La política electoral no fue tema del cine hasta bien entrado el siglo XX, si bien las técnicas electorales vienen de larga data, casi desde los inicios de los sistemas democráticos. Aquí un brevísimo recorrido histórico y tres películas que denominaremos como de época actual: aquellas que exponen las múltiples técnicas de manipulación de las subjetividades individuales y grupales que, si bien tampoco novedosas en la historia de la humanidad, sí ejecutadas a través de los medios de comunicación y últimamente de las redes sociales.

Hasta fines de los 50 las triquiñuelas electorales no tuvieron un lugar central. Puede decirse que el puntapié inicial lo dio el mítico John Ford cuando estrenó El último hurrah, donde cuenta cómo un político de la estirpe que dio la Segunda Guerra tiene como rival para su reelección a un joven bastante incompetente, pero que cuenta con el apoyo de los sectores más poderosos de la ciudad.

Sin embargo las películas dedicadas a la construcción de candidatos o de diseños electorales transitaron por lo que hoy ya es común: que el candidato se la crea para hacer creer a sus electores, las buenas causas que por serlo no podían perder, el valor de la honestidad y todo eso que a muchos se nos enseñó en la escuela. Hasta una parodia política como Desde el jardín tenía un enfoque en esa línea de considerar a las intenciones como el valor fundamental de cualquier narrativa.

Entre los varios cambios que trajo la caída del Muro de Berlín, el de generar un sistema de cohesión social sin recurrir al cuco del Comunismo resultó uno de los más grandes desafíos de las democracias occidentales. Por decirlo de otro modo, inauguraron la nueva era de la era moderna. De este tiempo, tres películas.

En ese sentido puede decirse que la pionera es «Mentiras que matan» (Wag The Dog, Barry Levinson, 1997). Para desviar la atención de un escándalo sexual y abuso de poder días antes de poner en juego su reelección, el presidente de los Estados Unidos decide inventar un conflicto bélico que desvíe la atención de la prensa y de la opinión pública. Para eso su principal asesor (Robert De Niro) se contacta con un productor de estrella de Hollywood(Dustin Hoffman). Entre ambos montan un episodio de guerra contra Albania y consiguen desviar la atención del público sobre los chanchullos del Presidente. El film tiene el típico tono noventista de mofarse de todos las creencias clásicas del período de la Guerra Fría, en especial las que hacen a la creencia de que el pueblo nunca se equivoca (por lo tanto no puede ser engañado, y ni que hablar con la facilidad que lo hace la película) y que el comunismo obtuvo la igualdad económica (la representación de Albania, el país comunista más pobre, es realmente patética). De todas maneras resulta un buen acercamiento, precisamente, a cómo se construyen esos lugares comunes de creencias, sea para el lado que sea.

En segundo término por su llegada cronológica al mundo, la muy buena «Brexit: The Uncivil War» (Toby Haynes, 2019), una película del Channel 4 de la televisión británica que difundió HBO. Esta ficción protagonizada por el gran Benedict Cumberbatch está basada en las investigaciones de dos libros: All Out War: The Full Story of How Brexit Sank Britain’s Political Class, de Tim Shipman, y Unleashing Demons: The Inside Story of Brexit, de Craig Oliver. Y consigue mostrar no sólo el clima de lo que fue la campaña del Brexit, sino, mejor aún, cómo el Big Data si bien un gran instrumento, incluso en la manipulación que permitió Cambridge Analytica, no es superior a una buena lectura política-histórico-sociológica de la información que de ahí sale. De hecho la película sigue los pasos Dominic Cummings (Cumberbatch) y su continuo desbaratar lógicas conceptuales tan arraigadas a ambos lados de la campaña. Al punto que cuando los defensores de quedarse en la Unión Europea se dan cuenta de qué se trata la estrategia de Cummings, ya es tarde.

Por último «The Great Hack» (Karim Amer y Jehane Noujaim, 2019), la película de Netflix que está haciendo hablar al país (al menos al que tiene Netflix y está politizado). En este convencional documental se expone la manera que las redes sociales (en especial Facebook, encontrada una de las máximas responsables en el escándalo de Cambridge Analytica) extraen y usufructuan -sobre todo en provecho propio- los datos que exigen a los usuarios a cambio de la “gratuidad” de su servicio. La película no se mete mucho sobre cómo el diseño de este vínculo entre gratuidad a cambio de la “desnudez” de datos personales (de los cuales los más ricos son los que tienen que ver con el seguimiento de las actividades del usuario, antes que con su pasado), sino más bien en la condena moral al uso que se hacen de esos datos. Es un buen ejercicio para entender, por ejemplo, de qué se habla cuando se habla de Big Data, pero está lejos de poner en foco el problema, como anuncia su publicidad.