El agua está tan calma y clara en la pileta del Cenard que parece que no estuviera llena, un piso invisible y azul. Sería un buen escenario para que Guillermo Del Toro le encontrara una nueva forma al agua. No se mueve, no hay olas. Un arco de handball cortado por la mitad descansa sobre un costado. El olor del cloro penetra en el cerebro y hace calor, al punto de dar ganas de zambullirse. Pero lo harán otros. Minutos más tarde, esa pileta será testigo de imágenes y secretos que nadie ve, que sólo los protagonistas pueden contar: lo que sucede debajo del agua durante un partido de waterpolo. 

El equipo nacional de ese deporte, que se prepara para un año cargado de actividades en las que tiene el desafío de confirmar su resurgir, pasó una tarde con Tiempo para contar mitos y verdades sobre una de las actividades más misteriosas del mundo deportivo. El camino desde la entrada al Cenard hacia la pileta es largo. Se podría ingresar por Lugones en lugar de hacerlo por la calle Miguel Sánchez. Todavía retumban los disparos del Tiro Federal y de fondo el estadio Monumental parece comerse el barrio. Pero adentro de la pileta es otro mundo.

–Sí, es otro mundo. Pasa de todo ahí abajo, hay cosas que hasta a mí se me pasan y no las veo, pero lo cierto es que es un deporte con códigos: lo que pasa en el agua se queda en el agua. Después somos todos amigos –explica Gabriel Ramírez, entrenador de los seleccionados juveniles.

Los deportistas son los que realmente saben lo que ocurre ahí, y resulta casi imposible que relaten sus propias experiencias. Como si se tratara de un secreto de Estado. Sólo aflojan después de una sesión de brazadas y patadas.

–No es un mito, es verdad. Nosotros somos jóvenes, vivimos lo que sucede, pero escuchamos cada historia… Desde narices rotas, arañazos y hasta desnudos –dice Francisco Ballarin, jugador de 17 años, con el casco puesto para arrancar el entrenamiento.

Se miran entre ellos antes de dar su testimonio, un gesto mínimo, risas tímidas, una mirada cómplice con la que se autorizan a seguir contando.

–La vez que quedé desnudo en medio de un partido, en la mitad de la pileta, fue porque me rompieron la malla de tan fuerte que me agarraron. Tuvieron que frenar todo y fui a cambiarme al banco de suplentes. Todo siguió con total normalidad– cuenta Augusto Lopez, otro de los jóvenes jugadores.

–Se nos pasan cosas, claro –explica Daniel Poggi, el entrenador del seleccionado de mayores, que tiene un pasado como árbitro–. Es un deporte de honor, hay tomas y también técnicas para zafarse de las tomas. Hay un límite. Una vez estaba como juez en un partido de mujeres y veo que una me hace señas con la mano. Lo seguía haciendo y yo no veía nada, no sabía qué le pasaba. Se me acerca, viene toda tapada con las manos y veo que tenía toda la malla destruida, sin breteles. En el «water» femenino es muy común que sucedan esas cosas porque usan mallas enterizas, los hombres sólo usan sungas.

En el waterpolo, además, también hay golpes, piñas, patadas en la cara y hasta «caños». 

–En una práctica robé la pelota y le metí un caño (una especie de sombrerito) a un rival mucho más grande que yo para irme en contraataque. Pero poco pude hacer porque me agarró de la pierna y me metió la cabeza por debajo de sus brazos y del agua. También me tiró el cuello para abajo y un rodillazo en la cabeza. Cuando volví a respirar no entendía lo que me había pasado– cuenta Francisco.

«Hace unos días en el Torneo Argentino de Primera se estaban peleando por una pelota, uno de ellos trató de agarrarla y en su lugar le agarró los testículos. Lo agarró tan fuerte que lo tuvieron que llevar al hospital y se perdió todo el torneo por lesión», remarca Augusto.

El waterpolo tiene una rica historia en el deporte argentino. Llegó a ser olímpico en la década del ’50 con medallas panamericanas y sudamericanas. Salía en los medios de comunicación. Pero se fue todo a pique, no se difundió más. 

–No contamos con infraestructura para que se juegue en todo el país. Sería bueno que se practique en las escuelas. La llegada del ENARD fue una excelente noticia. Hoy contamos con nueve jugadores en España, son chicos que pueden vivir del waterpolo y hay un pequeño resurgir a nivel local. Logramos recuperar el título sudamericano luego de muchos años. Igual, estamos lejos de las potencias como Hungría, Serbia o Grecia– dice Poggi.

–¿Por qué no llega a ser popular? Hay arcos, pelotas y una pileta, todo es muy seductor…

–Es cierto, pero hay que saber nadar muy bien y dedicarle mucho tiempo. Están en todo momento nadando, no se pueden agarrar de los bordes, y el arquero ni siquiera puede sostenerse de los postes, si hacen pie son sancionados. Para muchos es un deporte difícil de practicar y complicado de ver y entender. 

Este año hay otros dos grandes desafíos para el equipo nacional, los Juegos Odesur en Cochabamba y la World League, que se disputará en Auckland, Nueva Zelanda, a partir del 4 de abril. Sin embargo, no estarán en los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018. El waterpolo no forma parte del programa. Todos lo lamentan. Pero saben que tienen otros desafíos en el agua.