El miércoles, Donald Trump puso en alerta rojo al mundo cuando tuiteó: «Prepárate Rusia, porque van a ir, suaves y nuevos e ‘¡inteligentes!». Se refería a un inminente ataque en Siria, unos días más tarde de haber anunciado que iba a ordenar el retiro de tropas del Medio Oriente.

La controvertida noticia de un ataque químico en la ciudad de Duma atribuido a las fuerzas del gobierno de Bashar al Assad -no comprobado por organismos neutrales- trastocó una política que parecía definida por el presidente de Estados Unidos. De inmediato, a Trump le aparecieron aliados dispuestos a secundarlo, como los mandatarios de Gran Bretaña, Francia, Israel y Qatar.

Sin embargo, un nuevo giro ahora hace pensar que el ataque que parecía inminente pasó a un segundo plano. La respuesta diplomática de Vladimir Putin fue que Rusia no se quedaría de brazos cruzados y entonces desde Washington se escuchó un «recalculando» bien fuerte desde otro tuit. «Nunca dije cuándo se llevaría a cabo un ataque a Siria», escribió ahora Trump. Pero los problemas internos que padece cada uno de los «cruzados» anti Al Assad no permiten avizorar que la opción de atacar Siria no esté en los planes cercanos.

El caso del polémico presidente estadounidense es el más notorio. Desde que llegó a la Casa Blanca, el 20 de enero de 2017, y antes incluso, tuvo fuertes encontronazos con los medios hegemónicos y el establishment político de Estados Unidos por relaciones supuestamente oscuras con Rusia que le habrían facilitado el triunfo electoral de noviembre de 2016.

A esto se agregaron denuncias por sus relaciones -pagas- con una actriz porno.

El carácter desafiante del empresario inmobiliario no ayudó a la comprensión o la aquiescencia de la prensa, de modo que ambos casos fueron creciendo paralelamente y ahora parecen en un punto de eclosión.

Por un lado, agentes del FBI allanaron estos días la oficina de Michael Cohen, el abogado personal de Trump, para confiscar documentos que probarían el pago de 130 mil dólares a Stormy Daniels, que es el nombre artístico de la mujer que habría tenido un affaire en 2006 con Trump.

Al mismo tiempo, el presidente evalúa despedir al fiscal especial Robert Mueller, designado para investigar aquellas vinculaciones sospechosas con agencias rusas. Mueller se convirtió en un grano en las posaderas del mandatario, pero también es un alfil para sus opositores, entre los cuales también hay de su propio partido, que desde el Congreso buscan respaldar su gestión.

Theresa May enfrenta sus propios problemas internos. Por un lado, comenzó la cuenta regresiva para el Brexit y la situación económica de los británicos no es la mejor, lo que eleva las quejas de sectores políticos que quisieran rever la medida votada en referéndum. Ahora parece algo olvidado, pero la pequeña crisis desatada cuando se reveló que Cambridge Analytica, una empresa de márketing político, había manipulado información personal de usuarios de Facebook para torcer el resultado de la consulta golpeó fuerte en el 10 de Downing Street. La empresa también participó en la campaña en favor de Trump, para colmo de males.

La premier conservadora se montó en el envenenamiento de un ex espía ruso, Sergei Skripal, y de su hija Yulia, para acusar a Rusia de intentar un doble homicidio en su territorio y forzar un enfrentamiento diplomático como no se veía desde la Guerra Fría con Putin, que rechaza esas acusaciones. Una guerra en Siria sería otra forma de esconder los problemas, por eso fue la primera nación en proponerse para participar en un posible ataque en Siria, lo que alertó a la oposición, que pretende que no se haga nada sin consultar con el Parlamento.

El antecedente de la postura del laborista Tony Blair en 2003 para atacar Irak en 2003 no es un buen argumento de venta para May. Esa vez la excusa fue que Saddan Hussein tenía armas de destrucción masiva que nunca se encontraron.

En Francia, Emmanuel Macron viene cayendo en la consideración pública y enfrenta una huelga escalonada de los ferroviarios que empalmará con la celebración del 50 aniversario del Mayo francés. Sus reformas neoliberales son un trago difícil para una sociedad que había dado un cheque en blanco favorable en las elecciones porque prometía otra cosa.

En Israel, Benjamin Netanyahu no las tiene todas consigo. Está acusado por varios casos de corrupción y el fiscal Avijai Mandelblit lo tiene en la mira. La policía pretende que se lo impute pero por ahora la justicia solo quieren indagarlo. Los últimos ataques en Gaza no le dan la mejor imagen en el exterior y se sospecha que busca la forma de adelantar elecciones porque por ahora los números le dan para ganar, más adelante quién sabe. De lograr este objetivo, se dice que haría votar una «ley francesa», un proyecto para que el jefe de gobierno no pueda ser juzgado por delitos que no vayan contra la seguridad del estado.

Qatar, con fuertes diferencias con Arabia Saudita y el bloque arabista desde hace unos meses, comparte una preocupación impensada con Rusia. Putin acaba de ganar los comicios por más del 75% de los votos y su principal preocupación debería ser que el Mundial de Fútbol sirva para mostrar al mundo la realidad de país.

Pero la ofensiva del FBI contra la FIFA despertó sospechas sobre la designación de Rusia como sede para este certameny también por el de Qatar en 2022. Según las acusaciones, la monarquía habría pagado coimas para lograr los votos necesarios durante la gestión de Joseph Blatter.

El Emir Tamim bin Hamad Al Thani está vinculado al fútbol desde que fue sponsor del Real Madrid y es dueño del Paris Saint Germain. Su relación con Trump pasó de ser considerado sponsor también de grupos terroristas, cuando el presidente de EEUU apoyaba a Arabia Saudita, hace poquitito. Ahora pasó a ser su nuevo mejor amigo y hace dos díasse vieron en Washington.

En el medio, EEU le vendió misiles a Qatar por 300 millones de dólares.

Como se ve, en mayor o menor medida, cada uno de estos jugadores tiene cosas por ganar si la situación en Siria se vuelve más complicada. Se sabe que una guerra siempre galvaniza a una sociedad y a ella recurrieron mandatarios de toda laya a lo largo de la historia.

El riesgo es que esa necesidad termine provocando un incendio que envuelva a todos los países en una guerra de imprevisibles consecuencias. Putin lo sabe y por eso intenta poner paños fríos mandando a que sus jefes militares se pongan en contacto con los mandamases del Pentágono. La vocera de la cancillería rusa, María Zajárova, aclaró que el Kremlin no está de acuerdo en la diplomacia del tuit.