Embrutecidos por la rutina, atontados por la costumbre, hemos terminado por familiarizarnos con lo sorprendente, como si estar vivos fuera la cosa más normal del mundo. La escritura de Juan José Millás nos devuelve la extrañeza perdida para mostrarnos qué cosa tan rara y tan absurda es existir. Leerlo es recobrar la filosófica perplejidad de la infancia ante un mundo que no tiene respuesta para ninguna pregunta.

Su última novela, Desde la sombra, cuenta la historia de un hombre que vive dentro de un armario, lugar desde el que observa la vida de una familia “normal”, si es que la normalidad existe. En ese claustro solitario que tiene algo de útero y de ataúd, despliega, sin embargo, una luminosa vida imaginaria que transcurre en un estudio televisivo donde es un entrevistado estrella reporteado por un animador famoso y celebrado por una multitud.

A partir de estos elementos Millás se las ingenia para que el lector, desde el principio al fin de la novela, recupere la capacidad infantil de poner el mundo entre signos de interrogación.

–Te escuché muchas veces hablar de armarios. Recuerdo que una vez aseguraste que todos los armarios del mundo estaban conectados, lo mismo que las vaginas. ¿De dónde viene tu obsesión por ellos?

–Así como hay novelas de las cuales es imposible recordar su origen o su instante fundacional, esta novela tiene dos instantes fundacionales muy claros. Uno de ellos está en mi propia infancia porque en el dormitorio de la casa de mis padres había un armario idéntico al de la novela. Es un armario en el que yo pasé muchas horas porque me gustaba encerrarme y permanecer allí. Era entrar en una dimensión distinta de la realidad que era menos hostil que la que había al otro lado del armario. Era un armario de los que llaman de tres cuerpos y en el cuerpo central tenía un espejo. Cuando yo enfermaba y no iba al colegio, por alguna razón que ignoro, mis padres me llevaban a su cama y pasaba el día allí. A veces me levantaba con fiebre y me veía en el espejo y era como si estuviera simultáneamente en dos sitios, en la cama y dentro del armario. Ese mueble fue tan importante que las primeras cosas que escribí fueron dos o tres cuentos de armarios, uno de ellos hablaba de las vaginas y los armarios. Los publiqué en periódicos y funcionaron muy bien. Aquello me estimuló. Me dije que allí había mucho material y tuve la idea de escribir un libro de cuentos cuyos protagonistas fueran armarios, pero luego me faltó la constancia. Pero hace unos tres o cuatro años me invitaron a firmar libros en un mercadillo . Al terminar fui a dar una vuelta por donde estaban los muebles antiguos, que me gustan mucho. Entonces me tropecé con un armario igual al de la casa de mis padres. Podría haber sido ese porque era idéntico. Eso me produjo un golpe emocional de unas dimensiones tremendas. Abrí la puerta, me vi en el espejo, lo miré por dentro. Regresé a casa ya tarde, me metí en la cama y allí empecé a imaginar que en realidad yo no había salido nunca de aquel armario y que todo lo que consideraba que había sido mi vida era una especie de fantasía, un delirio que había tenido dentro del armario. Ese fue el segundo momento fundacional porque comenzó a surgir la idea de alguien que se queda a vivir en un armario.

–¿Asistir sin ser visto a la vida de una familia es cumplir con el sueño infantil de ser invisible para poder verlo y escuchado todo?

–Sí, es un poco eso también. Es curioso porque ese es un sueño universal, pero en contraposición a ese sueño la gente tiene la ambición de ser muy visible, de ser famosa. Vive entre esos dos extremos y esos son los dos extremos entre los que se mueve mi personaje. Por un lado, se convierte en un fantasma y se relaciona con una familia como fantasma, pero por otro lado sueña con estar en un programa de televisión de enorme éxito. De modo que queremos las dos cosas siendo ambas absolutamente contradictorias, lo cual no es extraño porque el ser humano es un ser contradictorio desde el momento mismo en que nace, ya que nace para morir. Hablamos con mucha frecuencia de la fantasía de ser invisibles pero hablamos menos de la fantasía de tener esa fama barata que produce la televisión, quizá porque volverse invisible no da vergüenza pero volverse muy visible sí. Hay una especie de censura moral sobre eso.

