Tanto los personajes célebres históricos como los contemporáneos son bienvenidos a la nueva moda de las biopic televisivas. Esta vez es el turno de Trotsky, una serie de Channel One de Rusia producida a cien años de la Revolución de 1917. Una realización pretenciosa destinada a la televisión local, pero que Netflix y la polémica popularizan a escala global.

La historia se centra en León Davidovich Bronstein –Trotski– uno de los cerebros de la Revolución Rusa. El relato parte de un León Trotski de edad adulta siendo entrevistado desde su exilio en México por un recién llegado periodista stalinista. Contada en dos tiempos del relato, la serie nos propone un constante viaje al pasado para retomar de manera espectacular las revueltas de 1905 y alcanzar la tensión dramática en los días de octubre de 1917.

La forma narrativa invita a leerla más como un thriller de intriga política al estilo House Of Cards o Homeland que como una ficción histórica. También porque apela a ciertas constantes de las series contemporáneas: actuaciones destacadas, veloz ritmo narrativo, suspenso creciente y hasta pasajes oníricos en medio de una diégesis con pretensión de realismo.

Al tiempo que se apega a algunos hechos que reconocemos de los libros de historia, reconstruye la vida privada del protagonista desde el ampuloso entretenimiento propio de la ficción televisiva. Ya sea como un gran político, un ególatra, un violento, un insensible, un líder, un ganador o un perdedor, la serie nos abre la puerta a construirnos el Trotski que más nos guste. Esta ambigüedad es incómoda tanto para sus seguidores como para sus detractores.

Por eso, una página sobre esta producción la escriben las impugnaciones que recibió por parte de intelectuales y de militantes del trotskismo de diferentes países, los cuales señalan tanto la tergiversación de hechos históricos como la reducción y demonización del líder. Esto se le atribuye a una supuesta injerencia del gobierno de Vladimir Putin mediante el control de la televisión pública.

La serie sobre Trotski lo presenta tan humano como teniendo sexo, conspirando, envidiando y ostentando actitudes tan soberbias como las que despliegan sus enemigos. Asimismo, no lo destaca como el gran sujeto mítico de la Revolución Rusa. Por el contrario, por momentos se burla de esa idea. Desde allí, la serie propone confundir la naturaleza de las motivaciones de Trotski para con la Revolución y construye someramente a Stalin como un personaje menor con una interpretación de la política tan válida como las demás. Como sea, sepamos mucho o poco de historia, ninguna lectura política en perspectiva nos haría caer en la trampa de pensar que Trotski y Stalin eran lo mismo.

La serie tampoco hace justicia con el personaje de Lenin, quien aunque no sea el protagonista del cuento sí lo fue de la Revolución de 1917 con un rol mucho más central que el de un mero operador político como lo presenta el relato. Lo cierto es que todo lo que conocemos del pasado lejano es a través de relatos. Pueden ser legitimados por el campo científico y académico o productos de entretenimiento como novelas y películas. La disputa por la potestad de contar ese pasado conduce a callejones sin salida. De allí que por su potencia, no debemos subestimar la cultura masiva como herramienta para forjar representaciones.

La idea de que los grandes hombres y mujeres de la historia también tienen un rostro humano, son imperfectos y se equivocan como cualquiera, minimiza la grandeza de los actos singulares a los que le dedicaron su existencia. Es en esa búsqueda cuando la ficción, en su intención de humanizar el mito, en lugar de forjarlo en bronce lo achata.

Finalmente, la ambigüedad se toma una tregua cuando la imagen que más presencia tiene en el relato es la de un Trotski representado desde la recurrente metáfora de un tren irrefrenable a toda velocidad viniendo de frente. Lo intempestivo, el salto al vacío, el carácter internacional de la Revolución, la igualdad entre los camaradas, son valores que se subrayan y pueden traducirse en esa imagen como en conceptos teóricos del comunismo. Todo eso sucede mientras el relato todo el tiempo espectaculariza y exacerba los fantasmas del mito apelando a sus relaciones con Sigmund Freud y Frida Khalo, que se regodean en la historia como pintorescos roles de reparto. «

TROTSKY

Escrita por: Oleg Malovichko, Ruslan Galeev, Pavel Tetersky. Director: Alexander Kott. Elenco: Konstantin Khabensky,
Olga Sutulova,
Aleksandra
Mareeva. Disponible en Netflix.