Desde el 13 de marzo, las clases fueron suspendidas en la universidad donde doy clases, aquí en Rio de Janeiro; primero por 15 días y después por tiempo indefinido. Las clases de mis hijos también fueron suspendidas desde ese día. En la semana siguiente, las reuniones de trabajo de mi mujer fueron canceladas. Desde entonces, estamos trabajando de casa y los chicos recibiendo algunas tareas de la escuela y divirtiéndose con sus amigos por la playstation y por el celular.

Las universidades federales, como instituciones con autonomía, suspendieron sus actividades a partir de la evaluación de sus grupos de trabajo sobre el nuevo coronavirus. Las clases de la escuela siguieron el decreto del gobernador del Estado de Rio de Janeiro que, así como el gobierno de San Pablo, el día 13 de marzo decretaron la suspensión de las actividades escolares y eventos colectivos. El anuncio en San Pablo fue realizado por el gobernador, al lado del Ministro de Salud de la nación. Desde entonces, el gobierno de Bolsonaro fue construyendo su posición en oposición a los otros: denunciando las medidas de cuarentena de gobernadores e intendentes y convocando a no parar Brasil. La versión tropical del análisis de Trump viene radicalizada con dosis autóctonas de preconceptos, manipulaciones y un irresponsable darwinismo social que espanta en su franqueza. Pero antes de entrar en esas cuestiones, ¿qué está pasando aquí cotidianamente?

Las calles están con poca gente, pero hay quien sale a comprar, andar y pasear con sus perros. Ningún comercio de mi barrio ha implementado medidas de distancia ni protocolos de limpieza y desinfección para sus clientes. Las filas en el supermercado son como las de siempre. Por decreto municipal, las ferias de frutas y verduras que suceden en las calles de los barrios fueron espaciadas a cada 15 días, en vez de ser semanales. En mi calle, hoy no debería haber feria y sin embargo montaron las bancas. Vinieron poquísimos puesteros.

En unas semanas sabremos el impacto que estas medidas, entre el aislamiento, el distanciamiento y la actividad normal han tenido en la propagación del virus. Hoy, sábado 28, son 93 muertos y 3477 casos confirmados. Los mensajes de colegas de servicios de salud no son muy alentadores. Hoy recibí la primera información de la muerte por coronavirus de alguien con cierta proximidad social.

Desde el día 17, los cacerolazos no han parado. Todos los días, entre las 20 y las 20:30, los gritos “Fora Bolsonaro!” “Acabou!” “Assasino!” se suceden en las ventanas, con los ruidos de cacerolas, pitos y otros instrumentos. El primer cacerolazo se marcó para el día 18 de marzo, cuando los funcionarios públicos junto a las centrales sindicales iban a parar y marchar en defensa del servicio y las empresas públicas, amenazados por propuestas de ley de reducción salarial, flexibilización y privatización. Con las medidas tomadas en varias provincias, los organizadores decidieron transformar la movilización pública en una manifestación desde casa. Pero las declaraciones de Bolsonaro del día 17 criticando a los gobernadores por parar la economía y caracterizando las reacciones como una “cierta histeria”, llevaron a que el cacerolazo empezase un día antes. Fueron como la gota que faltaba a la indignación que se había disparado el domingo anterior por la participación del presidente en las manifestaciones convocadas por sus seguidores – y por él mismo – contra el parlamento y el Supremo Tribunal Federal. La indignación, fuera de la pauta golpista del presidente y sus seguidores, creció cuando Bolsonaro decidió saludar personalmente a los visitantes, después de haber vuelta de un encuentro en Estados Unidos con Trump – el 4° desde que asumió la presidencia – y donde varios miembros de la comitiva se infectaron con el virus. Hoy son 23 infectados -entre secretarios, ministros, y asesores- y existe la sospecha de que el proprio Bolsonaro esté o estuvo infectado.

Desde entonces, parecía que el ministro de salud estaba yendo en la dirección contraria de Bolsonaro. Ahora, se ha sintonizado con su jefe, criticando las medidas de aislamiento implementadas por algunos gobernadores como “extremas”. Los hijos de Bolsonaro han ganado un protagonismo cada vez mayor en el manejo de la crisis, siendo los responsables de implementar la estrategia trumpista en tierras brasileras: culpar al Partido Comunista Chino por el virus, confrontar a los medios de comunicación, radicalizar la dicotomía (falsa) entre economía y salud, y convocar, junto a empresarios bolsonaristas, a volver a trabajar. La crisis está colocando en jaque la visión político-económica del gobierno: la sociedad es el mercado y el mercado se autoregula. Dejemos la autoregulación de la sociedad operar que pasaremos por esta crisis, como cualquier lluvia nos va a mojar: es una de las metáforas preferidas del presidente.

La falsa dicotomía de elegir entre salud y economía propuesta por el bolsonarismo para incendiar el país y pasarle la cuenta a los gobernadores e intendentes por la crisis económica que irá a venir revela, además de la irresponsabilidad política del gobierno, la incapacidad cognitiva de poder pensar que gobernar es dar cuenta de la salud y de la economía, especialmente cuando hay una situación de epidemia como la que estamos atravesando.

Mientras tanto, parafraseando a Chico Buarque, “tô me guardando para quando a epidemia chegar”.