–En el acápite del libro citás una frase de David Foster Wallace que dice que toda historia de amor es una historia de fantasmas. ¿Por qué?

–Pues porque los enamorados no se relacionan con la persona real sino con la persona que imaginan. Y por eso el amor es un malentendido porque no te estás relacionando con una persona real sino con la que estás fantaseando. Por eso es tan difícil pasar del enamoramiento al amor, porque en el enamoramiento el ser amado está lleno de atributos fantásticos, entre otras cosas porque, cuando te miras en él, tú también eres fantástico. En el amor, que es la segunda etapa, tienes que querer al otro no por lo que tiene, sino por aquello de lo que carece. Por eso hay mucha gente que se queda siempre en la primera fase. En la segunda, en cambio, tienes que aceptar que tienes limitaciones, que no eres omnipotente, que no eres todopoderoso y eso es muy difícil de aceptar. El enamoramiento es un caso muy específico y muy simbólico de esto que le pasa al ser humano que, sin darse cuenta, trabaja más con la fantasía que con la realidad. Por eso suelo decir que en nuestra vida son más importantes las cosas que no nos han ocurrido que las que nos han ocurrido. Son más importantes las cosas que hemos imaginado que las que nos han sucedido en la realidad. Sin embargo, las biografías cuentan solo las que nos han sucedido, aunque la imaginación forma parte de la realidad como los sueños.

–¿Tus fantasías son tan precisas escenográficamente como las del personaje?

–Cuando tengo una fantasía en la que yo intervengo están bastante cuidados todos los detalles. Uno hace la escenografía, construye los diálogos, hace todo. Pero esto le sucede a todo el mundo. Otra cosa es que seamos conscientes de que lo hacemos. Estamos imaginando todo el día. En la calle, en el metro, en el autobús, todo el tiempo estamos hablando con nosotros mismos. Lo que sucede es que no somos conscientes de esta situación y menos aún del método que utilizamos para hablar con nosotros. En esta novela se me planteó un tema técnico que era cómo utilizar el monólogo interior sin recurrir al monólogo interior tradicional, que ya está demasiado gastado y se ha utilizado de un modo masivo y no siempre con acierto durante el siglo XX. En ese sentido, Joyce les hizo mucho daño a todos sus imitadores. Como la novela pasaba sobre todo dentro de la cabeza del personaje, tenía que encontrar el modo de entrar en su cabeza. Entonces se me ocurrió la idea de que lo entrevistaban para un programa televisivo. De movida esto tenía algo interesante que es que esa vida imaginaria en la que es una estrella de la televisión lo compensa de la vida solitaria y de poco reconocimiento que tiene en la realidad. Ahí están los dos extremos de los que hablábamos antes. Luego me permitía dialogar mucho, hacer la novela ágil y por supuesto hacer muy legible todo lo que le pasaba por la cabeza a este hombre. Perdona mi inmodestia pero no me imaginé hasta qué punto estaba dando con un hallazgo muy importante, porque a medida que empecé a hacer entrevistas por el libro hubo gente que me confesó que el modo que tenía de hablar consigo mismo era precisamente ese, el de imaginar que lo estaban entrevistando en un programa de televisión o de radio, pero preferiblemente de televisión. Al principio me quedé muy sorprendido pero luego me dije que era lógico que fuera así porque el televisor es un aparato que funciona las 24 horas los 365 días del año. La mayoría de los programas masivos son de gente normal que va a conseguir sus 15 minutos de gloria. Esto ha generado una cultura en la que no sería nada raro que la forma de dialogar con uno mismo como si se tratara de una entrevista televisiva fuera masiva. Es posible que la gente que va silenciosa en el bus a su trabajo en realidad esté dando una entrevista en un programa de televisión.

