Por qué escuchamos a Aníbal Troilo es una pregunta con múltiples respuestas. Muchas de ellas las da el escritor Eduardo Berti en el libro que tiene ese título y que acaba de publicar Gourmet Musical como inicio de la colección Por qué escuchamos. En ella se busca develar por qué algunos artistas, de diversos géneros, orígenes y épocas, se vuelven esenciales e indiscutibles, más allá de los vaivenes y caprichos del mercado musical. El libro de Berti plantea respuestas al mismo tiempo que oficia de disparador de preguntas, un juego que apunta a que sea el lector el que continúe planteándose interrogantes acerca de la figura y la música de Troilo que el autor aborda desde distintos ángulos.

 Berti logra elaborar un relato atrapante, consigue de forma inteligente la fractalización de la figura de Troilo y permite reconstruir una imagen en la que el personaje adquiere su real dimensión como músico, compositor, ser humano y, sobre todo, como ícono de un género que lo tuvo como protagonista principal e influyente de la era de oro del tango. 

“La gente del Gourmet Musical quería comenzar una nueva colección convocando a escritores que tuvieran un vínculo fuerte con la música, ya sea porque son melómanos o porque ya escribieron algo referido a ella”, comenta Berti. Y agrega, “lo que me pareció interesante de la propuesta es que cada uno puede elegir el músico que quiere y no necesariamente tiene que ser el que más le gusta, pero sí el que le despierta mayor curiosidad o el que considera que puede ser el más interesante para abordar. Y dentro de ese contexto el objetivo es tratar de explicar lo que tal vez es inexplicable: por qué Troilo es Troilo o qué es lo que lo hace único a Chico Buarque o a Frank Zappa. No es un libro ni biográfico ni de crítica musical académica. Se trata más bien de hacer una reflexión y de cruzar diversas miradas sobre un determinado músico desde lo subjetivo de cada uno apelando a textos, historias y experiencias personales”. 

– ¿Y por qué tu elección recayó en Aníbal Troilo? 

– Mi primera intención fue trabajar sobre algunos de los músicos que me acompañaron toda la vida y con los cuales crecí, como Charly García, Luis Alberto Spinetta, Chico Buarque o Caetano Veloso. En una época yo escuchaba mucha música de Brasil. Pero por otra parte, también tenía ganas de escribir sobre algo referido al tango. Tuve una experiencia muy fuerte con el género desde el mundo audiovisual cuando coordiné una serie de documentales para la televisión, pero nunca había tenido la posibilidad de escribir sobre él. Me gusta mucho Troilo y sentí que era una muy buena opción, porque considero que su figura y su trayectoria dialogan tanto con Carlos Gardel como con Ástor Piazzolla. Además, los más reconocidos letristas del tango, como José María Contursi, Cátulo Castillo y Homero Manzi, trabajaron con él y lo hicieron de una manera muy intensa. Lo mismo se puede decir de quienes cantaron con su orquesta: Troilo fue maestro de cantores y todos los que estuvieron con él brillaron después con luz propia. 

– ¿De qué manera se puede medir el aporte que Troilo le brindo al tango? 

– “Pichuco” fue un bandoneonista icónico pero además fue el que «inventó» la orquesta en el formato más característico de la era de oro del tango. Incluso tuvo la gran virtud de que, cuando comienza la decadencia de las grandes orquestas, tanto él como Horacio Salgán, son los que depositan su talento en el armado de formaciones más pequeñas. Por este motivo es que Troilo me permitía hablar de infinidad de cosas adicionales sin que dejase de ser el protagonista del libro. En la época en la que yo producía los documentales, todos los músicos de tango se referían a él como una gran persona y como un gran armador de orquestas, pero todos me remarcaban su gran calidad como compositor. Creo que tal vez junto con Gardel y con Spinetta es uno de los más grandes compositores que tuvo nuestra música popular en el siglo XX. 

– En el libro se aprecian las diversas maneras de abordar al personaje lo cual termina por generar una imagen de Troilo en la que se revelan no sólo los aspectos artísticos sino también los humanos. 

