Antes del Mundial, en una rueda de prensa en el microcentro porteño, Sergio Hernández dijo que la competencia en China era el último golpe de horno para esta camada de la Selección de básquet. Faltaban 53 días para que el equipo se colgara la medalla de plata en la final contra España. En el medio lograron el oro en los Panamericanos de Lima 2019. Pero fue esa actuación al otro lado del mundo, a contraturno y con partidos de madrugada, la que revolucionó al país. “El efecto que tuvo en la sociedad no lo había visto ni siquiera cuando se logró la medalla de oro en Atenas”, dice el Oveja Hernández, el orfebre de una participación histórica que ubicó al básquet en el centro de la agenda. La pandemia aplazó los Juegos Olímpicos de Tokio y le puso un freno al equipo que se preparaba para despedir con honores a Luis Scola. 

-¿Cómo llevas el encierro?

-Estoy en una etapa de mi vida en la que no me falta ni sobra nada tanto a mí, como a mis hijos y a quienes me rodean. Lo puedo sobrellevar bien. En principio es una cuestión de convicción: estoy de acuerdo con las medidas que se tomaron, con lo que hizo el gobierno. Si bien comulgo con este gobierno, podría no estar de acuerdo. Me resulta más fácil llevarlo así e intuyo que debe ser más complejo cuando estás convencido de que debería ser de otra forma. En definitiva siempre es más difícil lograr algo por obediencia que por convicción. 

-¿Para la cuarentena o en general?

-Alguna vez leí esa frase en una entrevista a Marcelo Bielsa. La uso mucho cuando llevo mis equipos adelante. Hay distintas corrientes de liderazgo y muchas tienen que ver con el autoritarismo o el poder que da ser el líder de un grupo. Por suerte van desapareciendo. Si yo fuera Alberto Fernández, por ejemplo, mi equipo serían los 44 millones de argentinos. Soy un convencido de que es más fácil desarrollar un equipo porque todos piensan que es el mejor camino y no porque lo dice el jefe. En estos días que se habla de la serie de Chicago Bulls, Magic Johnson dice algo interesante: no siempre hay que estar de acuerdo con el entrenador, simplemente hay que hacer lo que dice. 

-Durante el Mundial de fútbol de Rusia, por ejemplo, se puso en discusión el rol del jugador en la toma de decisiones. ¿Se puede pensar en un esquema de conducción en el que también aporten su mirada?

-Es absolutamente lógico. Si yo tengo jugadores y no aprovecho el conocimiento y la base de datos que ellos son es un error. En un Mundial de fútbol muchas veces enfrentan a jugadores que son compañeros en su propio equipo o rivales. ¿Cuál es la diferencia de juego entre un Argentina-Alemania, por ejemplo, y un Real Madrid-Barcelona, Manchester City o Bayern? Una semifinal o cuartos de la Champions tienen el mismo nivel que un Mundial y los que juegan día tras día son Messi, Agüero, etcétera. Cuando vas a jugar un Mundial o un Juego Olímpico, ¿qué mejor que nutrirse del conocimiento y de la experiencia de esos jugadores? Sería estúpido tener miedo a perder autoridad por preguntarle a un jugador cómo harías en ese caso o cómo juega ese. El liderazgo se respeta por el conocimiento y por cómo lo gestionás, no por gritar mucho, por amenazas o por poder. 



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(Foto: AFP)


-¿Qué veías en el grupo antes del Mundial para pensar en dar un salto?

-Para bien y para mal, el legado de la generación anterior era muy fuerte. Muchos pensaron, ahora que no están más Ginóbili, Oberto, Nocioni y el resto, Argentina va a tener que esperar muchos años incluso para clasificar a un Mundial. Puertas para adentro, este grupo siempre fue apuntalado por distintos jugadores de la Generación Dorada. Les decía que se olviden de ellos, que eran buenos y que podían escribir su propia historia. Después de un partido altísimo contra Puerto Rico, Scola dijo que este equipo tenía que empezar a ponerse objetivos altos para crecer. Nunca más se habló de objetivos, porque no queríamos contaminar el laburo poniendo metas. Hablamos solo de básquet. Es un equipo al que no necesitás motivar mucho porque los podés pasar de la raya. 

