Con el número cabalístico de 678 páginas, el fiscal federal Carlos Stornelli envió este mediodía un nuevo mensaje político-judicial: pidió la elevación parcial a juicio oral de la causa por las fotocopias de los cuadernos del chofer Oscar Centeno, pese a que todavía queda un largo trecho por investigar e imputados cuya situación procesal debe ser definida, entre ellos el empresario Sebastián Eskenazi, tal como lo ordenó la Cámara Federal.

El mensaje encriptado (y no tanto) de las 678 páginas es una curiosa coincidencia con una resolución de similar extensión que firmó el juez Claudio Bonadio al dictar el último procesamiento de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Justamente, se trata de la principal imputada por Stornelli, quien propuso que responda por el delito de jefa de una asociación ilícita en el futuro juicio oral.

Junto con la exmandataria fueron acusados por el fiscal –el paso previo a que el expediente pase a la etapa oral-  el exministro de Planificación Julio De Vido y su mano derecha Roberto Baratta;  los exfuncionarios Nelson Lazarte, Rafael Llorens, José María Olazatgasti, Rudy Ulloa, José Lopez, Juan Manuel Abal Medina y Hugo Larraburu; el propio Centeno y los empresarios Carlos Wagner, Ernesto Clarens, Gerardo Ferreyra, German Nivello, Oscar Thomas, Hernán Gómez, Fabián Ramón, Walter Fagyas, Carlos Mundin, Claudio Glazman y Juan Carlos De Goycoechea. La fiscalía también pidió mandar a juicio a Raúl Vertua, Angelo Calcaterra, Hector Sánchez Caballero, Armando Loson, Nestor Otero, Juan Lascurain, Alberto Taselli, Hernan del Rio, Aldo Roggio, Alejandro Ivassinevich, Benjamin Romero, Jorge Balan, Hugo Dragonetti, Hugo Eurnekian, Rodolfo Poblete, Enrique Pescarmona, Francisco Valenti, Osvaldo Acosta, Jorge Neira, Raul Copetti, Víctor Gutiérrez, Julio Álvarez, Rubén Aranda y Miguel Ángel Marconi.

Gran parte de los empresarios enviados a juicio están acogidos al régimen del “arrepentido”. A todos ellos, el juez Bonadio deberá correrles vista, es decir preguntarles si consideran que la investigación está terminada y aceptan comparecer a juicio, o si consideran que restan medidas de prueba, o bien si en este estado de la investigación peticionan ser sobreseídos sin llegar a la etapa de debate. Lo que opinen cada uno de ellos no es vinculante y, de hecho, quien resolverá en primera instancia será el propio Bonadio.

El expediente está encaminado al juicio. ¿Cuándo? Es imposible determinar una fecha aproximada, porque está abierta una instancia procesal que, en casos extremos, podría demorar muchos meses la radicación del expediente en un tribunal oral que todavía ni siquiera fue sorteado.

En esta primera etapa del juicio que se avecina fue excluida la empresa Techint. Pese a que dos de sus directivos, Luis Betnazza y Hector Zabaleta, están en similar situación que el resto de los empresarios (y, según la Cámara, dispusieron del patrimonio de la multinacional sin que lo supiera, ni lo consintiera, su dueño, Paolo Rocca, quien fue desprocesado). Para Stornelli es necesario profundizar la investigación previo a enviarlos a la próxima etapa.

Esa sola situación (hay muchas otras por definir) ya asegura, de por sí, que habrá más de un juicio por “cuadernos”.

“Tengo por cierto y demostrado que Cristina Elisabet Fernández, De Vido, Baratta, Wagner, Clarens, Lazarte, Llorens, Olazagaasti, Uberti, Centeno, Ferreyra, Nivello, López y Thomas integraron una asociación ilícita, que desarrolló sus actividades al menos desde el mes de mayo del año 2003 y hasta el mes de noviembre del año 2015, y cuya finalidad fue organizar un sistema de recaudación de fondos para recibir dinero ilícito con el fin de enriquecerse ilegalmente y de utilizar parte de esos fondos en la comisión de otros delitos”, aseguró el fiscal rebelde.

Con relación a Cristina Elisabet Fernández se encuentra acreditada su intervención en dicha asociación ilícita en carácter de jefa, rol que también cumpliera Néstor Carlos Kirchner, respecto de quien se declaró extinguida la acción penal por muerte y consecuentemente se dictó su sobreseimiento”.

