Pobreza cero, la lucha contra el narcotráfico, la unión de los argentinos. Los tres lemas suenan en loop en cada discurso oficial desde noviembre pasado, pero pocos en el país pueden saber de qué se tratan esos postulados cuando se llevan al barro del día a día. A unos 18 kilómetros del ruido de la Capital Federal, yace invisibilizada la villa La Cárcova, en la localidad de José León Suárez, donde es cura José María Di Paola. Pero todos lo conocen por su apodo: el padre Pepe. Llegó a esa zona del partido de San Martín un mes antes de que Bergoglio fuera nombrado papa. Venía de estar dos años en el monte santiagueño, donde vio otra pobreza, igual de cruda que la de la villa 21-24 de Barracas, en la que vivió 15 años hasta que las amenazas narcos lo obligaron a irse hacia la provincia norteña.
Su lugar de vida en la parroquia San Juan Bosco de La Cárcova exhibe una escenografía que podría resumir gran parte de su vida: camiseta de Huracán enmarcada; imagen de Mugica; otra de Perón, otra del Gauchito Gil. Pero la realidad es que su oficina es solo un apéndice. Los días lo encuentran yendo de la parroquia a la flamante escuela de oficios, o viendo a otros sacerdotes, o a reuniones de la Comisión Provincial de la Memoria, donde un compañero le hizo conocer un estudio sociológico de las cárceles locales que lo mantiene atrapado por las noches, alternando la lectura con novelas, libros de historia y teología. Día y noche, lo sigue un postulado: para cambiar la realidad hay que estar en el lugar y ser uno más.

—¿Cómo están transitando el día a día?
—En muchos casos encontramos mucha gente que lo que te expresa es la incertidumbre, porque queda perpleja frente a grandes aumentos que hubo. Uno de los grandes problemas que vamos viendo es que la gente se está acercando más a los comedores, va pidiendo cosas que a lo mejor antes pedía menos. Buscan algo que los ayude. En eso la parroquia bajó un poco la entrega porque no recibimos la misma cantidad de alimento de antes. Lo más importante es el requerimiento que se va dando de parte de la gente, es como una sensación.
—¿Se notan los efectos del ajuste?
—Una cosa que impactó mucho fue el tarifazo en los medios de locomoción. El que vive en Gran Buenos Aires toma tres o cuatro colectivos para ir a Capital, por eso el transporte público es fundamental en el Conurbano, y es impresionante cómo toca el bolsillo de la gente. Una persona que antes gastaba 15 pesos para ir a trabajar, ahora gasta cincuenta.
 
En todo ese arco de vulnerabilidad a orillas del río Reconquista, atravesado por las vías del tren, que se forma por los asentamientos de La Cárcova, 13 de Julio y Villa Curita, viven 40 mil personas. Ahí Pepe busca replicar lo que hizo durante más de una década en la Villa 21. Ya tienen nueve capillas, centros preventivos con merienda y desayuno, catequesis, recreación, centros deportivos, campamentos, el CePLA (Centro de Prevención Local de Adicciones) y la flamante escuela de arte y oficio Nº 408 San Romero de América, justo en estos días grises para la Patria Grande. En poco tiempo, jóvenes de 16 a 30 años saldrán especializados en áreas como construcción y metalurgia.
Si se trazara brevemente el paradigma que atraviesa a Pepe, se podría hacer eje en la “institucionalidad”, con una interacción armoniosa entre el Estado y la sociedad civil (citará a “La comunidad organizada” de Perón, fundacional en su vida). No solo combatir la droga, sino reemplazarla, y la importancia del contexto: impulsar que los mejores clubes, las mejores escuelas y las mejores parroquias estén dentro de la villa. Está más a favor del término “integración urbana” que de “urbanización” y el de “erradicación”, usado en la dictadura. Tiene dos líneas durante la lucha contra el narcotráfico: “trabajamos la prevención, tratando de llegar al chico con algo propositivo antes que el delito y la droga, y después la recuperación, por ejemplo a través del Hogar de Cristo”. Así le nació en la villa 21 la idea de los líderes positivos y así surgieron Matute, en aquella zona de Barracas, o Dracu, en La Cárcova, que de tener antecedentes complicados pasó, en su silla de ruedas, a liderar el deporte en la villa. La clave –repite– es que la persona esté convencida.
—¿Cómo ve la lucha contra el narcotráfico?
—Hace décadas que no se da en la Argentina como corresponde. Tampoco hubo del Estado una inversión seria en este tema, y las consecuencias están a la vista.
—¿Y cuando se habla de “Pobreza Cero” en los discursos oficiales?
—No me termina de convencer. Ojalá lleguemos a eso rápidamente. Pero tenemos que llegar a Hambre Cero o a una economía popular que permita que los pobres puedan comprar, y que puedan llevar a la mesa aquellas cosas que necesitan, sin ser una especie de limosna. Lo ideal es que para llegar a Pobreza Cero uno tenga un empleo bien remunerado. Y todavía estamos a años luz de eso, muy lejos. Me parece que son dos desafíos que tenemos que enmarcar bien: el narcotráfico viene de una herencia de hace 40 años en forma cada vez más fuerte, y el de Pobreza Cero también se fue haciendo cada vez más lejano, a medida que se cerraron las empresas del Estado. La crisis de 2001 a mi juicio nunca se ha superado. Si bien se han vivido momentos de lucidez desde 2002-2003, en el fondo del iceberg todavía está esa crisis profunda, muy difícil de revertirla. Lo vi también en Santiago donde si la mayoría no tiene un trabajo en el Estado no recibe absolutamente nada.
La charla vuelve sobre el tema drogas. “Siento que no se hace nada o muy poco en relación al fenómeno, que es un negocio. Vimos cómo el otro día fue lo de Costa Salguero, que no eran chicos de la villa, ni siquiera a lo mejor eran adictos. Solamente porque se permite un baile donde esté incorporado como uso común la droga. Cuando una sociedad no se divierte con las cosas prácticas (asado, fútbol, amigos, un baile) tiene que estar inventando nuevas sensaciones para escapar de la realidad. Es una consecuencia de una causa mucho más profunda; lo social y lo cultural está dañado. Y en realidad los pibes tienen mil alternativas. Cuando se las ofrecés, cambia la cuestión.
—¿Qué le pareció la discusión sobre lo de Costa Salguero?
—Vuelve mal el tema. Escuchás a la ministra de salud de la Ciudad (Ana María Bou Pérez) diciendo cosas que no me parecen lógicas. En vez de asumir la responsabilidad y de que estas cosas no deben suceder, habla de despenalizar. Tiran la pelota para otra cancha. Saltaron contra el juez Gallardo, con la mentira de que estaba contra el baile, cuando lo que él estaba diciendo es concreto: paremos la fiesta hasta que se vea si esto es riesgoso y se controle como corresponde.
En 2009, Pepe se cansó de que el paco avanzara como un tsunami y, junto a los otros curas villeros, lanzaron un documento muy crítico titulado «La droga en las villas: despenalizada de hecho». Horas después lo amenazan: “Rajá de acá”. Debió irse al monte santiagueño, donde presenció cómo los terratenientes con sus latifundios de 50 mil hectáreas desplazaron a pequeños agricultores y campesinos con sus chacras familiares. Donde había 40 familias solo queda un sereno: “Es un ejemplo concreto de cómo la gente se va agrupando en las ciudades, y deja de tener una posibilidad real donde nació.” Muchos emigrarán a villas.
La Cárcova supo rodearse de fábricas, pero la crisis que explotó en 2001 la atravesó como el río. Fue uno de sus símbolos, con el Tren Blanco. El basural y el cartón como salidas urgentes. “Lanzamos la escuela de oficio para brindarles otras posibilidades a los chicos, que puedan realizar un proyecto propio. Como parroquia tenemos que ayudarlos a mirar por otra ventana el mundo”. Muchos trabajan en la construcción. Pepe dice haber visto gente que en estos meses se quedó sin trabajo, «pero es muy reciente”. Lo que le preocupa es el ajuste: “lo más cuestionable fueron las medidas económicas tan abruptas que se tomaron de forma simultánea. Eso dejó perpleja a la gente”. «