–Vos escribiste un libro cuyo título es Los objetos nos llaman y el armario de esta novela es un objeto de tu infancia. ¿Cómo es tu relación con los objetos?

–Muy patológica porque los objetos me vuelven loco. Cuando veo un objeto que me gusta, daría el alma por él. A lo largo de la vida he ido rodeándome de una cantidad de objetos que, en su mayoría, son banales. No son valiosos desde el punto de vista artístico o económico. Por ejemplo, tengo una colección absurda de piedras que he ido recogiendo cuando paseo por un parque o por la playa en el verano. Una vez encontré una piedra que tenía la forma de un dedo pulgar. El parecido era espectacular, con la uña y todo. La recogí. Comencé a mirar y me di cuenta de que lo que más produce la naturaleza en piedras son dedos pulgares. Así empecé a encontrar dedos y los fui guardando. Hoy tengo una caja llena de dedos de piedra que pesa mucho. También tengo una colección de reptiles baratos de plástico. Me gustan mucho las lagartijas y los escarabajos. Veo un escarabajo de juguete y me lo compro. También tengo objetos más valiosos. He pasado por algunas tiendas de antigüedades y uno tiene la sensación de los objetos que venden tienen todavía algo de la sustancia de las manos por las que han pasado. Los objetos conservan durante mucho tiempo parte de la identidad de sus dueños. Tengo un objeto muy gracioso que muestra lo que son las casualidades de la vida. Una vez me hicieron una entrevista en mi casa. La entrevistadora estaba fascinada con todos los objetos. Entre ellos había dos Barbie falsas que me habían enviado de publicidad de una película de terror. La periodista dijo en su crónica que me gustaban las Barbie y que las coleccionaba. A los pocos días de que se publicara esta entrevista, fui a un programa de televisión en Sevilla. Hacia el final el presentador me dijo : “Sabemos que usted es un gran coleccionista de Barbie y para expresarle nuestra gratitud por haber venido al programa le queremos hacer este regalo.” Entonces aparece una azafata con una caja ovalada, preciosa. Adentro había una Barbie auténtica, maravillosa, una Barbie de colección. Además me hicieron una indicación que ahora, en relación con el armario y la novela, tiene gracia, porque me dijeron que no la sacara de la caja porque si la sacaba iba a perder valor. La tengo en mi estudio como uno de los objetos estrella porque estoy enamorado de ella.

–¿En el coleccionismo hay un afán de controlar el mundo? ¿Es algo parecido a tener las obras completas de un escritor, que es de las pocas cosas completas que se pueden tener en la vida?

–Claro, un universo concreto. Esta es la idea que transmiten las enciclopedias y yo soy muy aficionado a las enciclopedias y a los diccionarios porque me dan la idea de que allí está todo. La idea de que en diez o en 100 volúmenes –da igual– está el universo entero es muy loca. Fíjate en la Enciclopedia Francesa, que ha quedado como un monumento literario. Yo tengo muchas enciclopedias y diccionarios de todo: de química, de matemáticas, de psicología, de psicoanálisis…

–La misma sensación dan los catálogos porque permiten poseer todos los objetos de una especie.

–Sí, de hecho los catálogos de Ikea tienen un éxito enorme y cada año son una de las novedades literarias más esperadas por la gente (risas).

–Tu personaje lee manuales de uso.

–Sí y eso tiene que ver con lo que tú dices. El manual de instrucciones de uso te da la idea de que comprendes algo en su totalidad.

–Lucía, uno de los personajes de tu novela, sabe que hay una fuerza fantasmal en el armario de su niñez. ¿Qué es la infancia para vos y de qué modo creés que está presente en tu literatura?

–Creo que está muy presente aunque no de una forma explícita. Es que la infancia es un territorio en que ya pasó todo. Fundamentalmente somos exniños. «