Donald Trump lo hizo otra vez. Decidido desde que se postuló para la presidencia, allá por los finales de 2015, a retirar a Estados Unidos de cuanta organización internacional haya adherido en las últimas décadas, ahora anunció que suspenderá la contribución financiera a la OMS, a la que acusa poco menos que de tener connivencia con el gobierno chino.

Claro que el objetivo de volver al tradicional aislacionismo norteamericano queda opacado porque toma esta decisión justo cuando el coronavirus está haciendo estragos en su país y por lo tanto, resulta una muy cuestionada forma de echarle la culpa de la tragedia a otros. Para no hacerse cargo de que inicialmente, la Casa Blanca desestimó las alertas de la Organización Mundial de la Salud sobre el Covid-19 y ahora enfrenta cerca de 650.000 contagiados y más de 25.000 muertos.

El rechazo generalizado al anuncio presidencial -Trump habló de “mala gestión” y dijo que la OMS no evaluó correctamente la situación desatada en China en diciembre pasado- incluyó a todos los gobiernos europeos y asiáticos y hasta el fundador de Microsoft, Bill Gates, que aporta parte de su fortuna para esa institución.

Ni bien Trump llegó al gobierno, en enero de 2016, retiró a EEUU de los tratados comerciales que venía negociando Barack Obama, como el TLC, con países de la cuenca del Pacífico y el que se había adelantado con la Unión Europea. No tardó mucho en tirar a la basura el acuerdo nuclear con Irán, que luego de años de negociaciones con las cinco potencias del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania, limitaba el desarrollo atómico del país persa.

Luego vendrían otros “portazos” del díscolo empresario inmobiliario. Uno que causó gran escozor fue el retiro de los pactos ambientales de París. Se sumó entonces a Nicaragua y Siria como los únicos tres países de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático fuera del compromiso de combatir la destrucción del medio ambiente.

En esa línea, retiró el apoyo financiero a la Unicef, la organización para la infancia. Esto incluía además a la ACNUR, la oficina encargada de la protección de los refugiados.

El paso siguiente fue en realidad una continuación de una política que venía desde 2011 para desfinanciar a la Unesco, la organización de la ONU para la educación, la ciencia y la cultura. La excusa fue que la institución había tomado un sesgo antiisraelí no admisible por la administración Trump. El retiro se produciría a fines de 2018.

 “En el momento en que la lucha contra el extremismo violento pide una inversión renovada en educación y en diálogo intercultural para prevenir el odio, es profundamente lamentable que Estados Unidos se retire de la agencia de Naciones Unidas que se ocupa de estos asuntos”, dijo esa vez la directora de la Unesco, Irina Borkova.

El argumento de políticas antiisraelíes fue utilizado también para el anuncio de retiro del protocolo de resolución de disputas de la Convención de Viena que hizo el que fuera asesor de Seguridad de Trump hasta hace unos meses, John Bolton.

El belicoso funcionario agregó entonces que «Estados Unidos no se quedará quieto mientras se presentan reclamos sin base y politizados contra nosotros».

La embajadora de EEUU en la ONU, Nikki Haley añadió que su país se retiraría oficialmente del Consejo de Derechos Humanos de esa organización afirmando que era un sitial que tenía entre sus miembros a China, Venezuela, Cuba o la República Democrática del Congo y en cambio desplegaba un “prejuicio crónico” contra Israel.

Pero no era ese el único motivo, ya que casi en simultáneo retiró la visa de entrada a Fatou Bensouda, fiscal general de la Corte Penal Internacional, con sede en La Haya, quien estaba investigando denuncias por crímenes de guerra cometidos por tropas estadounidenses en Afganistán.

El aislacionismo de Trump es muy claro y engarza fielmente en una tradición política estadounidense que une épocas de un nacionalismo exacerbado que lleva al rechazo de los inmigrantes, mientras en paralelo se inmiscuye en las cuestiones latinoamericanas porque considera que la región es un “patrio trasero” al que se debe someter.

Esa disputa interna se arrastra en Estados Unidos de un modo más drástico a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Siempre reacio a entrar en los grandes conflictos bélicos europeos, las tropas estadounidenses recién desembarcaron el ese continente en 1917. Cierto que cuando Gran Bretaña estaba exhausta y “tiró la toalla” porque no podía contra los imperios centrales. Además, la revolución rusa era una amenaza para el sistema capitalista global.

Al término de la contienda, los europeos intentaron acuerdos de posguerra dejando de lado a EEUU, que sin embargo, a través del entonces presidente Woordrow Wilson, buscó articular una organización para resolver las disputas sin llegar a una guerra de semejante violencia.

La Sociedad de las Naciones, su máxima expresión, y antecedente de la ONU, fue integrada por un puñado de países pero el Senado de EEUU, dominado por los republicanos, rechazó el ingreso del país del que surgía la propuesta.

Naciones Unidas era el nombre de la coalición creada por Franklin Roosevelt, Josif Stalin y Winston Chuchill para derrotar a las potencias del Eje, la Alemania nazi, Italia y Japón. Nuevamente el aislacionismo estadounidense quedó de lado, y otra vez, cuando el mayor gasto de la guerra lo habían hecho sus aliados: La Unión Soviética había tenido que enfrentar la invasión a un costo de millones de vidas, el imperio británico estaba devastado y Francia era una entelequia que pretendían recuperar el general Charles De Gaulle y los partisanos.

De allí que la nueva sociedad internacional recibiera el nombre de Organización de Naciones Unidas, con un Consejo de Seguridad integrado por los ganadores de la guerra: EEUU, Gran Bretaña, Francia, la URSS y China.  Con el tiempo ocuparon eos dos últimos lugares, la China continental y Rusia.

Quizás sabiendo que sería resistida por el fuerte aislacionismo imperante en grandes sectores del establishment de EEUU, todos aceptaron la conveniencia de que la sede estuviera en Nueva York.

Bolton, luego denigrado por Trump y ahora enfrentado con el presidente, nunca tuvo el menor empacho en cuestionar la utilidad de la ONU y aseguró que si por él fuera ya se hubieran retirado de la institución. Sería el último paso que le queda a Trump para cumplir con su objetivo.

El problema sigue siendo que está ubicada en Nueva York, ahora escenario de la mayor tragedia por el coronavirus en el mundo en una ciudad, acercándose a los 10.000 muertos.