El último martes más de 20 mil personas se dieron cita en Srebrenica, una pequeña ciudad de Bosnia-Herzegovina, para recordar a las víctimas de la peor masacre en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. En 1995 allí fueron asesinados alrededor de 8000 varones bosnio musulmanes. Entre los asistentes al cementerio-memorial, en este vigesimosegundo aniversario, se encontraban familiares, sobrevivientes y autoridades locales e internacionales. La ceremonia incluyó el sepulcro de 71 víctimas cuyos restos fueron identificados el último año.

El nombre de Srebrenica se ha convertido en una de las evocaciones más potentes del horror y la crueldad de la guerra en Bosnia, comenzada en 1992 tras la disolución de Yugoslavia (ver aparte). Hoy, en un país simbólica y materialmente divido por las consecuencias de aquel enfrentamiento, el caso es un ejemplo claro de las disputas por la memoria en una sociedad donde el pasado está siempre presente.

Srebrenica y la guerra 

El cementerio-memorial de las víctimas, construido en 2003, se encuentra en realidad en Potočari, una localidad que dista pocos kilómetros de Srebrenica. La elección del lugar no es casual. Enfrente se alza una antigua fábrica, que en 1995 era el cuartel general de los 450 soldados holandeses de las Fuerzas de Protección de la ONU (UNPROFOR) encargados de defender la ciudad, declarada «área segura» por el Consejo de Seguridad. 

Cuando el 11 de julio de 1995 Ratko Mladić, general de las tropas serbobosnias, encabezó la entrada a Srebrenica, la ciudad estaba prácticamente vacía. Parte de la población masculina había comenzado una huida a pie de casi 100 kilómetros a la ciudad de Tuzla. Exhaustos y emboscados en el camino, pocos lograron llegar.

Un segmento mayor de la población buscó protección en el cuartel general del batallón holandés. El comandante, al verse ampliamente superado en número y sin voluntad de iniciar un enfrentamiento, pactó la entrega de los habitantes con la condición de que serían deportados a otras regiones del país. Esto sucedió con las mujeres y sus niños pequeños. Los hombres adultos y los jóvenes fueron tomados prisioneros, y en los días siguientes, se los trasladó a diferentes sitios donde fueron ejecutados. Recientemente, un tribunal holandés encontró responsables a los soldados del batallón por la muerte de 350 hombres que se habían refugiado en el cuartel y fueron obligados a retirarse. Pese a que la toma de Srebrenica no se pergeñó en pocos días, ni la UNPROFOR ni la OTAN coordinaron una defensa eficaz.

El hecho significó una bisagra en la guerra de Bosnia. La toma gradual de conciencia de lo sucedido involucró con más decisión a la dubitativa comunidad internacional, y finalmente a fines de 1995 se firmaron los Acuerdos de Dayton, garantizados por Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea. La guerra finalizó y, consolidando las ganancias militares, se dio a luz a un nuevo Estado. Bosnia-Herzegovina quedó integrada por dos entidades: la Federación de Bosnia-Herzegovina, con mayoría de bosnios musulmanes y croatas, y la República Srpska, de mayoría serbia.

En el año 2004 la Cámara de Apelaciones del Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIY) ratificó un fallo de 2001, y determinó que en Srebrenica se había cometido un genocidio. Esto fue corroborado en 2007, con una decisión de la Corte Internacional de Justicia. Ante una demanda que había iniciado Bosnia-Herzegovina contra el Estado de Serbia, la Corte señaló la existencia del genocidio, pero se atribuyó su responsabilidad a las tropas serbobosnias. El Estado de Serbia fue juzgado culpable de no haber prevenido los hechos.

El año pasado el TPIY condenó a Radovan Karadžić, presidente de la República Srpska durante la guerra, por el crimen de genocidio. El juicio a Ratko Mladić todavía continúa. Además, desde 2005 la propia Corte de Bosnia juzga crímenes ocurridos en su territorio. Por el genocidio de Srebrenica, se condenó ya a 23 acusados.

Srebrenica y la(s) memoria(s)

En Bosnia las narrativas por el pasado son parte de una disputa constante. Las sensibilidades que se ponen en juego con las representaciones de un genocidio hacen que parte del debate en torno a Srebrenica se relacione con la existencia o no del mismo, y con lo que esa narración estaría ocultando. Las palabras nunca son solo palabras.

Milorad Dodik es presidente desde 2010 de la República Srpska, entidad en la que se ubica Srebrenica. Varias veces ha señalado que allí no ocurrió un genocidio. Como en otras latitudes, las cifras son motivo de controversias. En el memorial de Potočari se lee un cartel que habla de 8372 víctimas, aunque se aclara que esto «no es definitivo». Por el momento se ha sepultado a 6504 personas cuyos restos fueron identificados, mientras que se estima que hay más de mil desaparecidos. Dodik ha sostenido que la cifra real es menor. 