– Como lector y a la hora de escribir siempre me gusta lo que tiende a la máxima emoción con la menor cantidad de recursos posible. Y en la obra de Troilo se encuentra eso: él no es cultor del tango ampuloso o exuberante. Su música tiene una delicadeza que se percibe en la forma de tocar, en el estilo de componer, en la elección de las letras y, sobre todo, en la calidad de los arreglos. Era un esteticista y nunca dejó de inventar cosas. Siempre se menciona a Piazzolla, y con mucha razón, como el gran revolucionario del tango o como el que marca un corte y lleva al género a lugares impensados. Pero oponerlo a la idea de que Troilo era un conservador, creo que es una mentira absoluta. Es notable lo que Troilo bancó a Piazzolla para que se incubara en el seno de su orquesta lo que Piazzolla desarrolló después. Troilo trabajó con la intertextualidad en el tango, haciendo citas, homenajes o tributos de piezas o estilos del pasado. Y lo hace siempre de manera novedosa. Cada composición suya es distinta a otra y se exige mucho en cada paso que da: es como Spinetta o The Beatles, nunca se queda cómodo en un mismo lugar. Siempre estuvo a la búsqueda de algo nuevo. 

– En cierto modo hay un paralelismo con lo que para el jazz representa Duke Ellington. 

– Sin dudas que es así, porque Troilo siempre se está reinventando. Por este motivo es que se parece a Duke Ellington… Pero con el carisma de Louis Armstrong. Ellington puede sacarle brillo a Frank Sinatra y también puede deslumbrar tanto con su trío como con una gran orquesta. Y Troilo hace lo mismo, ya sea con su orquesta típica, con cantores tan disímiles como Roberto Fiorentino, Alberto Marino, Roberto Goyeneche o Edmundo Rivero o con el dúo con el guitarrista Roberto Grela. Además, siempre fue consecuente con sus convicciones. Es inimaginable pensar que a Rivero se lo resistía de la manera como se lo hizo al ingresar a la orquesta de Troilo. Pero cuando “Pichuco” lo incorporó a su orquesta bancó a «ese feo y afónico» que rompió el molde de lo que venían siendo sus cantores. No era el típico cantor de tango ni por el registro vocal ni por el estilo «criollista». Podría haber buscado un cantor parecido a los anteriores, pero él se jugó entero por su elección.

– ¿Por qué creés que no tuvo la trascendencia internacional que sí tuvieron sus composiciones? 

– Creo que se debe a que Troilo es un personaje de cabotaje. No tuvo la relevancia internacional que sí tuvieron Gardel y Piazzolla, por nombrar solo a dos. En una época él se mudó a Entre Ríos y Belgrano y decía que “extrañaba Buenos Aires”… Es como un secreto muy nuestro, como Roberto Arlt o como Spinetta. Pienso que está bueno tener secretos y, sobre todo, que nuestra cultura tenga sus secretos. 

– ¿Qué es lo que te dejó la experiencia de haber escrito este libro? 

– El libro me sirvió para confirmar muchas cosas pero, sobre todo, conocer muchas otras y descubrir por ejemplo un álbum que grabó con el “Polaco” Goyeneche con composiciones de Armando Pontier, que es casi una obra conceptual. Como mencioné antes, él era osado a su manera. En cierto modo, Troilo siempre tuvo una actitud que se la podría considerar como “rockera” o “progresiva”. Mi trabajo me posibilitó volver a escuchar su música, indagar en textos de Oscar Del Priore, Horacio Ferrer y otros. No traté de hacer un libro desde la ortodoxia del tango ni desde la endogamia del género. Tampoco desde la mirada cliché del rock. Yo amo el rock, la música de Brasil, el jazz, Maurice Ravel, Erik Satie. Pero me interesaba tratarlo a Troilo desde otros lugares, como la literatura o las imágenes. Hay mucha nostalgia en su obra y en su vida. Me conmovió mucho la imagen de Troilo tocando con los ojos cerrados. Parece que está recordando pero también parece un nenito con sueño. Y cuando supe que de chico apoyaba una almohada entre sus piernas haciendo como si fuera un bandoneón o cuando leí que el cerraba los ojos para recordar la voz de su papá, a quien perdió cuando él era muy chico… Son conexiones poéticas que me sirvieron para poder ingresar a su mundo sin traicionar a “Pichuco”.