En el año 2012, el fotógrafo Facundo Pechervsky tuvo una epifanía. Mientras cursaba un taller de «fotografía terapéutica», su docente le propuso un trabajo práctico: indagar en los vínculos familiares. Pechervsky no dudó un instante a la hora de elegir un personaje para retratar. Días después, apareció por el local de venta de embragues que tiene su familia en Warnes. Quería inmortalizar en plena faena a su padre Isidoro, un curtido vendedor de repuestos con 50 años de experiencia en el rubro. «El Bocha», como todos lo conocen, agarró una foto de mi abuelo Isaac que tenía colgada con un clavito en la pared. Se paró en la puerta y lo retraté. Esa fue la semilla», dice el fotógrafo mientras toma un café en la confitería Tiro Loco, en pleno corazón del barrio de repuestos y autopartes más importante de Sudamérica. «Después de aquella primera toma, apareció por el local un vecino que vende ópticas y le propuse retratarlo en su comercio. Cuando vi las dos fotos con el mismo encuadre en la pantalla de la cámara, fue una iluminación. Ese mismo día hice más de 20 tomas», explica el autor de Warnes Auto-Retratos, el libro que busca eternizar la variopinta gama de personajes que habitan en este rincón de Buenos Aires, una crónica-retrato en blanco y negro que funciona como testimonio del aceitado empuje del barrio tuerca por antonomasia.

Durante dos años, Pechervsky pateó la avenida de punta a punta. De Jorge Newbery hasta Olaya, sin olvidar el sendero que se bifurca sobre Honorio Pueyrredón y sus adyacencias. Retrató a unos 300 laburantes, miembros de familias enteras que dedican sus vidas a la pasión por los fierros. «Para muchos es raro que alguien pueda sentir afecto por un amortiguador, una bujía o un radiador –asevera el fotógrafo–. De alguna manera, el libro trata de explicar ese amor.»

«En mi caso, la relación afectiva se da con los rulemanes», comenta sin ruborizarse Eduardo Kvitko, mientras abre una gaseosa en la mesa de Tiro Loco. «El rulemán es lo que hace mover una rueda, un motor, una máquina. Es algo que parece frío, pero cuando empieza a girar, genera vida», completa el feliz propietario de Rulemanes Kvitko. Cuenta que por el comercio enclavado en Warnes 1450 circulan «desde el cartonero que quiere cambiar el rulemán de su carro hasta el mecánico aeronáutico que necesita reparar la rueda de un avión». Tiene 43 años y viene de familia de repuesteros de toda la vida. Cuenta que a mediados del siglo pasado, su abuelo se daba maña adaptando rulemanes de autos norteamericanos, cuando no había producción local. Eduardo estudió Administración de Empresas, luego trabajó en un banco y en una consultora, pero decidió volver a las fuentes. «Me gusta poner en práctica todo lo que aprendí fuera de este mundo. En lo profundo, siempre supe que Warnes era mi lugar.» Cuando Pechervsky le propuso retratarlo, primero dudó. «Después pensé en las familias que nos dedicamos a los repuestos –confiesa–. Creo que es una buena iniciativa, que le puede cambiar la fama al barrio. Siempre hubo un estigma sobre Warnes, por el tema de los desarmaderos. Por eso es importante que aparezcan las caras de los laburantes.» En la foto sonríe junto a Pablo, su papá, ambos custodiados por los rulemanes que hacen girar sus vidas.