Por otro lado, Dodik también suele remarcar una cuestión que por lo general queda afuera de los recuentos más convencionales de la historia: la necesidad de juzgar crímenes contra serbios cometidos en Srebrenica en 1993. Por ello Serbia busca extraditar a un antiguo comandante bosnio musulmán. En este país el debate sobre Srebrenica se modificó en 2005, cuando salió a la luz un video que comprobaba la participación de soldados serbios. El Parlamento condenó la masacre en 2010 y se disculpó por no prevenir que suceda, pero no se la calificó de genocidio.

En octubre pasado fue electo como alcalde de Srebrenica Mladen Grujičić, integrante del partido de Dodik. Es el primer serbobosnio en ocupar tal cargo desde el fin de la guerra. Hace unos meses ante la televisión bosnia sostuvo que en Srebrenica hubo graves crímenes, pero sobre el término genocidio declaró que «no se puede negar lo que no ha pasado». El martes Grujičić encabezó un oficio religioso, pero no asistió a Potočari.

Sí debió intervenir para detener el intento de una agrupación nacionalista serbobosnia de construir una estatua en honor a Vitaly Churkin (el diplomático ruso, fallecido este año, fue el encargado de vetar en 2015 una declaración del Consejo de Seguridad de la ONU para condenar el genocidio en Srebrenica, por considerar que fomentaba la división). Por otro lado, en Banja Luka, la capital de la República Srpska, la policía prohibió una marcha para apoyar a Ratko Mladić.

Queda claro que los significados del 11 de julio dependen del lugar de Bosnia en que uno se encuentre.

Esto también se ve en los museos, espacios públicos de representaciones históricas. En Sarajevo, la Galerija 11/07/95, y el nuevo Museo de Crímenes contra la humanidad y genocidio se encuentran a pocos metros. En ambos Srebrenica ocupa un rol preponderante. Sin embargo, no hay mención a las críticas que investigadores han realizado sobre aspectos de la versión oficial. En el Museo de la República Srpska, en Banja Luka, de la guerra de los ’90 no hay referencias.

Qué se dice, cómo y qué no se dice Las representaciones así conformadas se vuelven irreconciliables. El antropólogo Ger Duijzings sostiene que ninguna narrativa está dispuesta a considerar el sufrimiento de los otros (más allá de las diferencias de magnitud de aquel). Y aunque la Corte de Bosnia ha venido juzgando soldados de todas las fuerzas militares, el apoyo político depende de qué nacionalidad tiene el acusado.

Vale una anécdota: un sobreviviente de Srebrenica que trabaja en un área estatal relacionada con la conmemoración de la masacre, le cuenta a Tiempo que en el comedor del edificio gubernamental en que se desempeña compartió una mesa con funcionarias serbobosnias. Le preguntaron dónde trabajaba. Luego de que respondió, ni ellas ni él volvieron a hablar el resto del almuerzo.

A Srebrenica se puede viajar con varias compañías que ofrecen un tour (el turismo de guerra es un emprendimiento en ascenso). Caminar por la ciudad es una experiencia que impacta. La destrucción sufrida hace dos décadas aún sigue presente. Los fondos que provee la Unión Europea, en especial Holanda (¿la culpa?), son vitales para sostener un pueblo que, como todo el país, se sumerge en el desempleo, la pobreza y la emigración. En 2014, una importante revuelta social contra la miseria común sacudió el país. Pero el paisaje político sigue dominado por los nacionalismos, y el futuro de Bosnia es incierto. 

El grupo bosnio Dubioza Kolektiv señala con ironía la situación actual: «Es difícil elegir cuando la elección es amplia, si es mejor ser musulmán, serbio o croata». «

El origen de la disolución y la limpieza étnica

La Yugoslavia federal y socialista fundada por Josip Broz Tito después de 1945 se constituía en seis repúblicas. Imaginadas como la autodeterminación de una nación específica, todas tenían minorías de otras naciones, y cada nación se distribuía en más de una república. Bosnia era ejemplar: musulmanes, serbios y croatas poblaban irregularmente el territorio, y no había una mayoría clara. Además había un porcentaje importante de yugoslavos, en tanto nacionalidad. 

Ante la crisis de la federación, en las elecciones realizadas en 1990 en cada república se constató el ascenso de líderes nacionalistas. Sin embargo los representantes de Bosnia intentaron por todos los medios preservar la unidad de Yugoslavia. La independencia en 1991 de Croacia y Eslovenia modificó la situación. Para los musulmanes y croatas, la única solución era la independencia. Para los serbobosnios, debía conservarse algún tipo de vinculación con Serbia. Finalmente, en 1992 Bosnia se independizó, y pese a las protestas contra la guerra, esta comenzó de modo implacable. 

Cada comunidad tuvo su ejército, y se involucraron tropas regulares y paramilitares de Serbia y Croacia, así como la ONU y la OTAN. Todos los bandos cometieron crímenes de guerra. Pero los líderes nacionalistas serbios y croatas aspiraban controlar un territorio ideal de poblaciones homogéneas. Así se retoma a fines del siglo XX el concepto de limpieza étnica. 

La guerra dejó más de 100 mil víctimas y 2 millones de refugiados.