Una ola de colores se expandió por la Argentina: verde, violeta, naranja son los colores que más se visualizaron en las marchas que recorrieron el país durante 2018, y entre las más grandes, la que se realizó en marzo, cuando el Paro Internacional de Mujeres. El feminista es sin dudas el movimiento más amplio y transversal que tiene hoy este país, y en él confluyen no sólo las demandas de millones de mujeres de todos los sectores, regiones o etnias, sino también los reclamos de diversos colectivos que encuentran un lugar para impulsar su causa codo a codo con las reivindicaciones del feminismo.

No es la primera vez que esto –que las mujeres lideren una lucha que condensa todas las luchas– sucede en el país. Hace 41 años, un grupo de madres decidió tomar las calles en busca de sus hijos y de sus nietos. El estado de sitio prohibía reunirse en el espacio público, pero no les impedía caminar. Así nació la primera “ronda de las Madres”, en Plaza de Mayo. Ese gesto marcó el punto más alto de la resistencia a la dictadura cívico-militar. No sólo pedían esas mujeres la aparición con vida de sus hijos: en sus voces se unificaban las protestas contra todas las aberraciones de las juntas militares.

Con la llegada de la democracia tras los años de opresión, el movimiento de mujeres se fue abriendo paso a través de la organización, que fue desde entonces, como ahora, el instrumento que permite pensar en la conquista de derechos. Las militancias feministas ganaron un lugar en los espacios políticos tradicionales pero fueron construyéndolo, sobre todo, por fuera de ellos, transversalmente. A mediados de los ‘90, la organización colectiva abrió las puertas a los primeros Encuentros Nacionales de Mujeres. Y fue allí donde, año tras año, la agenda del movimiento de mujeres fue expandiendo sus límites, borrándolos, sumando a la discusión, ya entrado el siglo, todas las reivindicaciones de género, también las del amplio y heterogéneo colectivo LGBT.

La militante feminista Mabel Gabarra destaca en su artículo “Movimiento de mujeres en la Argentina” “la heterogeneidad y diversidad de tendencias, vertientes, sectores, formas de lucha, reivindicaciones, organizaciones, de los grupos que lo componen, que si bien aparecen en algunos momentos como contradictorias, con matices de espontaneidad y dispersión, mantienen un ritmo y proyectan objetivos comunes. La heterogeneidad y diversidad exigen además detectar la igualdad en las diferencias, en el contexto del pluralismo y la democracia, lo que trae aparejado el ejercicio de la autocrítica, el redescubrimiento de la ética y de la solidaridad sin fronteras ni razas”. 

El análisis de Gabarra es previo a la incorporación de las agrupaciones trans y travestis y de las organizaciones LGBT a la lógica reivindicativa del movimiento de mujeres; sin embargo, demuestra ya la flexibilidad interna en el seno del feminismo argentino. Y señala los evidentes lazos de las luchas por las leyes de matrimonio igualitario e identidad de género, que están entre las grandes conquistas sociales de la última década, con la apropiación de la consigna de NiUnaMenos que terminó de consolidar el crecimiento y la transversalidad del movimiento de mujeres. Aquel grito se alzó frente a la violencia machista ejercida contra todas las mujeres: cis, lesbianas, travestis y trans, y este año cobró aun más fuerza aglutinante en el reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito.

En su artículo “Los caminos del feminismo en la Argentina: historia y derivas”, la historiadora Dora Barrancos identifica los hitos de la incorporación de nuevos colectivos al movimiento feminista. “Más allá de las diferencias en el terreno político partidario, las feministas han apoyado dos leyes fundamentales: el matrimonio igualitario que permite el casamiento de personas del mismo sexo, y la ley de identidad de género, que posibilita tener la identidad civil de acuerdo con la identidad sexual/género subjetiva”.

El encuentro del feminismo con las organizaciones que militan el derecho a la diversidad, el debate permanente y la dinámica de construcción y deconstrucción han permitido identificar puntos de contacto que ya no tienen retroceso. “No hay dudas de que en la germinación de los movimientos reivindicativos de la disidencia sexual hay viejos fermentos del feminismo. De todos modos, creo que este se ha derramado en múltiples formas, en expresiones más populares, y la novedad consiste en que hay menos feminismo de ‘capilla’ y más expresiones de colectivos que actúan a favor de los derechos de las mujeres”, continúa Barrancos.

Coincide la politóloga y activista travesti Violeta Alegre: “Creo que a nivel global, el feminismo ha marcado una diferencia. El Estado reconoce que nacer con un sexo biológico no determina tu género, y ese respeto por la autopercepción se vincula claramente con una conquista del feminismo, concretamente con la lucha del feminismo, en la medida en que ser mujer es una construcción social”.

Alegre reivindica, sin embargo, la lucha autónoma que ha llevado adelante su propio colectivo. “Nosotras peleamos un espacio que no nos fue dado gratuitamente, nos lo fuimos ganando. Tuvimos un activismo muy fuerte, con la particularidad que tienen los activismos en la Argentina, que es conquistando derechos. Sin embargo, sufrimos opresión por parte de los mismos sistemas que oprimen a las mujeres, el patriarcado. También tenemos que enfrentar la heteronorma que opera en varios movimientos, y tenemos que marcar ciertas particularidades, como que cuando hablamos de mujeres, universalizamos un sujeto mujer que nos remite siempre a una mujer blanca, heterosexual, de clase media. De todos modos, sabemos que las herramientas de lucha las obtuvimos y las aprendimos desde el feminismo. Así logramos, por ejemplo, que la Justicia aplique la figura del travesticidio”.