Jorge Taiana fue vice ministro de Relaciones Exteriores entre 2003 y 2005 y canciller desde entonces y hasta 2010. Participó por lo tanto de una época dorada para la integración regional latinoamericana. Fue en estos años que se dio un nuevo cariz al Mercosur y se iniciaron las tareas de ampliación, con el ingreso de Venezuela. Se creó la Celac y la Unasur, dos organismos sin participación de Estados Unidos, y se puso fin al ALCA, el plan de Mercado Común a la medida del Consenso de Washington.

Hoy la región vive otro momento histórico. Venezuela fue separada del Mercosur y seis países sudamericanos, entre ellos Argentina, anunciaron que suspenden su membresía en la Unión de Naciones Suramericanas, la entidad que surgió en 2008 a partir de la Comunidad Sudamericana de Naciones. Sin embargo, no hubo un gran revuelo tras estas manifestaciones de abandono de políticas que eran de Estado. De estos «olvidos» y de su implicancia para los países latinoamericanos habla Taiana en esta entrevista con Tiempo.

-La mayoría de la gente no tiene la menor idea del Mercosur y Unasur. Se perdió la noción de lo que implicaba un organismo regional donde no participara EE UU. ¿Qué fue lo que pasó?

-Me parece que lo que perdió impulso por un lado fue la integración. La integración no sólo como una vieja aspiración de la Patria Grande sino como un camino, una estrategia para resolver buena parte de los problemas que tenemos en el país. Y eso es algo que no solamente está vigente sino que está mucho más vigente. Si antes la integración era una opción, hoy me parece que es una necesidad si queremos aspirar a un desarrollo sustentable, lo cual en este mundo globalizado, financierizado y de grandes corporaciones no es una tarea sencilla. Paradójicamente esa importancia de la integración que fue muy alentada en la primera década de este siglo por un conjunto de presidentes y que llegó a cambiar el Mercosur y a ampliarlo y a generar la Unasur y al Celac, ese impulso está en parte perdido y en parte no tiene visibilidad. Se ha perdido el apoyo notorio de la opinión pública.

-¿Por qué?

-Por varias razones. La crisis financiera, económica y social que se desató desde el 2008 a nivel mundial -que ha vuelto sobre América Latina y se ha sentido mucho más en estos últimos años- ha hecho detener en buena medida a los gobiernos que la impulsaban. El proceso de integración se ralentizó, perdió fuerza. Al mismo tiempo se ha desarrollado una campaña política y mediática que tendió a plantear todo el proceso de integración como una serie de decisiones políticas e ideológicas que no tenían ninguna importancia y que nada tenían que ver con los intereses de los países o de los argentinos. Se lo planteó como una opción ideológica. Veo en muchos comentarios de sectores medios, en el sistema electrónico, sobre la noticia de que seis países suspenden su participación en Unasur: «bueno pero esa era una cosa que habían inventado (Lula da) Silva, (Hugo) Chávez, (Néstor) Kirchner». Lo ven desde una visión muy pequeña, muy chiquita y sin ninguna perspectiva. En parte uno podría pensar que también esta pérdida de entusiasmo en la integración es en cierta medida refleja el mayoritario y masivo crecimiento del individualismo en las personas, en la sociedades y en los países. La idea de que «acá tenés que salvarte vos». Y eso pasa por lo personal pero también por el país individualmente. «Acá tenemos que salvarnos nosotros». Toda otra idea de buscar potenciarse con la ayuda de los otros no está vista ni como muy posible ni como conveniente. Ese es un debate por un lado político, pero también es un debate diría filosófico. Hoy estamos en la región en general en un momento en que los principales medios y las fuerzas políticas que llegaron al poder, los grandes intereses de poder, están insistiendo en el individualismo y en la solución individual, para las personas y para el país. En ese marco obviamente que los esfuerzos de integración, que son complicados, pierden visibilidad, pierden apoyo y quedan como una especie de aspiración abstracta o infantil.

-Lo curioso, al menos en el caso de Argentina, es que la dirigencia política, incluso en el oficialismo, es consciente de que sin Brasil nuestro país no tiene futuro. Hasta los ejecutivos que forman parte del gobierno y el propio presidente tienen vinculaciones o empresas en Brasil. ¿Cómo se entiende esto?

