En la campaña electoral del año 1989, la apelación personal más efectiva fue aquella foto de un Carlos Menem, todavía con patillas, que sonriente pedía: «Síganme, no los voy a defraudar». La convocatoria menos programática que carismática establecía una ligazón estrecha entre el votante y el líder político. No se trataba de una idea, de un programa, de una propuesta política sino de una cuestión de confianza hacia el individuo. Era materia de fe. Meses después de asumir la presidencia, el mismo Menem, pero ya con las patillas civilizadas confesaba: «Si decía lo que iba a hacer no me votaba nadie». Las diferencias entre las promesas de campaña y las realizaciones posteriores siempre ha sido motivo de ironías, de mofa, de descreimientos por parte de una sociedad civil amortizada por campañas más o menos profesionalizadas y, sobre todo,  ejercitada en el hábito de la desconfianza hacia la política. Pero quiero en esta nota tomar un breve recuento de las promesas rotas por Mauricio Macri y poner el acento en la agenda que el propio electorado les marcó a los encuestadores.
A cinco meses de gobierno macrista, excepto el sector duro de la derecha argentina -esos elementos retrógrados, xenófobos, racistas, discriminadores, que profesan ese rancio compendio de zonceras del liberalismo conservador vernáculo, que atraviesan todas las clases sociales y se encuentran tanto en las elites como en sectores medios y populares- que aún apoya acríticamente a lo hecho por el presidente, gran parte del voto al PRO –y más allá de lo que aseguren las encuestas hecha por malabaristas de Clarín- se encuentra hoy sumido en una fuerte y, aunque todavía silenciosa, incertidumbre.
La batería de medidas impopulares que los Macri Boy’s llevaron adelante con absoluto desprecio por las mayorías populares –sólo en una sociedad drogada por los medios de comunicación como la nuestra, un funcionario continúa en su cargo luego de burlarse de los ciudadanos como lo hizo el titular de Energía Juan José Aranguren, cuando dijo que a quien no le alcance para comprar nafta que no cargue- le ha metido miedo al antikirchnerista más pintado. Incluso en círculos empresarios hay cierta preocupación por la necesidad de asegurar la paz social y evitar la suba en los índices de conflictividad social. En pocas palabras, los votantes inteligentes de Macri, que los hay por supuesto, ya están probando el mustio sabor de la desilusión y el fraude.
Pero el análisis de esta situación puede llevar a lecturas erróneas. Por eso resulta necesario subir el volumen de los auriculares y atender a las demandas que formaron la agenda que el año pasado le permitió a Macri hacerse con la presidencia. Quien cree que el votante macrista desilusionado correrá automáticamente arrepentido a buscar los brazos reparadores del kirchnerismo es más preso de sus deseos que de un análisis equilibrado de la situación. Y en consecuencia puede equivocar la respuesta política: no es a través del discurso amenazante y restaurador del «vamos a volver» que se consiguen esos votos perdidos. No es con un discurso meramente reivindicador del pasado inmediato que se conquista a los sectores desilusionados con el macrismo. Primero por la sencilla razón de que muchos de esos nuevos defraudados ya habían roto amarras con el Kirchnerismo, y, segundo, porque sucumbidos los deseos imaginarios con los que fueron embriagados por la acertada campaña electoral del PRO, lejos de volcarse hacia «partidos» tradicionales –si es que eso existe hoy- se fundirán aún más en la marejada de la despolítica, de la antipolítica e incluso de la contrapolítica. El voto defraudado del Macrismo no regresa al kirchnerismo va hacia el «que se vayan todos» con Jorge Lanata, Elisa Carrió y Jorge Altamira como mediocres voceros de la nada.
Para destrozar el corazón del chirle y soso relato del macrismo –la pesada herencia, los sacrificios necesarios, la meritocracia, entre otras tonterías- no basta con argumentar desde la racionalidad política y prometer el regreso a un supuesto paraíso perdido. Para que se deshaga como un puñado de arena entre las manos la megaoperación mediática del PRO, la oposición –el Peronismo, el Kirchnerismo, el movimiento obrero organizado, los movimientos sociales, la yuxtaposición de todos estos ismos- debe elaborar una propuesta superadora, sintetizadora, que incluya también algunos deseos imaginarios prometidos por el macrismo en la campaña de 2015. Repasemos aquellas promesas: una mayor institucionalidad en los actos de gobierno, una búsqueda de consensos mayores y una política de encuentro entre sectores no antagónicos, un apaciguamiento de la dureza discursiva y de ciertas épicas totalizantes, la necesidad de evitar los absolutos y abrazar los matices, la continuación de muchas de las políticas del kirchnerismo y también de algunos cambios planteados por la sociedad civil, un menor dramatismo y agonismo en la construcción de alternativas políticas.
En conclusión: es sólo desde la política –como necesidad de acumulación de voluntades y no como mero posicionamiento ideológico- que es posible rescatar, escuchando y, dialécticamente, respondiéndole, que se recupera a los sectores coptados por la no política. Al Macrismo se lo supera, no sólo confrontándolo, sino también fagocitando algunas de sus promesas traicionadas.
Por lo demás, liberen a Milagro Sala.