La segunda temporada de Stranger Things ya está entre nosotros. La serie que apunta a convertirse en el Harry Potter de la generación Z (el libro/película de J.K. Rowling sin dudas lo fue de los millennials) da testimonio del crecimiento de sus protagonistas, pero más que nada busca acompañar el crecimiento de sus seguidores y sumar nuevos. 

Para eso introdujo una serie de personajes que pretenden ampliar empatías. Así están Max (niña de 13 años a la que se promocionó como alguien mucha confianza en sí misma, interpretada por Sadie Sink), Billy (hermanastro mayor de Max, algo violento) y Roman (una treintañera algo anticipada al tiempo de la serie, los años 80). Pero sobre todo Stranger Things trae una mayor relación con adultos de otras características, no porque sean más extraños que los anteriores, sino porque los niños crecen y se los comienza a ver de otra manera.

Estos chicos ochentistas descubren que quienes hasta ayer nomás eran sobre todo padres, tíos, amigos de los padres, ahora también son –sobre todo– adultos. Y eso trae alguna que otra decepción (cuando no una catarata), y también, aunque menos, alguna ilusión de que el futuro sea como se imagina en esos años. De hecho, el eslogan de presentación de esta segunda temporada fue: «Un año después del regreso de Will, todo parece haber vuelto a la normalidad, pero algo tenebroso acecha bajo la superficie y nadie en Hawkins está a salvo». Nada más tenebroso y misterioso que un adulto en los primeros años de adolescencia. 

Pero, al menos para Netflix, Stranger Things es bastante más que la ficción con la que pretende mantener su exitoso presente. Por ahora, como se dice, tiene la vaca atada. Superó los 100 millones de suscriptores en el planeta hace poco y en la reciente Semana de la Moda en París, Louis Vuitton presentó prendas con motivos de la serie para su colección Primavera-Verano 2018. Pero si algo destacó a la compañía desde sus comienzos y por eso la hizo sacar ventaja de sus competidores cercanos (incluso superar en muchos casos a quienes parecían los verdaderos dueños del negocio audiovisual), es realizar buenas lecturas coyunturales a fin de estar, al menos, medio paso delante de los demás.

En ese sentido, Stranger Things es también el inicio de Netflix en los llamados aftershows o making off, algo que si bien ya había hecho para 13 razones (otra apuesta fuerte de este año, también con un target definidamente adolescente), no son iguales: el de 13 razones es de una sola emisión, y Beyond Stranger Things –tal su nombre– tiene siete episodios. En él, el actor, escritor, productor y fan reconocido de la serie, Jim Rash, hace de presentador y aparecen los actores Millie Bobby Brown (Eleven), Finn Wolfhard (Mike), el productor y director Shawn Levy, y los creadores, los hermanos Matt y Ross Duffer. Significa también que Netflix extiende sus producciones a más allá de ficción y documentales. 

Sin embargo, todo esto garantiza el momento pero no el mañana. Los anuncios de varios grandes estudios de Hollywood de ingresar al mundo del streaming y la competencia de otras plataformas hacen prever que nada seguirá tan tranquilo. Por eso la inversión actual no sólo incluye la invitación a Andrew Stanton, un histórico de Pixar (participó en la escritura de la saga de Toy Story y dirigió Bichos, Buscando a Nemo y Wall-e) para que esté al frente de los capítulos cinco y seis, sino también, y como apuesta más grande, a un intento de revivir el concepto de fidelización que la explosión tecnológica de los últimos años parece haber pulverizado. Se hace necesario entonces, al mismo tiempo que despertar expectativas, dar algunas certezas.

Es así que los hermanos Duffer, sus creadores, dijeron al sitio Vulture que es seguro que habrá una tercera temporada y tal vez una cuarta, pero no mucho más. «Estamos planeando que será una historia de cuatro temporadas y ya. […] No sé si podamos justificar que les suceda algo malo cada año.» Toda una definición que admite como lecturas, entre otras, que el terror no se puede prolongar todo el tiempo si se quiere ser masivo, y que la fidelización, entre la generación Z, en principio tiene menos duración que entre los millennials, la última generación surgida de un siglo analógico. «

El atractivo de los mundos anormales

Por Aleja Páez

Experimentación con humanos, vida en dimensiones desconocidas, ciberterrorismo, invasiones zombies y el dominio de las máquinas son algunos de los temas recurrentes en las ficciones más populares.

Aunque no es novedad que la TV aborde mundos distópicos, sí lo es la masividad de contenidos sin finales felices y la ponderación de la bondad como figura protagónica. Ese fenómeno es parte del legado de las series como formato rey en la industria, pues, en un contexto de sobreproducción, se generaron espacios para nichos temáticos relegados en el pasado.

Sin embargo, más allá de la intención de la TV por mostrar temas antes atípicos, hay argumentos de orden simbólico para entender el éxito de este fenómeno. El gran público se ve cautivado porque aquellos mundos anormales permiten un paralelismo con la realidad que atravesamos, caracterizada por crisis diversas, devastaciones climáticas, virus desconocidos, escaramuzas de conflictos nucleares e hiperdependencia de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación).

Se abone o no a las teorías conspirativas, el gran atractivo de estas ficciones radica en que referencian al mundo actual como una especie de precuela de esos futuros devastadores de la pantalla.