Tita era peronista. En su casa, bajo una tribuna de la cancha de Racing, el lugar donde nació y vivió hasta la muerte, Elena Margarita Mattiussi tenía fotos de Juan Domingo Perón y Eva Perón. Algo de eso se unía con la historia del club, con su propio techo, y con su padre, César, el hombre que cuidaba el césped, su jardín, y que guardaba una foto con Perón de los tiempos en los que el Cilindro todavía era un proyecto. El lado peronista de Tita es uno de los hallazgos de Marcelo Izquierdo en su libro sobre una de las mujeres mitológicas del fútbol argentino. El subtítulo puede entregar una excusa para recordarla este domingo 20 de octubre: «100 años de la madre de la Academia». A pesar de cierta confusión en la fecha de su nacimiento, Tita cumpliría esos cien años el 19 de noviembre. Su legado todavía es el futuro de Racing. Los juveniles que llegan de las provincias viven en Casa Tita. Y el predio que tiene su nombre es un orgullo de construcción colectiva –lo iniciaron los socios– y un ejemplo de trabajo semillero: de ahí salieron los últimos grandes jugadores de Racing.

La historia de Tita va en paralelo a Racing. Izquierdo, periodista con muchos años en agencias de noticias, con oficio de corresponsal en el exterior, también autor del libro Carcelero, sobre el club Lamadrid bajo la sombra de la prisión de Villa Devoto, reconstruye cómo César Mattiusi e Ida Dorigo llegan a la Argentina desde la Pavía di Udine, Italia, en 1913. Primero se quedaron en Villa Ballester, donde el padre de Tita consigue trabajo como quintero. Pero dos años después llegó a Racing a través de un aviso. Y cuatro años después, en 1919, mientras César se encargaba del campo de juego e Ida se ocupaba del lavado de la ropa del equipo, nació Titina, como la llamaban de chica hasta convertirse en Tita, una leyenda.

A diferencia de otras mujeres simbólicas del fútbol argentino, como Haydée Luján Martínez, la Gorda Matosas, hincha de River, o María Esther Duffau, La Raulito, hincha de Boca, Tita no fue una mujer masculinizada. Pero el relato del fútbol también hizo lo suyo con Tita: la maternizó. No es que la feminizó en un sentido sexual, la ubicó en el rol de madre. La madre de Racing. Y es cierto que la ternura de Tita, como la cuentan los futbolistas, y sus acciones, incluso con algún reto, la asemejan a una madre para ellos. Pero hay otros perfiles. Por eso, una de las varias virtudes del libro de Izquierdo es sexualizarla. Tita tuvo romances. Se enamoró de Alfredo Díaz, un lateral izquierdo rosarino que jugó en Racing y con el que mantuvo una relación que la acompañaría para toda su vida. Y quizá, sugiere Izquierdo, hubo más historias.

Otra virtud del libro publicado por ediciones Al Arco es exponer el machismo al que estaba sometida y cómo el mandato patriarcal del casamiento y el deber de tener hijos la persiguió en sus charlas con la prensa, que fueron muchas desde la década del cuarenta hasta su muerte, en 1999. Izquierdo relata cómo Tita se enfureció con una nota que le hizo la revista Racing en 1945, donde no sólo le intentan explicar de qué se trata el fútbol sino que le plantean por qué no se casa. El periodista llega al colmo de cerrar el artículo con un llamado al plantel: «¡A estimular al equipo para que sus integrantes piensen un poco en la Tita y otro poco… en Racing!». Tita recién tenía 25 años. Quizá cansada por ese tipo de artículos y por esas preguntas es que en un momento comenzó a responder que ella estaba casada con Racing y que los jugadores en algún momento fueron sus novios y en otros, sus hijos. Aunque de todos modos le insistieran, Tita no cedía.

–Si le dieran a elegir, ¿no preferiría casarse y tener hijos?– le preguntaron en una entrevista.

–Como no lo probé, no lo sé. A mí me gustaría repetir mi vida en Racing.

De joven, a Tita le gustaba salir con su amiga Coca Gatti. A pesar de ser de Racing, iba a bailar tango a Independiente, donde solía tocar la orquesta de Osvaldo Pugliese. Y desde chica que adoraba patear la pelota, probar arqueros con algunos tiros desde el penal cada vez que entraba al patio de su casa, la cancha. Ya grande, Tita vivía entre gatos y con un caballo, Cecilio, al que cuidaba con amor. Como cuidaba de los jugadores juveniles y también de los jugadores profesionales, a quienes les cocinaba, les hacía café, mate, todo con tanto cariño que el equipo de José, campeón del mundo en 1967, le pagó el pasaje a Escocia para ver el partido de ida contra el Celtic de Glasgow. De ese viaje queda un cruce de Tita con el actor Sean Connery en pleno vuelo. «La copa se queda en la Argentina», le dijo ella. Connery, escocés, estaba de acuerdo: era hincha del Glasgow Rangers.

Tita llegó a escribir una historia de Racing que hoy se encuentra en el archivo del club: «Apuntes sobre los orígenes y desarrollo del Racing Club». Y jugadores como Ubaldo Fillol le adjudican a Tita la capacidad de darle marco a la unión de los planteles. «En su casa se empezó a armar el grupo campeón de la Supercopa», dice. Ese título de 1988, 21 años después de la Intercontinental, fue el último placer de Tita. Lo que llegaría luego serían los noventa, la quiebra, y su muerte en una habitación del Hospital Fiorito. Ya había sufrido antes con el descenso. Y mucho antes había sido testigo de los fusilamientos en la cancha de Racing, la madrugada del 22 de febrero de 1977, durante la última dictadura. Es estremecedor el relato de un chico de las inferiores que le dice a Izquierdo que Tita esa vez le salvó la vida. Ella sabía de qué se trataba la represión. Su primo Pablo Hermes Dorigo fue secuestrado y desaparecido por un comando militar. En la historia de Tita está la historia de Racing y también la de la Argentina.