El motor de la historia

Las crónicas cuentan que el barrio de los repuesteros puso primera el 27 de noviembre de 1893, cuando el antiguo Camino a Moreno fue rebautizado como Avenida Warnes. En la zona funcionaban el taller metalúrgico Hermanos Máspero, la Fábrica Nacional de Calzado y la Curtiembre La Federal. Para finales de los ’30, luego del entubamiento del Maldonado, Warnes comenzó a erigirse como la meca de los repuestos automotores. En rigor, la avenida había nacido como cementerio de automóviles, y los vecinos que los desmantelaban se convirtieron en los primeros vendedores de repuestos usados. El padre de Ana Kapiluk fue uno de los pioneros. «Tenía un local rechiquito sobre Honorio Pueyrredón y se especializaba en repuestos para los Siam Di Tella. En esa época todos los taxis eran de esa marca. Tenía trabajo a lo loco, de lunes a lunes, y los tacheros tocaban el timbre de casa a cualquier hora», recuerda la propietaria de Planet Repuestos. Dice que arrancó dando una mano en el local familiar, en los ’90. Al principio don Arnaldo no quería que atendiera a los clientes y la mandó a boxes, como administrativa. Eran pocas las mujeres en el rubro, pero Ana supo ganarse su lugar. «Ahora soy dueña y tuve que aprender mucho.» Ana pilotea con destreza un local de repuestos para Ford y Fiat. Dice que el machismo sobrevive en el gremio. «Generalmente los clientes buscan la mirada de aprobación de otro hombre. Como que no aceptan que una mujer les pueda dar cátedra sobre un rulemán. Pero cada vez pasa menos.»

Los Lamanna también aparecen retratados en el libro. El pater familias Fabio posó en su comercio dedicado a los accesorios para el automotor acompañado por sus tres hijos: Juan, Sofía y Santiago. Todos ataviados con la camiseta del club de sus amores: San Lorenzo. Fabio conduce la Asociación de Comerciantes de la zona, que nuclea a más de 600. Lo conocen como el «presidente de Warnes». Trabaja, dice, para cambiarle la cara al barrio. Anuncia una feria y encuentro de autos clásicos para el próximo 5 de noviembre. Y sueña con erigir un arco que dé la bienvenida al barrio autopartista. «Acá viene gente de todo el país: de San Justo, de La Pampa y hasta del Uruguay. Los sábados, para muchas familias es como ir al shopping: los hijos juegan en la plaza, mientras el padre chusmea precios de amortiguadores.» Empezó en el gremio a los 13 años, vendiendo portaequipajes en el local de su tío. «Arrancamos de cero, la peleamos y acá estamos. ¿Quiere saber cuál es la clave? Ser solidario con los colegas. Si no tengo un repuesto, recomiendo a un vecino. Todo cliente que viene a Warnes se tiene que ir contento.»

M’hijo el artista

«Creo que el nudo principal del libro es el vínculo entre padres e hijos, esto de tomar la antorcha generacional y seguir dando una mano en el local. En mi caso, la historia arrancó con mi abuelo, la siguió mi viejo, pero mis dos hermanos y yo nos dedicamos a otra cosa: uno es médico, el otro está en la construcción y a mí se me dio por la fotografía», cuenta Pechervsky antes de entrar a Nogoyá Embragues, el refugio enclavado en Batalla del Pari 512, a pasitos de Warnes. Detrás del mostrador están su padre y los más de 3000 repuestos que integran el ajuar familiar.

El Bocha cuenta que nació en el barrio, en 1958, en un conventillo de la calle Darwin, y trabajó varias décadas en una fábrica de embragues, hasta que la importación lo obligó a cerrar. En el ’99 abrió el local que hoy regentea. Siempre, subraya, codo a codo con Isaac, su fallecido padre. «Tengo pasión por los autos y hago todo con mucho amor. Trato al auto del cliente como si fuera mío.» Antes de seguir con sus tareas, el Bocha se frota las yemas de los dedos engrasados y dedica una sonrisa a su hijo: «Cuando Facundo me dijo que quería ser fotógrafo, le pregunté si se podía vivir del arte. Yo lo desconocía, porque soy fierrero, ando con el martillo en la mano. Con su trabajo, me demuestra todos los días que se puede.»«

Presentación

El libro de Facundo Pechervsky fue financiado online por crowdfunding, pero sobre todo por los aportes de muchos comerciantes de la avenida más fierrera del país. Se presentará el próximo martes, a las 18:30, en Margen del Mundo, Concepción Arenal 4865. Además, el fotógrafo produce un documental sobre Warnes, titulado Estudiás o trabajás.