Blanca y radiante. Así luce la dragona albina Hobsyllwin en las entrañas de la Rural. Con dosis desparejas de sutil ferocidad y delicada belleza, la bestia recibe a las familias y curiosos que visitan Dragonland. «No, a mí estos bichos no me mueven un pelo, más me asustan los precios cuando voy al supermercado. ¡Pero mi nieta la vio y se pegó flor de julepe!», asegura Juan Manuel Ferrán, un abuelo estoico que se planta fiero frente al mastodonte, joya del bestiario montado este infernal verano en Palermo.

El evento lleva la firma indeleble del artista plástico argentino Ciruelo, bautizado por la crítica y sobre todo por el gran público como el «Señor de los Dragones». Porteño del barrio de Flores, radicado en Barcelona desde hace varias décadas y ciudadano de un mundo fantástico sin fronteras que sale de su propia imaginación, Ciruelo conquistó hace años el reino del Fantasy Art con su paleta creativa repleta de hadas, castillos y, obviamente, dragones.

«Hace tiempo que veníamos pensando una exposición sobre dragones, pero al sumar la obra de Ciruelo se alinearon los planetas. Es el referente mundial, el padre de la criatura», asegura Lucas Capalbo, coordinador de Akemusic, la productora responsable de la exposición que tuvo su debut triunfal el año pasado en París, donde la visitaron 75 mil personas. El show cuenta con 4000 metros cuadrados de recorrido, 29 dragones en escala monumental, 17 escenarios y una sala dedicada a las pinturas en lienzo y también en piedra –los célebres petropictos– del artista fantástico.

Dragones de agua, tierra y aire, de todas las épocas y geografías imaginadas, cobran vida gracias al aporte de la bestia reina del siglo XXI: la tecnología. «Usamos el sistema animatronics, que permite imitar al bicho en su escala de movimientos y sonidos naturales», resalta Capalbo, mientras a pocos metros un ejemplar de la especie Kwint Xent mueve la colita y emite un bramido primal, algo disfónico. «Veníamos de una experiencia con robots de dinosaurios –precisa el productor–, y este trabajo puntual demoró seis meses, con el aporte de diseñadores, dibujantes, ingenieros… fue todo un desafío recrearlos. Además, la idea que atraviesa la muestra es el edutainment, un concepto americano que fusiona educación y entretenimiento». La expo porteña –¡aclimatada con reparador aire acondicionado!– permite conocer las andanzas de estos seres mitológicos, sus hábitats, costumbres, psicología y poderes, además de las creencias y leyendas que los escoltan desde la antigüedad. Brevísimas sinopsis describen las escenas, con espíritu lúdico y goteo informativo. Edutainment en estado puro y duro. «Creo que la gente viene por el misterio –especula Capalbo–, por las ganas de verlos vivos. Hay cantidad de fans de los dragones. Yo no sé si existieron, pero ¿cómo se lo discuto a Ciruelo?».

La historia sin fin

Las historias de dragones atraviesan las mitologías de las más diversas civilizaciones, de los cinco continentes y los siete mares. Vikingos, celtas, mayas, chinos y hasta tehuelches dieron cuerpo a este ser alado, serpentino, de mirada penetrante y lengua viperina. Nidhogg para los nórdicos, la emplumada Quetzalcóatl azteca, el bravo Ryujin marítimo japonés y hasta el satánico Leviatán cristiano. En El libro de los seres imaginarios, Jorge Luis Borges escribió que «el dragón rige las montañas, se vincula a la geomancia, mora cerca de los sepulcros, está asociado al culto de Confucio, es el Neptuno de los mares y aparece en tierra firme». Shakespeare había observado incluso que hasta hay nubes con forma de dragón.

«A mí me llegan más por Smaug, el dragón de El Hobbit de Tolkien y sobre todo por Game of Thrones», cuenta Luciano, cocinero bonaerense y voraz degustador de series, al tiempo que recorre el espacio dedicado a la reproducción de las especies. Mamá dragona empolla con recelo a sus criaturitas, en una caverna que sería la envidia de Daenerys Targaryen. «Se ven muy realistas –se despide el chef– y por eso no pierden la magia».

