Hubiera dado lo que tengo con tal de no enterarme de la existencia de la palabra hisopado. Mi amigo Fernando, que conoce mi afición por descubrir nuevos términos, me pide que cante pelito para la vieja y la sume a la colección. Le advierto que hay otras que se entrometieron igualmente y sin pedirnos autorización en nuestras viditas ahora recoletas: barbijo (o tapaboca), cuarentena, protocolo, fases, edad de riesgo, comercio de cercanía. ¡Lo bien que estábamos sin ellas!

Ignoramos casi por completo cómo seguirá esta novela de auténtico terror que convirtió a Stephen King en nuevo guionista de la factoría Disney. Este autor de best sellers debe estar preguntándose si habrá algo que provoque más miedo que esta realidad que mezcla, en dosis seguras, inevitables, enfermedad y muerte. En mi caso, mucho más terrenal, me pregunto otras cosas. ¿Tendremos para mucho con el chancleteo organizado en casa? ¿Qué nos pasará cuando volvamos a calzarnos los zapatos y salgamos a caminar las calles?  ¿De qué naturaleza (seguramente desconocida, y hasta temible) será el volver a transitar los espacios que dejamos vacantes?

En este 2020 inesperada y tristemente cuarenténico, también con algo de sabático, a todos nos tocó dejar algo colgado en el perchero del deseo. Los chicos dejaron de llenar las aulas, y, quién más quién menos, dejamos de ir a las oficinas, al centro, al médico, al teatro, a la cancha, a los cafés, a los bancos, a toquetear a los seres queridos. Dejamos casi todo lo imaginable y tangible y, consecuentemente, también fuimos abandonados por mucho de lo conocido, cotidiano y de referencia habitual. Cuando sea posible será imprescindible devolverle a estas diligencias comunes y corrientes condición de “actividad esencial”, otra expresión que hubo que sumar a la libreta de vocablos recientemente adquiridos.

Nos costará llegar a medir y entender cuál fue el costo personal y social de haber reducido al máximo, como nunca antes, los contactos personales. Y de haber tenido que aceptar –porque la disyuntiva que tantos se empeñan en ignorar es entre la salud y la enfermedad, y seguirá siendo entre la vida y la muerte– que todo aquello que hasta mediados de marzo requería de nosotros poner el cuerpo, de buenas a primeras se ha convertido en actividad puramente distanciada, mediatizada y digitalizada. Recién cuando lo del aislamiento sea un lejano recuerdo podremos evaluar si nos hemos transformados en flamantes ciudadanos de eso que denominan “nueva normalidad”. Y, entonces, empezar a contar qué fue lo que ganamos y lo que perdimos.

Pensaba en un diario como Tiempo Argentino. Casi seguro que un medio hoy puede hacerse a distancia, zoom va zoom viene, y terminarlo de ese modo de la primera a la última página. Pero se perderá lo principal: esa serie de acontecimientos humanos que nunca son noticia de tapa pero que representan lo mejor de las emociones. Desde los intercambios de alegría y decepción propios de una redacción a las chicanas típicas entre compañeros, de la discusión cara a cara, café o cigarrillo compartido mediante, a la adrenalina del cierre. Nada de eso puede ser comparado al ‘te lo mando a decir’ por video llamada. Ojalá que no sea cierto que el teletrabajo llegó para quedarse.

La entendible exigencia sanitaria de una vida a un metro y medio de separación, nos lleva inevitablemente a desconocernos. La necesidad de acariciar tanto la pantalla del celular o la del televisor endiosando a Netflix tiene directa relación con lo mucho que extrañamos lo que teníamos y supimos ser antes de la pandemia y, especialmente, con lo que dejamos de tocar otros cuerpos y ser tocados. Esta es la pérdida relevante, más que la cantidad de sueños y de proyectos que necesitamos dejar en suspenso.

En todo el mundo, los principales investigadores de la conducta humana rastrean actualmente en territorios conscientes e inconscientes para determinar si el mundo siguiente será, por fin, algo más justo e igualitario. En relación a esto, hay razones para no entusiasmarse demasiado. En nuestro país, por ejemplo, estamos rodeados de gente activada por una mala fe serial y que, en su ignorancia y desconocimiento del prójimo, no paran de imaginar desaires y maldades con tal de volver todo bastante peor. Advierto, sin embargo, una salida que los militantes del anti jamás elegirían. Si este momento, que nadie deseó, sirvió para visibilizar las condiciones en que viven miles de compatriotas vulnerados en tantos derechos (esa realidad que Nacho Levy, de La Garganta Poderosa y otros referentes sociales seguirán gritando a los que queramos oírlos), si tantos contagiados y fallecidos funcionaron como recurso para que las villas vuelvan a tener casas dignas, agua y luz las 24 horas, conectividad, insumos, mejores alimentos o cualquiera de los beneficios y cuidados urbanos iguales a los que disponemos en otros barrios, entonces firmo donde haya que firmar para decir que este permanecer entre cuatro paredes y a metro y medio de distancia sirvió, no solo para zafar del virus, sino que nos volvió mejores.