Pobre Cerebro fue el primer título que se le ocurrió a Sebastián Lipina cuando su nuevo libro aún era un proyecto. Dos palabras le alcanzaron para referirse a los efectos que la pobreza puede provocar a nivel cognitivo y, al mismo tiempo, expresar una suerte de lamento por el descuido del hombre ante el órgano que lo define como especie inteligente.

En un encuentro con Tiempo, días antes de la presentación de su trabajo, el reconocido investigador y director de la Unidad de Neurobiología Aplicada (CEMIC-CONICET), derribó algunos mitos alrededor del desarrollo del cerebro y destacó que, en ocasiones, las neurociencias pueden hacer mucho para revertir los efectos de la pobreza a nivel cognitivo y emocional. “Hay que tener mucho cuidado con el conocimiento porque podemos hacer mucho lío. Si decimos que si no comés bien durante el primer año de vida vas a ser un débil mental, estás privando de identidad a millones de chicos y planteás que ya no hay nada que hacer con ellos. Pero si vas a las evidencias sobre el déficit nutricional y su impacto sobre el desarrollo cerebral, te das cuenta de que no hay un solo nutriente y que no existe un concepto homogéneo. Hay muchos nutrientes que dependiendo de dónde falten y en qué momento falten, van a generar diferentes cosas. La irreversibilidad sobre este tema todavía no está clara”, explicó Lipina.

-¿Esa idea de daño cerebral irreversible entonces no es una verdad incuestionable?

–Precisamente, uno de los objetivos del libro es ir contra estos mitos. La intención fue poner sobre la mesa una consideración sobre lo que la pobreza le hace al cerebro y lo que podemos hacer nosotros por ese cerebro afectado, siempre basándonos en las evidencias que tenemos y en nuestro gran desconocimiento que es mayor que nuestras certezas. Eso significó trabajar en un libro para que los congéneres que están frente a esta desgracia no sean “ninguneados”.

–Un libro con una mirada política, en el que define a la pobreza como una violación a la dignidad humana.

–Exacto. También hay una buena definición de los teólogos de la liberación. Dicen que es pobre aquel que no tiene conciencia de que es un sujeto de derecho, o sea, que no puede lograr pelear por su dignidad porque no sabe que puede hacerlo. La pobreza no es un fenómeno natural, al que tenemos que mirar con caridad. Somos unos bichos que generamos inequidad. El homo sapiens es un animal que genera desigualdad y tira a la basura congéneres continuamente.

–¿Cómo se manifiesta el cuerpo frente a la pobreza y qué es el “eje HPA” que analiza en su trabajo?

–El HPA es un concepto viejo en medicina. Desde que se empieza a estudiar el estrés, los investigadores en neurociencias empiezan a ver que hay circunstancias ambientales que disparan un mecanismo de regulación que involucra distintas estaciones dentro de nuestro sistema nervioso. Cuando este estrés es crónico y por adversidad, ese sistema empieza a funcionar mucho y genera carga en los sistemas fisiológicos, en el corazón y en el sistema inmunológico. Provoca, entre otras cosas, una inflamación crónica.

–Por lo que dice, tampoco es cierto que si una persona se acostumbra al estrés, este deja de ser nocivo.

–No. Si un tipo te dice que hay que dejar de pensar en la próxima hora para reflexionar sobre un proyecto de vida, en la adversidad no me resuelve el estrés. Mi sistema cardiovascular sigue actuando. Es un reduccionismo muy grande, al servicio de una política perversa que se olvida que la pobreza genera todo el tiempo adversidad. Porque a vos te falta morfi, lenguaje, cuidado médico, que te miren con respeto. Y eso genera que tu estrés esté arriba, lo que provoca que se vaya enfermando tu organismo. Es un peaje continuo. La pobreza provoca enfermedad y muerte.

–En su investigación también habla del concepto de carga alostática.

–Es la fatiga continua de los sistemas fisiológicos por carga de estrés de este sistema HPA. Un tipo con estrés tiene más probabilidad de ir desgastando su sistema fisiológico, y se empieza a enfermar. No es normal que el organismo esté siempre inflamado. Hay momentos en que la carga alostática va generando dificultades para volver atrás, porque te va desgastando. Hay niveles de reversibilidad posibles, y hay otros que no son posibles.

–Pero comúnmente se cree que esta relación pobreza-cerebro no tiene marcha atrás.

–Creo que hay varias razones, algunas académicas y otras políticas. Lo biológico tiende a ser pensado como algo que no cambia, pero olvidamos que existe una epigenética, es decir, que los genes también pueden cambiar por el ambiente en el que se encuentran, y de hecho eso es lo que ocurre con una enfermedad. Un buen ejemplo es el cáncer, que también es producto de fenómenos epigenéticos y está a la orden del día. Además, desde la sociología hay estudios que analizan qué piensa la gente sobre las causas de la pobreza. Mientras algunos adjudican su origen a los propios pobres, con ese discurso que enfatiza que son pobres porque en realidad son vagos, otros adjudicamos la pobreza a la manera en que las instituciones plantean la vida social.

–¿Cuál es el abordaje que impulsan para mejorar esta situación?

–Es un trabajo multidisciplinario. Por ejemplo, creemos que el ambiente de crianza con su estrés es un factor que puede modificar el desarrollo cerebral por pobreza. Pero no podemos salir a decir qué hay que hacer porque no está claro. Al menos sólo desde la neurociencia. Desde otras disciplinas que hace mucho más tiempo están estudiando la pobreza infantil, como es la educación y la psicología del desarrollo, ya se vienen desarrollando políticas públicas en todo el mundo. Ya sabemos de qué se trata. La neurociencia puede aportar conocimientos para ajustar alguna cosa, pero no olvidemos que la política ya sabe lo que hay que hacer. «