Victoriano Menchaca es un trabajador de 35 años que llegó al equipo de la Red Textil Cooperativa (RTC) para alejarse de la tragedia. Allí se encontró con un grupo humano que le alivió el dolor de la pérdida. “Yo soy de trabajar sin parar, siempre fui igual. Entonces me refugié en eso para despejarme de lo que nos pasó”, recuerda.

Antes trabajaba en un taller clandestino en el barrio de Flores hasta que en 2015 murieron dos chicos –de 7 y 10 años– que quedaron atrapados en el subsuelo de la vivienda que funcionaba como taller. Eran sus sobrinos.

La historia de Victoriano es la más fuerte de muchas similares dentro del mundo textil, un rubro en el que las empresas abaratan tanto los costos que llegan hasta el trabajo esclavo. Según la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria (CIAI), en la ciudad de Buenos Aires, 25 mil personas trabajan en la informalidad y 5000 de ellas lo hacen en condiciones de esclavitud. Esta misma organización ya denunció a 112 marcas de ropa, por esclavitud y trata de personas en el país.

Los ejemplos de explotación se repiten. Y especialmente en las textiles que trabajan para multinacionales. Es el caso de Tessicot, donde se cose para las fábricas Nike y Adidas. En esa empresa trabajaba Román Mamani Rosales hasta que fue despedido en mayo de este año. “Cuando iba al baño un minuto de más, venía el supervisor a buscarme. La esclavitud del mundo moderno”, cuenta.

Como contrapartida a ese sistema, las cooperativas de la RTC priorizan la generación de empleos genuinos en condiciones dignas y trabajan contra los talleres clandestinos.

Detrás de las máquinas de coser, hay personas y un trabajo social de inclusión. En la cooperativa Diseños de mi Pueblo, en Vaqueros, Salta, las asociadas tienen el orgullo de tomar sus propias decisiones: “Somos una consecuencia de la necesidad. No teníamos idea de coser ni de cooperativismo, solo la necesidad de comer y un lugar para vivir. Y hoy yo elijo ser cooperativista por la libertad que me da este espacio”, afirma María Fernanda Marza, presidenta de la cooperativa integrada por mujeres que se juntaron para poder tomar posesión de unos terrenos.

La Fundación Pro Tejer asegura que la industria textil argentina crea 450 mil puestos de trabajo y mueve 3500 millones de dólares anuales. Y en un universo laboral hostil, precario y esclavizante, las cooperativas del rubro generan trabajo genuino a más de 1500 personas en las 72 empresas que integran la RTC.

Juan Gamarra estuvo 14 años preso y en la cárcel conoció a sus compañeros de Kbrones. Esa cooperativa textil, creada por personas en contexto de encierro para encontrar una salida laboral digna, cumplió con Juan un rol social clave y lo acercó a la RTC, donde trabaja en logística. “Cuando entré no sabía nada del laburo ni mucho menos de una cooperativa. Ahora sé cortar y estoy aprendiendo a coser. Acá tenés que saber hacer de todo porque así funciona”, dice Juan.

Para él, como para tantos, el cooperativismo fue –y es– un camino para reescribir su historia.