Si los números son un termómetro, la fiebre que aqueja a los mercados es altísima. Todos los indicadores de la plaza financiera ardieron en la semana que pasó. En particular, el dólar minorista terminó a $ 29,57 según el relevamiento del Banco Central. Así completó una suba del 15,9% en junio y del 56% en el primer semestre del año.

La escalada hizo que en apenas diez días quedara obsoleto el esquema de subasta de las divisas que desembolsó el Fondo Monetario, como primer tramo de su préstamo stand by. Al recibir la primera remesa, aquel ya lejano 20 de junio, el gobierno anunció que el Banco Central licitaría U$S 100 millones por día por cuenta y orden del Tesoro para abastecer el mercado. La cifra no alcanzó: el jueves debió subirla a U$S 150 millones y el viernes el Central tuvo que vender U$S 300 millones extra de sus reservas. El hecho de que se hayan vendido todos los dólares da a entender que los grandes inversores (que son los que participan de esas licitaciones) consideran que el dólar todavía está barato y que aún tiene un trecho para avanzar.

En los hechos, la llegada de Luis Caputo al BCRA en reemplazo de Federico Sturzenegger no logró calmar las expectativas de que el dólar seguirá su sendero alcista: su cotización podría llegar a $ 34 en diciembre, según los contratos a futuro que se negociaron en estos días. Ese valor lleva implícito un cálculo de inflación del 15% para la segunda mitad del año, suponiendo que la divisa sólo acompañará de aquí en más la evolución del conjunto de los precios. En ese mercado de futuros fue donde este viernes el Central debió afrontar pagos por $ 10 mil millones para cubrir la diferencia de las operaciones que realizó hace dos meses, en las que infructuosamente había cerrado ventas a menos de $ 25 para detener la corrida.

La incesante devaluación refleja la desconfianza de los mercados por la sucesión de malas noticias sobre el rumbo de la economía, como la caída de la producción, en particular la industrial, y el agravamiento del déficit comercial y de cuenta corriente, entre otras. Las medidas de ajuste fiscal que estudia el gobierno para cumplir los compromisos pactados con el FMI agravan el escepticismo de que se pueda evitar una recesión en los próximos meses.

La salida de capitales hacia destinos más seguros también provocó una baja de los bonos y la consecuente suba del riesgo país (sobretasa que deben pagar los títulos en comparación con los del Tesoro estadounidense): el indicador del JP Morgan llegó a 595 puntos, la marca más alta desde la llegada del macrismo al poder. La diáspora ni siquiera cesó con la recalificación de la Argentina como mercado emergente, y tuvo su efecto en la Bolsa, que bajó 16% en las últimas seis rondas, y en las acciones argentinas que cotizan en el exterior, que también sufrieron fuertes pérdidas. «