La crisis se siente en todos lados, pero golpea más fuerte en las orillas, en zonas como José C. Paz, Isidro Casanova, Quilmes o cualquier pueblo del interior alejado de los centros prósperos. En ese contexto, el consumo cultural es uno de los primeros ítems que se recortan. Un indicador abstracto, aportado por una encuesta del Ministerio de Cultura de la Nación, señala que, en términos generales, la asistencia a recitales disminuyó considerablemente en los últimos años. En 2013, por ejemplo, un 34% de la población había asistido a algún espectáculo de música en vivo durante el año, mientras que en 2017 esa proporción fue del 22 por ciento. Entre las personas que dejaron de asistir a esos eventos, siete de cada diez pertenecen a sectores socioeconómicos medios y bajos.

Los «bailes» de música tropical, al tope de las preferencias de las clases populares, sufren la sangría de público, obligando a productores y artistas a pergeñar estrategias de supervivencia. Una realidad distinta a la promocionada «experiencia» de los festivales internacionales estilo Lollapaloza, con entradas que cuestan el equivalente a un salario mínimo y bancos como sponsors.

«Como en cualquier crisis, donde primero va a repercutir es en la clase baja, que es de la que se nutre el ambiente de la música tropical. No se puede dejar de pagar los impuestos, no se puede dejar de comprar comida, entonces lo que queda es recortar la diversión. Ya nadie va a bailar todos los fines de semana. Con suerte, en el mes se va dos veces», cuenta Pablo Serantoni, productor artístico de Pasión de Sábado, bastión histórico de la «movida». Serantoni habla de un «efecto sándwich» para describir la situación actual. «El aumento de los impuestos y la inflación lesiona el poder adquisitivo de la gente, que deja de ir a los bailes. A su vez, los dueños de los locales tienen que aumentar los precios de las entradas y los tragos porque a ellos también les aumentaron las tarifas y los insumos. El artista, por su lado, también aumenta su cachet porque tiene que pagarles a los músicos que piden cobrar más porque hacen menos shows y no les alcanza para vivir».

Históricamente, los boliches solían tener un show en vivo los viernes, dos el sábado y otro el domingo (eventualmente también los lunes si el lugar está de moda como ocurrió un tiempo con Pinar de Rocha y La Mónica). Hoy se contrata un «número fuerte» sólo el sábado y para asegurar una buena concurrencia se ensayan distintas promociones, como dejar que las damas ingresen gratis toda la noche o sortear un LCD para ver el Mundial.

En las provincias, el panorama no es mejor. Lo que antes era una manera de «oxigenar» a los grupos –después de Cromañón, los lugares para tocar en Capital y Gran Buenos Aires se redujeron drásticamente– ya no funciona, y los gastos de traslados –nafta, peajes, seguros de las combis– desalientan las contrataciones.

«Los artistas tropicales que quedan son sobrevivientes porque la gente no tiene una moneda, no va a los bailes y entonces los espacios de trabajo se van cerrando. Es un efecto dominó que arrasa con todo el negocio”, remarca Serantoni.

Época mala

A pesar de los números en rojo, transpirar en las pistas sigue siendo una actividad bastante extendida en el país. Según la Encuesta Nacional de Consumos Culturales que se dio a conocer la semana pasada, asiste a bailes, bailantas, bares y boliches casi un 40% de la población, una proporción muy similar a la que lo hacía en 2013 (44%). Sin embargo, otra vez una tendencia a la elitización de la cultura se corresponde con la estadística: la proporción de los asistentes de los niveles socioeconómicos altos casi duplican a los de los bajos (47% y 26%, respectivamente).

«Antes, en un local al que iban mil personas hoy te entran 400. A mí el trabajo me disminuyó un 40 por ciento. Tengo que bajar el precio hasta donde me da el costo. Como decía Perón, hay que desensillar hasta que aclare, porque el gobierno no te va a solucionar nada», se queja Néstor Rodríguez, representante de Amar Azul y Santa Marta. Para él, gigantes del Conurbano como La Matanza o José C. Paz son los que más sufren el ajuste y, por ende, los que tuvieron que elegir entre pagar la tarjeta o ver a su banda preferida.