“La organización de la asociación se encontró a cargo de De Vido, Ministro de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios; Baratta, Subsecretario de Coordinación y Control de Gestión del Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios; Wagner, Presidente de la Cámara de Construcción y Presidente del directorio de la firma ESUCO S.A.; y Clarens”, sostuvo Stornelli. Y agregó: “Cada uno ellos, desde los roles que ocupaban, actuaron en su establecimiento y ordenamiento, y se encargaron de organizar el funcionamiento del sistema recaudatorio antes descripto, incluso en algunos casos participando activamente en los actos de recaudación”.

Tras una larga descripción de los hechos y de la prueba recolectada, Stornelli concluyó que “cada pago y/o acuerdo venal constituyó un hecho delictivo autónomo con relación al otro, configurando una renovación en cuanto al perjuicio del bien jurídico y, por ende, un nuevo cohecho. Este aspecto se vio reflejado en el expediente, en función de que sus integrantes realizaron múltiples planes delictuales durante doce años, a través acuerdos de corrupción entablados con empresarios. Y cada uno de ellos fue realizado para que funcionarios públicos realizaran algo determinado con relación a sus capacidades intrínsecas”.

El fiscal incorporó a la descripción de los hechos la curiosa versión del chofer Centeno sobre qué pasó con los cuadernos. Es un extracto textual y hasta ahora poco difundido de su declaración: “Yo le pedí a Bacigalupo (un policía amigo a quien supuestamente le había entregado los originales en custodia, ndr) que me los devuelva porque en una oportunidad voy y me dice que se los había dejado a un amigo por si le pasaba algo. Él pensaba que por la amistad que teníamos por ahí nos relacionaban y quedaba comprometido, por lo que se lo dio un amigo. Ante ello yo les dije vamos a la casa de tu amigo ya, pero me dice que están en la Provincia de Córdoba. Le digo no me importa vamos ya a la Provincia de Córdoba y me dice se fue a Miami. Y le digo no importa alguien tiene que haber”.

Y agrega: “Ahí Bacigalupo me dice espera que consulto y llamó por teléfono no sé a quién. Supuestamente estaba llamando a la Provincia Córdoba. Luego de ello me contesta que mañana a las 9:00 hs. iba a estar la caja en su domicilio. Al otro día voy a las 9:00 hs y lo esperé junto con él a que viniera. Cuando llega el supuesto amigo fue a las 12:00 hs. y le avisa que baje. Cuando sube y me da la caja estaba abierta, ante ello yo se lo recrimino y le digo si hizo negocio o fotocopias y él me contestó cuando vos entregas una caja a alguien en resguardo te la abren para saber si cosas raras o dinero. Y yo le vuelvo a decir porque la abrieron y él me volvió a repetir lo mismo que tenía que saber que había dentro por seguridad”.

Para entonces, y supuestamente en contra de la voluntad de Centeno, ya se había iniciado la “Causa Cuadernos”. El chofer describió: “Ahí me enojé y me fui gritándole que había hecho negocio con los cuadernos. Luego lo llamo por teléfono a las dos cuadras y le dije para ver que me decía que faltaba un cuaderno e hiciste negocio, se lo repetí varias veces hasta que me dice ándate o te cago a tiros. Y ese fue el último contacto que tuve con él pues yo traté de hablarle por teléfono y mensajes pero no me contestaba”.

No hay constancias de una denuncia por amenazas, ni tampoco el fiscal Stornelli –a lo largo de toda la investigación- promovió una investigación contra Bacigalupo por ese hecho, que dio por acreditado.

“Luego de ello –añadió Centeno- agarré los cuadernos que estaban en la caja y los puse en la parte superior de un ropero que está en mi dormitorio entrando a la izquierda en la esquina debajo de las carpetas de servicios que pagué. Una tarde de mayo de este año aproximadamente vino mi amigo Miguel Córdoba con su esposa Juana, de quién no recuerdo su apellido, a tomar unos mates. Yo ahí aprovechando un momento que estaba sólo con Córdoba le relaté los cuadernos que tenía, donde yo anotaba cosas muy comprometidas y lo que me había hecho Bacigalupo. Y le comenté que los iba a quemar a lo que él me señaló que sería conveniente. Así me levanté busqué la caja con los cuadernos me fui al fondo dónde está el quincho y en la parrilla los rompí uno por uno los amontoné y los quemé. Me quedé atizando el fuego hasta que se terminaron de quemar y Miguel Córdoba me miraba desde la puerta de la cocina que está cerca”.