En plena campaña de octubre pasado, cuando Cristina Fernández recorría estudios de radio y TV, en su novedosa estrategia electoral, la enorme mayoría de las preguntas, pretendidamente punzantes, recorrían similares senderos archiconocidos. Tal vez la más original fue la de Eduardo Aliverti, con ella sentada en los estudios de la 750, cuando le inquirió sobre qué porcentaje de poder real había podido sumar durante sus mandatos. La expresidenta mencionó un valor cercano al 20%, cifra que si bien podría entrar en entredicho, su precisión no es lo más significativo . 

Justamente, uno de los aspectos originales del gobierno de Mauricio Macri –el presidente que ejerce cuando no goza de sus recurrentes vacaciones y que, cuando está en actividad oficial, se empeña en bromear con su tema favorito, el fútbol– es que descansa en un poder real que sustentan otros: ni siquiera en los emblemáticos ’90 fue tan desembozado. Esos «otros» gobiernan fácticamente: familias –por caso, los Peña Brown– que, igual que una larga lista de CEOs, administran el Estado con la vista detenida en las conveniencias de las empresas en las que trabajaban (o trabajan); o los empresarios de los medios de comunicación hegemónicos que, con sus tapas, sus programas, sus noticieros, presionan para que se implementen medidas en su provecho o bien se dedican a reformatear conciencias. Y, por supuesto, los grupos económicos, locales o internacionales, que manejan los piolines gruesos y luego de un triunfo en las urnas –otra novedad–, se repartieron los estamentos del Estado para, al fin y al cabo, gobernar para una elite, para ellos mismos. 

Pocas veces la dirigencia política estuvo tan subordinada a esos intereses. Los que están con ellos sin vueltas; otros a los que reducen con plata, promesas de estrellato o carpetazos; y aquellos que se animan a desafiarlos, aunque hasta ahora no les hayan hecho sino algunas mínimas cosquillas. Muchos de esos dirigentes anuncian que se preparan para cuando cambie la vara, vaya paradoja, para cuando otra vez cambiemos. 

El tema será si, en ese entonces, el poder real seguirá en las mismas manos, en cuyo caso deberemos olvidarnos de cualquier cambio a favor de las clases más populares. En el mejor de los casos, la pregunta del millón es cómo hará la política para recuperar ese margen de maniobra, limitado sí, pero que al menos permitió generar algunas metamorfosis importantes durante los algunos tiempos anteriores a diciembre de 2015. 

Porque aprendieron la lección: cuando se retiren, si alguna vez lo hacen, van a dejar tierra arrasada. «