La contienda por la presidencia de Estados Unidos, programada para el próximo martes 8 de noviembre, las 58ª elecciones presidenciales, rompió con la tendencia que marcó la historia reciente de la política estadounidense.

Tanto demócratas como republicanos, en las últimas semanas, desde incluso antes de que ambos partidos hayan confirmado a sus candidatos, han protagonizado disputas que giraban en torno al grado de inclusión de la sociedad en el sistema de salud, a políticas migratorias, a posturas bélicas, al control de armas y a otras cuestiones más o menos controvertidas. Pero siempre bajo la ideología del liberalismo económico.

Claro que en este caso hay un aspecto ciertamente novedoso. En las actuales campañas surgieron, por primera vez en mucho tiempo, candidatos fuertes a ambos lados del espectro ideológico, que escapaban de la órbita liberal y ponían en entredicho la globalización. El ya derrotado precandidato demócrata, Bernie Sanders, desde la izquierda, y el nominado republicano, Donald Trump, desde la derecha, sacudieron a un electorado desacostumbrado a la posibilidad de un cambio real.

Pero, fundamentalmente, también son diferentes estas elecciones por el hecho de que por primera vez en la historia del país, una mujer compite en representación de uno de los dos grandes partidos.
Sin embargo, el motivo por el que las presidenciales estadounidenses de noviembre ocupan diariamente un espacio tan importante en los medios del mundo se reduce a un hecho más superficial: la polémica.

Si bien la mayoría de las controversias tiene como protagonista al candidato republicano, Hillary Clinton es perseguida por un pasado que la convierte, para gran parte del país, en el enemigo público número uno. Ambos hicieron méritos para transformarse en dos de los candidatos más impopulares de los últimos tiempos, y a la vez más redituables para el espectáculo mediático.

¿Verdaderamente tan diferentes?

Con este escenario, cabe preguntarse de qué manera inciden las polémicas en las campañas. ¿Le jugaron a favor o en contra a Donald Trump las declaraciones imprudentes? ¿Ganó las internas gracias, o a pesar de incentivar la proliferación nuclear, amenazar con abandonar la OTAN y elogiar al presidente de Rusia, Vladimir Putin? ¿Lo perjudica o lo beneficia el ser políticamente incorrecto, y menospreciar al héroe de guerra John McCaine por haber sido capturado, burlarse de un discapacitado, y estigmatizar a los inmigrantes llamándolos violadores?

En realidad, son preguntas que se irán respondiendo a lo largo de esta atípica campaña. Mientras unos lo ven como un desbocado impredecible, otros destacan la imagen de un hombre libre, desapegado de las formas y los convencionalismos.

El caso de Hillary Clinton es diferente. Su nominación se produjo independientemente de que se la acusara de comprometer información confidencial, al utilizar su casilla de correo privada para ejercer como secretaria de Estado; o de negligencia en el ataque al consulado estadounidense en Bengasi.

En ese mismo sentido, las polémicas que la rodean la perjudican más que a su rival, porque se presenta como la política confiable y prudente. Por eso, cuando se descubre que Sanders fue víctima de un complot de su propio partido con el fin de favorecerla, o se denuncia que utilizó el puesto de secretaria de Estado para beneficiar a los donantes de su fundación, su imagen se deteriora. Son sus escándalos, sobre todo, los que mantienen la incertidumbre del desenlace.

De esta manera, los noticieros se vieron superando a la ficción, los debates son más vistos que los eventos deportivos, y una portada con los candidatos vende más que las estrellas del entretenimiento.

¿Es política la publicación de la foto de la posible primera dama desnuda? ¿Trabajó ilegalmente cuando era una modelo eslovena? ¿Encaja en el ideario conservador del Partido Republicano? Es política, y a la vez no lo es. Las páginas se llenan con la pelea entre Trump y los padres del fallecido soldado americano-musulmán, Humayun Khan; con el certificado médico que el candidato se negó a publicar, y que lo eximió de combatir en Vietnam por una repentina enfermedad en los huesos. La televisión analiza la acusación a Barack Obama de fundar el grupo terrorista Estado Islámico. ¿Llamó el magnate a asesinar a su contendiente en defensa de la Segunda Enmienda? ¿Por qué el padre del terrorista de Orlando apoya a Hillary?

Si, finalmente, se puede afirmar que las campañas de ambos partidos son entretenidas, y las masas se divierten con un espectáculo que sobrepasa la política y disimula, en el aspecto superficial y grotesco, la gravedad que implica tener en juego el futuro del mundo.