El legado de Mugica

No fue una semana más para los curas villeros. El miércoles se cumplieron 42 años del asesinato del padre Carlos Mugica, atravesado por las balas de la Triple A tras celebrar misa en la iglesia de San Francisco Solano, en Villa Luro. Apodado «cura de los pobres», peronista, fanático del fútbol, mártir de la villa 31, es un emblema para Pepe y sus compañeros. «Nosotros heredamos de Mugica los mismos desafíos: nuestras barriadas villeras a las que tenemos que responder, dar nuestro tiempo y presentar nuestro ingenio, nuestras ganas de trabajar con ellas», dice Pepe. Y agrega que ellos deben copiar de Mugica «el desafío de valorar la pasión por la Iglesia y la pasión por la actualidad. Son épocas diferentes respecto a la que le tocó vivir a él, pero tenemos que vivirlo de la misma manera. Si bien hay narcotráfico, exclusión, desigualdad, tenemos que vivirlo con sentido constructivo, tratando de aportar lo mejor para que el villero pueda sentirse acompañado por la Iglesia y ser parte de la construcción de la Iglesia. Que esta pasión por la actualidad no se cierre en un templo; tiene que ser barrio, ser vecino, ser grupo, ser actividad. Es un poco el desafío de hoy».


Las convicciones del Papa

Cuando Pepe llevaba unos siete años de sacerdocio tuvo una crisis existencial que lo llevó a plantearse dejar los hábitos e incluso formar una familia. Trabajó durante un año en una fábrica de zapatos, y entonces conoció a monseñor Bergoglio. «No me decía lo que debía o no hacer. Escuchaba, se interesaba, pero siempre con libertad, igual que el padre de la parábola del hijo pródigo», explicó Pepe en una entrevista al diario romano Avvenire. Una vez al mes, Pepe salía de trabajar y caminaba tres horas hasta la Catedral para hablar con el hoy Papa, hasta que un día le dijo: «Padre, aquí estoy, me gustaría celebrar la misa.» Bergoglio decidió que confesara a un grupo de mujeres. Después supo que eran prostitutas. Vinieron luego años de trabajo en villas, con la coordinación del arzobispo porteño. Hoy, la comunicación, por razones obvias, no es cotidiana. «Lo vi por última vez hace año y medio, cuando fui allá. Lo veo bien, con las mismas convicciones pero con una fuerza mucho mayor que la que tenía antes. La gente se siente muy interpretada por sus decisiones», dice Pepe a Tiempo. Pero los desafíos son grandes. «Uno es fortalecer a la Iglesia como institución, con todo lo que eso implica, porque son muy diferentes una parroquia en Buenos Aires y otra en pleno bombardeo en Alepo. Y que pueda convocar a mucha más gente, no sólo en el sacerdocio Muchos dicen: ‘Tengo vocación pero me resulta difícil’, porque los ministerios que tiene la Iglesia no se han puesto en práctica del modo adecuado. A lo mejor tenés gente casada, podés hacer un ministerio junto al párroco y llegás mejor, formás una comunidad de base». Para Pepe, Francisco empezará esa reforma. «Luego hay que seguir su espíritu.»