En su discurso apeló a las divisiones en la sociedad estadounidense, algo así como «la grieta» que dijo venir a erradicar, más allá de «no haberlas generado». Pero con la asunción de Donald Trump como el presidente 45º de los Estados Unidos, el ánimo popular reflejó lo contrario. Apenas un día después de la ceremonia, se convocaron millones en todo el país para manifestar su rechazo al nuevo gobierno. El mismo día de la asunción hubo marchas, enfrentamientos entre seguidores y detractores, más de 200 detenidos como resultado de la represión policial y hasta un activista baleado.

 Ese país no veía una movilización contra un presidente en el día de su toma de posesión de cargo desde la primera jura de George W. Bush el 20 de enero de 2001, y antes de esta recién había ocurrido lo mismo en la llegada a la presidencia de otro republicano, Richard Nixon, en 1973. La asunción del magnate también recibió el desplante de casi 70 legisladores demócratas que decidieron no asistir. La jugada, cuyo antecedente histórico también se remonta a la jura de Nixon (entonces, fueron 80 demócratas), fue liderada por un ícono de los derechos civiles, el congresista negro John Lewis, antiguo colaborador de Martin Luther King, quien fue el primero en anunciar el faltazo porque no considera a Trump un presidente «legítimo». Por eso, Trump, lo acusó de charlatán. 

Se dijo que los asistentes a la asunción fueron entre 700 y 900 mil, menos de la mitad de los que fueron a recibir a su antecesor Barak Obama en su primer período. Trump dijo que era una mentira de los medios. «Los periodistas están entre los seres humanos más deshonestos de la tierra», dijo, se declaró en «guerra» contra las mujeres y hombres de prensa. 

Desde la previa del jueves, varias organizaciones habían convocado a declararse en contra de Trump. El «Comité de Bienvenida Contra la Inauguración» de DisruptJ20 convocó a la «resistencia civil en las calles de Washington» además de organizar un festival con expresiones artísticas y culturales «para demostrar la diversidad y poder de la resistencia a la agenda del viejo Trump. «Vamos a resistir la desesperación y odio con esperanza y resistencia», anunciaban y publicaban memes que equiparaban a Trump con el nazismo: «Los vencimos antes, los venceremos otra vez». 

DisruptJ20 provocó demoras en el acto del viernes, cuando sus militantes bloquearon los accesos principales a la gran explanada del Capitolio, donde se realizaba la ceremonia, pese al poderoso blindaje policial, que finalmente consiguió liberar los ingresos a empujones. Hubo convocatorias en lugares clave de la capital estadounidense como la plaza McPherson. La multitud marchó pacíficamente pero con un enérgico mensaje: «No a Trump, no al Ku-Klux Klan, no al fascismo en EEUU», cantaron y exhibieron carteles. Horas antes del acto, un grupo de unas 500 personas, que fue asociado con el radicalizado Black Block, atacó varios comercios, especialmente cadenas como Mc Donalds y Starbucks, pero también bancos y algunos vehículos, en una acción que según las autoridades «no fue improvisada». Los enfrentamientos con la policía, que lanzó gases lacrimógenos, se produjeron cuando algunos manifestantes trataron de impedir los arrestos, que en total fueron 217. 

La policía también reprimió protestas en Los Ángeles y Nueva York. Las manifestaciones se realizaron en varias ciudades y los organizadores calculaban una movilización cercana al millón de personas. 

El movimiento anti-Trump It’s Going Down informó ayer en su sitio web que tras un multitudinario acto en la Universidad de Washington, en Seattle, un manifestante fue baleado y luego hospitalizado en «estado crítico». Se desconocía el autor del disparo aunque, dijeron, se creía «que fue un seguidor de Trump». 

«Trump tiene razón, él no creó la división, pero ¿podrá sanarla?», se preguntaba un columnista del Washington Post antes de la asunción. La reacción de una mitad que se ve amenazada por un discurso antipopular, xenófobo, con apelaciones al nacionalismo más rancio, que roza el supremacismo, parece responder negativamente. Trump propone «hacer grande otra vez a Estados Unidos» y promete «cambio», «riqueza» y «grandeza». Decretó el 20 de enero como Día Nacional del Patriotismo y anunció que «de ahora en adelante una nueva visión gobernará esta tierra: EEUU primero». En su breve discurso inaugural expuso dos reglas máximas: «Comprar productos estadounidenses y contratar a ciudadanos estadounidenses».

 »Recuperaremos nuestros empleos, nuestras fronteras, nuestra salud y nuestros sueños», declaraba en Twitter, su medio favorito. Más allá de las palabras, la gestión Trump comenzó derribando una de las banderas de Barack Obama. El viernes, entre decretos administrativos, firmó la orden de que el Congreso derogue la ley de asistencia médica conocida como Obamacare. Sus decisiones no tendrán demasiada oposición formal. Con la nueva conformación del Congreso, el gobierno republicano gozará de una mayoría propia. En el Senado tiene 52 legisladores contra 48 demócratas, y en la Cámara Baja son 241 congresistas oficialistas contra 194. 

En los EE UU se vive un clima de efervescencia como no ocurría en décadas. La Marcha de Mujeres de ayer, que también se realizó en otras ciudades del mundo, se convirtió en la primera movilización organizada contra el gobierno. En Washington convocó cerca de 300 mil personas con la presencia de las principales activistas del feminismo y artistas de reconocimiento internacional, como Madonna, y se replicó en otras ciudades como Los Angeles, Seattle, Denver, New York y Miami, llegando al millón de asistentes. 

La manifestación reivindicó la igualdad de género, de salario y el derecho a abortar hasta la defensa de los derechos de los inmigrantes, homosexuales y musulmanes, unidas a proclamas ecologistas y sindicalistas. 

Parecido al «mejor equipo de los últimos 50 años», Trump asegura que los miembros de su gabinete poseen el «coeficiente intelectual más elevado de la historia». Pero el plantel ya recibió duras críticas porque no incluye a ningún hispano, algo considerado un grave retroceso por legisladores y líderes de los derechos latinos y raciales, que lo ven como un anticipo de la posición que puede plantear la nueva administración. Hasta ayer no había noticias del famoso muro que prometió construir para impedir la inmigración desde México. «