El agudo e imprescindible Diego Capusotto (junto con su compañero de escudería humorística Pedro Saborido, ¡cuánto los extrañamos!) reinterpretaron hace unos años a un entrevistador de tevé llamado Claudio Tepongo, que conducía el programa Vas a decir lo que necesito que digas. Especialistas en esa clase de humor que hace reír, pero a la vez genera dolor y reflexión, acertaron en la pintura de ese prototipo porque ciertos medios y redes sociales a los que estamos expuestos están colmados de personajes similares y, aún, peores.

El tipo convocaba a sus reporteados con la excusa de hablar de “su último libro” pero, invariablemente, terminaba agrediéndolos con afirmaciones falsas e hirientes, como que su interlocutor era drogadicto, homosexual o corrupto. Y si su invitado lo negaba o se fastidiaba, lo apretaba aún más: “Qué pena, te perdés la oportunidad de decir lo que yo quiero escuchar”. Eso sí: cada tanto el pichón de psicópata consultaba: “¿La estás pasando bien?”. Igual que Tepongo, muchos medios y periodistas, en serio, sin gracia alguna, fuerzan a más no poder el maltratado territorio de la realidad exponiendo tapas, títulos y noticias en desarrollo difíciles o imposibles de probar.

Hoy son demasiados los que, en abierta complicidad con intereses multimediáticos y empresariales, ámbitos judiciales, policiales y de inteligencia, preparan las condiciones de un menú informativo que vuelve un estropajo la intimidad de las personas. Lastimada por omisiones deliberadas, datos erróneos o indebidamente chequeados, conspiraciones extorsivas en forma de carpetazo y lisas y llanas mentiras, la tarea de informar y, en especial, el concepto de verdad periodística, atraviesa el momento de mayor tiniebla de su historia.

De la mano de esa degradación, expresiones como «mediático» o «mediática» reclutaron adeptos y significación. Los acontecimientos pueden construirse desde algún medio. Cualquier hábil productor tiene identificado en su agenda a su propio cuadro de honor de mediáticos, capaces de pegar el grito, soltar la lágrima, descargar el insulto cuando la ocasión lo exige o afirmar una cosa hoy y la otra, totalmente opuesta, mañana, con la misma boquita y sin ponerse colorados.

En la semana pregunté a especialistas de las ciencias de la comunicación cuáles eran los fenómenos que más los sorprendían y mortificaban del comportamiento de los medios y de aquellos que los consumen. Dijeron:

* “Entre que te inquietan con una noticia y los hechos la desmienten, transcurre un tiempo. En ese lapso, la información originó variados daños, amenaza, desesperanza. En cualquier caso, la desmentida o aclaración (si la hubiera) nunca tendrá el efecto de la publicación original”.

* “Para que la opinión pública considere que algo ha sucedido de verdad, hoy sólo se necesita la percepción del hecho y no que haya sucedido realmente”.

* “Los usuarios siguen a medios en tanto y en cuanto confirmen sus certezas. Esta modalidad coloca en duda el pacto de confianza entre los medios y sus seguidores. Ese contrato, basado en la credibilidad, está tan deteriorado que el público acepta creer hechos falsos aún a sabiendas de que lo son”.

En este clima fin de ciclo, y para colmo pandémico, dice el mexicano Juan Villoro: “En este mundo de espejismos tenemos que encontrar estrategias para recuperar la verdad. Porque, sin ella, no podremos vivir”.