-¿Imaginabás tanta valoración por el Mundial?

-Fue increíble. En China, nos enteramos que yo tenía que ser Presidente de la Nación, Campazzo ministro de Economía y Scola remplazar a la estatua de San Martín. Ya me resultaba exagerado. Entiendo que el deporte da mensajes y llegan muy rápido. Sirve como ejemplo, pero de ahí a ponernos en un lugar de superhéroes es otra cosa. No me gusta que por ser un buen entrenador crean que puedo hablar de política o de la pandemia. A veces se pone a los deportistas en un lugar un poco exagerado.

-¿Qué es lo que más disfrutás de ser entrenador?

-Lo que más me atrae es la parte artesanal del día a día, el hecho de tener una idea, pensar cómo transmitirla, con qué herramientas y cómo llevar adelante la filosofía. Trato de agigantar la figura de mi equipo, crear una identidad bien poderosa y saber exactamente qué queremos cuando entramos a la cancha. Me fascina ver cuando un grupo se va convirtiendo en un equipo. Me gusta la preparación de un partido, pero no es lo que más me apasiona porque entiendo que el verdadero éxito o fracaso se da a partir de cuán incorporada tenga una identidad propia. Hoy con la cantidad de datos, los entrenadores se han enamorado de cómo vulnerar al rival y no tienen tiempo de pensar en sí mismos. Prefiero dedicar el tiempo para entrenar y para construir una identidad tan poderosa que el scouting sea lo justo y necesario para saber dónde están las debilidades o las virtudes. Hoy parece que si no miraste 50 videos del rival no sos un buen entrenador. A veces parece que ser entrenador es tener mucha información del rival y poner huevo. Con eso no llegás a ningún lado.

-Decís que te cuesta digerir las derrotas, ¿está procesada la final del Mundial?

-Absolutamente procesada. España nos dominó y nos obligó a jugar al ritmo de ellos. Cuando te ganan siendo superiores, duele y estás triste pero lo asimilás. La frase de “no perdimos la medalla de oro, ganamos la de plata” la sigo pensando porque el equipo, incluso siendo superado, nunca bajó los brazos ni dejó de pelearla hasta el último segundo.

-¿Cómo te llevás con las redes sociales?

-Celebro que hayan llegado. ¡Imaginate una pandemia sin redes sociales! El peligro es cuando creés que la vida está ahí, en Twitter, Facebook o TikTok. Yo me cuido mucho a la hora de escribir algo. Las uso y estoy feliz de que se hagan vivos, por ejemplo, que me permiten entretenerme. 

-En ese sentido, ¿tuviste que incorporar alguna pauta para conducir al grupo?

-No he tenido la desgracia de tener jugadores que vivan muy pendientes de las redes. No hay mal uso ni abuso de parte de ellos. No me meto y no va más eso del teléfono en la mesa o en la concentración no se usa. Si lideras con naturalidad ni siquiera necesitás tocar ciertos temas. Se entienden solos y determinados códigos de convivencia se respetan a rajatabla. Dentro de la cancha somos iguales que afuera: si sos un boludo afuera, también lo vas a ser adentro. En nuestro caso, además, tenemos el antídoto Scola: si alguien se va de lugar, Luifa se encarga de encarrilarlo.

-Alguna vez comparaste a la Generación Dorada con los Rolling Stones. ¿Por qué no los Beatles? 

-Sería muy tibio si entro en esa discusión y diría los dos. Me da la sensación de que si hoy decís los Rolling Stones, todo el mundo lo va a entender y tal vez a uno de 18 hay que explicarle quiénes fueron los Beatles. Si tuviera que ponerme a escuchar música, escucharía más los Beatles. Tienen un estilo que, a los 56 años, disfruto más. Pero estamos discutiendo si te gusta más Michael Jordan o Kobe Bryant. Es difícil.