histórico hacía que todos estén de fiesta, relajados y entusiasmados por compartir música, sin melancolías ni lamentos. A las siete de la tarde -sí, el recital empezó apenas el ocaso se filtró entre las montañas de los suburbios de la capital cordobesa-, Los Redondos abrieron el show con un video en las pantallas dispuestas y luego una extraordinaria versión de «Unos pocos peligros sensatos». Luego vino «El pibe de los astilleros»  y el tercer tema fue «Morta punto com».

Al finalizar la cuarta canción, «Las andanzas del capitán Buscapina en Cybersiberia», el indio se peleó con un pibe del público.»¿Qué te creés boludo? No somos Los Violadores. Vení al camarín a tirarme cosas», le gritó el Indio.

Antes del recital se produjeron algunos incidentes cuando la policía disparó balas de goma al aire para dispersar a un nutrido grupo de fanáticos ricoteros que se tomaron a golpes de puño cuando pugnaban por ingresar al estadio y como consecuencia de la contienda, un efectivo resultó con lesiones leves. Los desmanes se produjeron en el acceso al sector sur de la popular del estadio, cuando unos 2000 fanáticos del grupo intentaban ingresar.

El quinto tema fue «Una piba con la remera de Greenpeace». Luego fue el turno de «Pool, Averna y papusa», «Templo de Momo», «Pensando como una acelga», «Rato molhado»  y el décimo tema fue el clásico «Vamos las bandas». En cada canción la energía parecía renovarse.

Nadie se dio cuenta, entre la fiesta y la locura de la adrenalina rokera, de que ese día tres personas cayeron al foso. Según el jefe de seguridad de la policía provincial, el comisario Iván Altamirano, dos personas de sexo femenino fueron llevadas al hospital de urgencia para tratar sus magulladuras, luego de caer en el foso perimetral del Estadio Olímpico de Córdoba. Un joven santafesino de 31 años, identificado como Jorge Filipi, murió por múltiples traumatismos y pérdida de masa encefálica, al caer de cabeza en el pozo. «El joven sufrió tres paros cardíacos y fue reanimado, pero al cuarto falleció», señaló uno de los médicos que lo asistió, quien agregó que desde un primer momento estuvo inconsciente. Hoy tendría 46 años.

La historia

El devenir del recital era una marea imparable. Nadie es perfecto llegó al hueso, y a todos les gustó bailar «Mi perro dinamita», luego vino «La Murga de los Renegados» y «Sheriff». Vino el turno de «Murga purga»  y de «Dr. Saturno». Pereció que más y más banderas se desplegaban cuando sonó «Murga de la Virgencita», «Queso ruso»  y «Ñam Fri Fruli Fali Fru».

Al promediar el recital, el Indio agradeció a su médico personal porque debió tomar «decadrón» para subir a escena y cantar. Los primeros achaques aparecían. Eran muchos años de rock: Skay Beilinson se cruzó con Carmen Poli Castro, la negra, en 1969 luego de un concierto conjunto que dieron Diplodocum (la banda de Skay) y La Cofradía de la Flor Solar en el Opera de La Plata. Integraban la poderosa vanguardia hippie platense. Skay ya tenía cierta experiencia política-lisérgica: con su hermano Guillermo había estado en el Mayo Francés y vivido un tiempo en Londres, donde vio conciertos de Jimi Hendrix y Pink Floyd, entre otros. Poli era estudiante de teatro y aquel día del ’69 estaba haciendo la obra 300 millones, de Roberto Arlt. Se fueron a vivir en comunidad a la Isla Paulina, cerca de Berisso y ahí en 1974, aparece el Indio con Guillermo, el hermano de Skay. Fue el germen de los Redonditos. Skay y el Indio empezaron a componer canciones como «Mariposa Pontiac» y «Un tal Brigitte Bardot». Políticamente, la Argentina se estaba oscureciendo: algunos integrantes de las diferentes comunidades hippies o de círculos intelectuales empezaban a ser perseguidos. En 1976 hay allanamientos y desaparecidos. Hay una diáspora y un viaje mítico a Salta en micro donde se consolida la banda. El primer recital fue un show en el cabaret del Polaco en la capital salteña; fue donde nacen los Redonditos con un aura misteriosa. Mucho antes de convertirse en la banda de rock más grande de la Argentina, el grupo buscó exorcizar los dolores de la dictadura con performances subterráneas donde se mezclaban estéticas de cabaret, vodevil, rock, teatro y plástica. Los hapenning fueron virando y fueron armando el camino de esta banda en hito de la historia del rock nacional. La figura mítica de Patricio Rey no sólo consiguió mover a multitudes sino que lograba que cualquier información novedosa sobre la banda, adquiera una magnitud impensada.

El tramo final del último recital fue una ráfaga mortal: «Rock para los dientes», «Juguetes perdidos», «Preso en mi ciudad», «Noticias de ayer», para luego dar las dos últimas estocadas en forma de canciones, con la gente en éxtasis. Para los fanáticos que se lo perdieron es una espina clavada que no saben si algún día curarán. Fue una despedida inesperada, inconsciente. Visto a la distancia quizá fue la mejor manera, o la única.

Como en todo divorcio, queda la sensación que hay que quedar de un lado o de otro. Muchos, la mayoría, se fueron con el Indio, tantos otros, con Skay y su guitarra llena de riffs; algunos, los más entendidos y sibaritas, conectan con Sergio Dawi y Semilla Bucciarelli, y algunos con ambos o con todo lo que sea ricotero, al menos que se asemeje. Pero la cuestión es que la vigencia del espíritu de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota sigue, al parecer, sin perder terreno. El olor a transpiración y la polvareda parece flotar aún en el aire viciado y dulzón de cualquier recital popular de nuestra tierra como la frase utópica que los ricoteros repiten como mantra: sólo te pido que se vuelvan a juntar.