-Ellos ven un tipo de integración. La piensan desde la perspectiva de lo que fue el comienzo del Mercosur en los 90. Lo que se llamaba el «regionalismo abierto», que es básicamente sólo una integración comercial y de las grandes empresas y el sector financiero. Y de hecho para lo único que mantienen el nombre Mercosur es para tratar de lograr un acuerdo con la Unión Europea. Que va a ser un acuerdo, y eso es algo que todos los que estudiamos el tema lo estamos viendo, que si se firma en las condiciones en que estamos, va a ser muy desfavorable para los países del Mercosur; para Brasil y también para la Argentina. Lo que pasa es que este grupo gobernante, más allá de algunos negocios particulares, está muy identificado con algunos rasgos generales del proceso capitalista mundial. Y eso tiene que ver con la financierización, el desarrollo de las grandes corporaciones. El señor (Mauricio) Macri ha sido directivo de una empresa como Sevel, que era Peugeot-Fiat. Y hoy no hay duda de que la negociación que están haciendo con la UE por la industria automotriz va a hacer que buena parte de la industria argentina del sector termine desplazándose a Brasil y nos quede posiblemente la especialización en las pick-ups. Y de autopartes ni hablar.

-¿Sería otra forma de integración?

-Exactamente. Sería la producción en distintas partes, algo que tiene que ver más con la globalización que con una integración pensada para lograr un desarrollo sustentable. Es una integración que supone una gran reprimarización sin un desarrollo de cadenas productivas o de valor que transformen a la región en un espacio con fortaleza, con posibilidad de negociar con alguna fuerza contra los otros espacios que se están creando y que son más poderosos.

-Lo curioso es que para este eje globalizador del que estamos hablando, con Macri y Michel Temer en el poder, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca no sería una buena noticia. Con Trump no tienen ninguna para ganar, como se ve con el biodiesel o los limones.

-En ciertos términos es claramente contradictorio lo que ocurre. Por eso en el caso argentino es tan evidente en los pasos de contradanza que da el gobierno, que hace una cosa a favor de los Estados Unidos, mientras ellos hacen exactamente la otra. Por ejemplo, hacen una reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que abre el presidente destacando la importancia del libre comercio. Y el representante de EE UU dice la OMC no sirve para nada, es una porquería y que lo peor es el órgano de resolución de controversias. Algo que si lo miramos en la perspectiva de un país en desarrollo, para lo único que ha servido la OMC es por el mecanismo de solución de controversias. Estos gobiernos intentan una propuesta en un mundo que va hacia otro lado. Lo que pasa es que esa aparente contradicción en el fondo no es tal. Lo sería si ellos buscaran el desarrollo sustentable del país y su socio en el modelo neoliberal no responde como debiera hacerlo. Porque vemos que le rechaza el biodiesel, que son 1300 millones de dólares, y nos venden cerdos pero siguen sin aceptar la carne. Sin embargo, lo que parece que es central para el gobierno es el desarrollo de cuatro aspectos que para ellos son centrales y pasan por otro lado.

-¿Cuáles son esos aspectos?

-En primer lugar el aspecto financiero. En segundo lugar la industria agroexportadora, hidrocarburos o energía en un sentido más amplio, y turismo. Eso es lo central en este gobierno. Y por supuesto, el endeudamiento.

-¿Pero en lo que hace a la industria agroexportadora no somos competidores de EE UU?

-Somos competidores pero en terceros mercados. Al contrario, ahora estamos trayendo soja de EE UU para favorecer a la industria de la molienda.

-¿El endeudamiento también formaría parte de ese proyecto financiero del gobierno?

-Es lo que están haciendo. El gobierno acaba de gastar 1400 millones de dólares para sostener la moneda. ¿Cómo siente a eso el gobierno? Es un récord extraordinario, lo que pasa es que los que están fugando el dinero son ellos mismos. Son sus empresas, son sus socios, son los que están en el gobierno. Es como el debate por las tarifas. Yo miraba el debate en Diputados y para mí es un debate imposible. El gobierno quiere aumentar las tarifas porque los que quieren aumentar son los funcionarios, que son empresarios o empleados de los dueños de las tarifas. Ellos quieren ganar plata, y que los aumentos los paguen los usuarios, así de sencillo. Su pelea por aumentar las tarifas es una pelea por aumentar sus ingresos, por aumentar sus sueldos. Lo que es un escándalo es que los que están manejando las tarifas sean los dueños de las empresas, que en muchos casos son monopólicas u oligopólicas de prestación de servicios.

-Hay legisladores de todos los sectores que son también afines a esta política.

-Es verdad. De todas maneras creo que se va tomando un cierto impulso. Aunque en este debate aparecen cosas muy interesantes. Entre otras cosas, el presidente dice que consumimos mucha más energía que los otros países. Ahora, todo el mundo sabe que el consumo de energía per cápita es uno de los indicadores más importantes del grado de desarrollo y bienestar de una sociedad. Para el gobierno el asunto es al revés. Es como si dijeran «consumimos demasiadas calorías, comamos la mitad así gastamos menos en alimentos». Pero así vamos a tener una población más desnutrida. Esto es lo mismo. El tema pasa por disponer de energía a precios razonables. Y en este país eso existe.