Las cartas de Magic fueron las llaves que le abrieron a Patricia las puertas del reino de los dragones: «Aunque si tengo que ser más justa, el cine también puso su granito de arena. Me acuerdo de El Señor de los Anillos y de La historia sin fin», confiesa la dama llegada desde Caballito. Hincha incondicional de Ciruelo, en su casa atesora libros dedicados de puño y letra por el artista. También decenas de miniaturas de elfos, hadas y otros seres fantásticos. Su bestia favorita es Chimuelo, el protagonista del film animado Cómo entrenar a tu dragón. «Trabajo de cajera en un banco y lo tengo en el mostrador. Muchos clientes lo reconocen. Pero también, como dicen los chinos, creo que me protege y me trae suerte. Lo miro un rato y me salgo de toda la locura de los clientes que llegan dementes a cubrir el rojo de la cuenta corriente. Un rato de fantasía nunca viene mal».

Emanuel Paladini tiene una cuestión de piel con los dragones. Es de Vicente López, se gana la vida como tatuador y lleva con orgullo grabadas en su cuerpo dos bestias orientales que delineó con sus propias manos. «Acá se pueden ver muchos dragones europeos –dice Paladini, bien custodiado por tres fornidas gárgolas dignas de la Catedral de Notre Dame–, pero los orientales nunca pasan de moda». Luego deja ver un colorido ejemplar chino en su antebrazo y sentencia: «Tatuarse un dragón marca un punto de quiebre, un momento muy importante en la vida. Genera poder y la gente te empieza a mirar con respeto. Muchos se escrachan por una cuestión estética. Pero tatuarse un dragón no es para cualquiera».

Los lanzallamas

Ryu, Amphitere, Linworm, Amphisbaena, los nombres de dragón asustan. «Son todos muy lindos, pero este dragón negro me vuela la cabeza», afirma Roberto Vega, venido directamente de la cordobesa Jesús María para disfrutar de las obras de su admirado Ciruelo. Vega contempla en éxtasis el cuadro «híper-irrealista» del gigante oscuro y casi se le pianta un lagrimón: «Lo tuve tres años como fondo de pantalla en mi compu, tenerlo adelante es como tocar el cielo con las manos». El joven mediterráneo no tiene dudas: los dragones existen. «Quizá no con estas formas, que salen de la cabeza de Ciruelo. Si vamos al caso, está el dragón de Komodo, que es el reptil más grande del mundo. En Córdoba también tenemos: si te tomás cuatro vasos de fernet puro, en una de esas empezás a escupir fuego».

El fletero Rubén Valdez y su hijo Dante no dejan mole sin eternizar con sus celulares. «La verdad, no tenía ni idea quién era Ciruelo, me trajo mi pibe –confiesa el hombre de San Martín–. Al final me encantaron, me gustan los colores que tienen en las escamas, parecen cuadros, son una pinturita». Metalero de la primera hora, el transportista asocia la estética dragona con el mundo del rock. No se equivoca. Ciruelo llevó su arte a tapas de discos del violero Steve Vai, del Flaco Spinetta y hasta de Los Enanitos Verdes. «¿Si me gustaría tener un dragón como mascota? Tendría que hablarlo con mi jermu, pero seguro me sale un ojo de la cara darle de comer. Además, si se queda con hambre, me morfa vivo». «

La magia de Ciruelo en Buenos Aires

Gustavo Cabral, mejor conocido como «Ciruelo», nació en Buenos Aires el 20 de julio de 1963. Su carrera como ilustrador comenzó de muy joven, con colaboraciones en las revistas Humi, Humor Registrado, Uno mismo y Fierro. A los 24 años se radicó junto con su mujer en Sitges, Barcelona, y comenzó a trabajar para editoriales de España, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. En 1990 publicó su primer libro de ilustraciones, Ciruelo, y un año después, con El Libro del Dragón, su obra cumbre, pegó el salto que lo llevó a la cima del Fantasy Art. Luego llegaron Cuaderno de viajes, Luz, the Art of Ciruelo, Magia, The Ciruelo Sketchbook y Hadas y dragones. Expuso sus ilustraciones y petropictos en los cinco continentes y llegó a trabajar para George Lucas. En 2010 fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires.

LA MUESTRA

«Dragonland by Ciruelo» se podrá visitar hasta el mes de marzo en La Rural, avenida Sarmiento 2707. De 11 a 19 horas. Entrada general: $ 200; menores y jubilados, $ 150. Hay packs familiares por $ 500.