Las imágenes de Fidel y el Che, como caras más visibles de la Revolución Cubana, fueron la iconografía que por excelencia acompañó la acción, no sólo de movimientos políticos sino también culturales y artísticos de todo el mundo. Desde las pancartas que levantaron con el retrato del líder cubano los jóvenes franceses que se movilizaron en Mayo del ’68 hasta la aparición como personaje en dos capítulos de la serie estadounidense Los Simpson, pasando por entrevistas que se volvieron bestsellers –incluso, la edición de su memorable defensa en el juicio por la toma del cuartel Moncada, La historia me absolverá–, la figura del comandante caribeño fue plasmada en todos los formatos artísticos en distintos contextos como representación de resistencia frente a los poderes establecidos.
Dentro de Cuba, la política cultural que comandó quedó enmarcada en la frase «Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada». Por supuesto las polémicas en torno de ella explotaron en diferentes frentes. Sin embargo, encaró proyectos sin antecedentes en América Latina, y en los que aún mantiene una posición de vanguardia. Por ejemplo, la Campaña de Alfabetización que masificó el derecho a la educación, la creación de múltiples sedes de la Biblioteca Nacional; el apoyo al Ballet Nacional que dirigió la célebre Alicia Alonso; la fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, la Casa de las Américas; entre otras instituciones.

En 1985, el líder cubano expresó que «si no sobrevivimos culturalmente, tampoco sobreviviremos económica ni políticamente», así daba cuenta de la importancia que proyectaba sobre el campo del arte y la cultura. Coherente con esta afirmación, apenas iniciada la Revolución, percibió la importancia de crear una agencia para reportar desde un punto de vista contracultural, lo que lo llevó a fundar la agencia de noticias Prensa Latina. Para comprender el espíritu de este emprendimiento, y cómo entendían el periodismo, alcanza con mencionar el núcleo inicial de miembros: Gabriel García Márquez, Rodolfo Walsh, Rogelio García Lupo, entre otros. No se trataba de apuntalar sólo una diferencia desde el punto de vista informativo, sino también cultural, a través de las plumas de algunos de los que se convertirían en referentes de un modo diferente de escribir, tanto en lo periodístico como en lo literario.

El cine no escapó a los intereses de Castro. García Márquez lo definió como «el cineasta menos conocido del mundo» por su amor por el séptimo arte. Era un reconocido admirador de Brigitte Bardot, Sofía Loren y Charles Chaplin.

En un discurso llamado «Palabras a los intelectuales» defendió el derecho de su gobierno a «regular, revisar y fiscalizar» films por su «influencia en el pueblo» como una responsabilidad «en medio de una lucha revolucionaria».

En 1986, en San Antonio de los Baños, Fernando Birri y el escritor colombiano crearon la Escuela Internacional de Cine y TV que al día de hoy es un punto de referencia para los cineastas de todo el continente. García Márquez sintetizó los alcances del proyecto con palabras simples pero contundentes: «Nuestro objetivo final es nada menos que lograr la integración del cine latinoamericano. Así de simple, y así de desmesurado.»

Su figura alcanza estatura mítica en múltiples canciones de la Nueva Trova Cubana, Joaquín Sabina o el grupo Quilapayún para mencionar a los más conocidos. En Argentina, Osvaldo Pugliese compuso una poco conocida «Milonga para Fidel», que grabó con su orquesta a comienzos de la década del sesenta.

Con mucho menos acartonamiento, el líder cubano apareció en Los Simpson, en un episodio en que el Sr. Burns y Homero Simpson huyen a Cuba buscando una mejor vida. El Sr. Burns intenta comprar la isla con un billete de un trillón de dólares, pero Castro se niega y le roba el billete.

A diferencia de la mayoría de los líderes de la talla del expresidente cubano, Castro mantenía una reserva casi blindada de su vida privada, además de aludir a temas de seguridad, en el documental de Estela Bravo Fidel (La historia no contada), afirma su certeza de que ambos planos –el público y el privado– no debían mezclarse: «En este sentido, me he reservado una libertad absoluta». En este film, que se puede encontrar online, se pueden ver ese lado oculto, a través de escenas de su intimidad, visitando su hogar y escuela de la infancia, bromeando con sus amigos Nelson Mandela y García Márquez.

El deporte, su pasión y su legado revolucionario

Fidel sabía cómo redoblar apuestas, incluso con lecciones humanas. Cuando las Grandes Ligas anunciaron el Primer Clásico Mundial de Béisbol, que se jugaría en marzo de 2006, con final en Houston, Estados Unidos, el Departamento de Estado fue tajante: «Cuba –determinó- no puede participar en el Clásico.» El argumento se sostenía en el bloqueo. Como el premio se pagaba en dólares, si Cuba lo ganaba eso podía implicar su ruptura. Fueron meses de pulseadas entre La Habana y el gobierno de George W. Bush. Hasta que apareció Fidel. «El dinero que recibamos del Clásico Mundial –dijo- lo entregaremos a las víctimas del Katrina. Lo que sea. Si es medio millón, si es un millón, cinco, siete, lo que sea, lo donaremos sin la menor duda y con gran satisfacción, porque eso multiplica la moral de nuestros atletas.» A Estados Unidos no le quedó alternativa. Cuba jugó el Clásico. La Esquina Caliente, esa porción del Parque Central de La Habana en la que se discute sobre béisbol, ardió más que nunca. Cuba llegó a la final. Perdió con Japón. El dinero por salir segundo fue donado a las víctimas del huracán Katrina.

Fidel jugó al fútbol en Belén, el colegio donde estudió en La Habana. Practicó básquet y natación, tuvo encuentros con Muhammad Ali, una entrañable amistad con Diego Maradona, le ganó una partida de ajedrez a Bobby Fischer, y hasta hizo un desafió diplomático al golf. «Nosotros (Fidel y el Che) sacamos en conclusión que en el golf le podemos ganar perfectamente a Kennedy y a Eisenhower, así que cuando quieran despachar sus problemas con nosotros, que vengan a echar un partido de golf, que se lo ganamos perfectamente», dijo en abril de 1961.

Su pasión fue la misma que invade Cuba, el béisbol, el que practicó desde la universidad y del que no se privó ni siquiera con el paso de los años. Pero su legado no será por lo que haya hecho como pitcher, sino lo que construyó la Revolución. En 1961, se creó el Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación, lo que otorgó carácter obligatorio a la educación física en todos los niveles básicos y alentó la práctica de todos los deportes. El libro Fidel y el Deporte, una selección de sus pensamientos sobre ese asunto entre 1959 y 2006, deja sentado esos principios: «Sólo una concepción revolucionaria del deporte como instrumento de la educación y de la cultura, como instrumento del bienestar, de alegría y de salud del pueblo; sólo esa concepción permite los mejores frutos», dijo en 1966. En el mismo discurso agregó: «El deporte no es en nuestra patria un instrumento de la política; pero el deporte sí es en nuestra patria una consecuencia de la Revolución.» Las Escuelas de Iniciación Deportiva (EIDE) desarrollaron el deporte. Y Cuba, con su amateurismo, se ubicó en la elite. El símbolo acaso sea el boxeador Teófilo Stevenson, que hasta rechazó una propuesta para pelear con Alí a cambio de cinco millones de dólares. «No cambiaría mi pedazo de Cuba ni por todo el dinero que puedan ofrecer», dijo. Esa fue también una enseñanza de Fidel.