«Nosotros somos uno de los sectores más perjudicados por la política de este gobierno. En primer lugar, cuando la gente está pasando por un muy mal momento económico, como yo considero que está pasando la mayoría del país, empieza a cohibirse, resigna las cosas menos necesarias y una de ellas es la diversión. Hablando con el dueño de un boliche muy conocido de zona sur, me dijo que un montón de clientes que iban viernes, sábados o domingos, ahora sólo eligen un día solo. Las cosas se empezaron a achicar en serio», avisa Horacio Gómez, mánager general de HO producciones que, entre otros, representa a Malagata, Los Iracundos y Gimena Rey.

«Llegamos a un lugar –cuenta Gómez– y de repente el dueño te dice que no le alcanza para pagarnos. Entonces terminamos bajando el precio para no quemar el lugar y para que no sea otra fuente menos de trabajo. Pero cada vez se está poniendo más difícil. Yo tengo 66 años, estoy en esto desde los 17, y te puedo asegurar que nunca hubo una época tan mala como la actual». «

Informe: Nahuel  Iribarren

Consumo cultural amenazado

La última Encuesta Nacional de Consumos Culturales buscó conocer el comportamiento de la población, indagando acerca del tiempo promedio de consumo o práctica, el grado de digitalización de los consumos culturales y el gasto en cultura, entre otros aspectos.

Con respecto a la asistencia a recitales, el informe destaca que casi el 50% de la población de los estratos altos concurrió a recitales durante 2017, contra el 9% de la población de niveles bajos. A su vez, el primer grupo casi no registró diferencias entre 2013 y 2017, en tanto que el último mostró una caída de 16 puntos porcentuales.

La encuesta también muestra que un 26% de la población que asistía a recitales dejó de hacerlo. Entre los principales motivos de la no asistencia se destacan, para los niveles socioeconómicos más altos, la falta de interés y de tiempo. En cambio, las limitaciones económicas fue el motivo más mencionado entre la población de los estratos más bajos.

Con respecto a la asistencia al cine, durante el último año, un 37% de la población que acostumbraba a ir a las salas de proyección dejó de hacerlo. Entre sus principales razones se destacan los motivos económicos (32%) y la falta de tiempo (26 por ciento).

El comportamiento en este rubro está asociado a la edad y al nivel socioeconómico. En ese sentido, cinco de cada diez jóvenes de entre 12 y 29 años suelen ir al cine. Lo mismo hacen siete de cada  diez personas de nivel socioeconómico alto.

También bajó la asistencia a los teatros

El grado de concurrencia a espectáculos teatrales suele aumentar con el nivel educativo y socioeconómico. Según la encuesta realizada por el Ministerio de Educación, en los relevamientos de 2013 y 2017 la proporción de espectadores fue mayor entre la población con nivel educativo superior y entre las personas pertenecientes a estratos socioeconómicos altos. Mientras que en 2013 el 19% de la población asistió al teatro, en 2017 sólo lo hizo el 11 por ciento.. Esto representa una reducción de poco más del 40 por ciento.

Funcionarios de Cambiemos, firmes junto a la electrónica

Gran parte del Gabinete macrista y otros funcionarios del gobierno nacional pasaron por el Lollapalooza, uno de los principales eventos musicales del año. Desde el jefe de Gabinete Marcos Peña hasta el exministro porteño de Modernización, Innovación y Tecnología Andy Freire. También estuvieron en el VIP del Hipódromo de San Isidro el ministro de Seguridad bonaerense Cristian Ritondo; el ministro del Interior Rogelio Frigerio; y Augusto Rodríguez Larreta, hermano de Horacio, el jefe de Gobierno porteño.