Donald Trump siempre tiene ese gesto de nene que no quiere irse a bañar, con los labios apretados haciendo trompita y los brazos cruzados tipo «no pasarán». La imagen que los medios alemanes difundieron como cierre de la cumbre del G7 en Canadá lo muestra en esa pose infantil frente a una mesa donde la canciller alemana Angela Merkel parece decirle, enojada, que si no obedece se queda sin postre. La foto, aclara un cable de la agencia AFP, fue tomada por el fotógrafo germano Iesco Denzel y viralizada en twitter por el vocero del gobierno de Merkel, Steffen Seibert.

Si Berlín quería dejar en claro que se plantaba firme frente a una nueva arremetida de Trump contra los instrumentos de gobernanza mundial que venían consolidándose desde hace décadas, la estrategia fue buena. El tema es si además, como líder europea, Merkel -a su lado se deja ver apenas el francés Emmanuel Macron- espera domesticar solo con esa imagen al cowboy que desde que llegó a la Casa Blanca no hace sino patear el tablero internacional.

Porque el empresario estadounidense hizo dos cosas que escandalizaron a casi todos los presentes en el encuentro de los mandatarios de las naciones más industrializadas de occidente. Pidió la reincorporación de Rusia a ese selecto club del que fue desplazada desde que retomó el control de Crimea, y luego se retiró ofuscado de la reunión en Quebec y rechazó el documento final de la cumbre alegando que se trataba de un texto «socialista».

Más allá de los gestos de un lado y otro, lo que queda claro es que la guerra comercial que Trump anunció hace unos meses está en todo su vigor y que no era contra China, como pretendían tranquilizarse analistas europeos, sino contra el resto del mundo.

Por eso el presidente de EE.UU. anunció que estudia imponer un arancel de 25% a los automóviles fabricados en el exterior que vayan a comercializarse dentro del territorio de su país. Esto, sumado a impuestos aduaneros de 10 y 5% a acero y aluminio importado conforman la nueva estrategia de Washington , brutal pero quién sabe sino efectiva, para recuperar la iniciativa a nivel industrial.

La otra pata de este modelo de desarrollo «a los cachetazos» pasa por el paulatino aumento en las tasas que fija la Reserva Federal, que fue trepando hasta el 1,75% -con las consecuencias que incluso sufrió el plan del gobierno argentino para financiarse en el exterior- y que según se cuenta por Wall Street, subirá otras cuatro veces en lo que queda de este año.

Esa medida fortalece el dólar y está causando serios problemas para el euro, ya que por ahora el Banco Central Europeo mantiene tasas negativas como modo de estimular el crecimiento. La corriente de inversiones -al menos las especulativas- cruzan el océano hacia Norteamérica y eso preocupa a los líderes de la UE.

La otra cuestión, la de la vuelta de Rusia, es quizás una chicana de Trump que solo recibió el apoyo del nuevo gobierno italiano,. El G7 se comenzó a gestar en 1973 y actualmente está confirmado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido. En 1998, tras la caída de la Unión Soviética y con la idea de que la Federación Rusa fuera miembro de la elite occidental -ya que de ese colectivo no forma parte ni China ni India, dos países altamente industrializados también- se formó lo que en los primeros encuentros se llamó G71 y luego G8.

Pero en 2014 hubo un golpe apoyado por los países de la OTAN contra el gobierno ucraniano de Viktor Yanukovich, cercano a Moscú, y la situación en esa región se tornó explosiva. En ese contexto, Crimea fue anexada a Rusia luego de un referéndum entre la población, mayoritariamente pro-rusa y de alguna manera vinculada a la base militar en Sebastopol, que hasta entonces estaba en alquiler hasta 2042. En represalia Rusia fue expulsada del G8. y el país y varios de sus funcionarios fueron sancionados tanto por EEUU como por la UE.

Trump, acusado de haber recibido ayuda de agentes rusos para su campaña electoral, desde que se postuló a la presidencia dijo que tenía en mente hacer las paces con Vladimir Putin para el rediseño del mundo en los términos actuales. Ahora pidió algo que, según el canciller ruso Sergei Lavrov, no le habían pedido, como la vuelta al G8.

Merkel y Macron se escandalizaron con la propuesta y lo dijeron claramente. Quizás la foto es de ese momento clave. Pero el flamante primer ministro italiano, surgido de un acuerdo entre la derecha xenófoba de la Liga del Norte y el Movimiento Cinco Estrellas, del cómico Beppe Grillo, apoyó esa iniciativa.

No se sabe bien qué fue lo que desató el enojo de Trump, el caso es que se fue antes del cierre y dijo por tuit que no firmaría algo que parece ser que en realidad si había firmado. Y descargó su furia contra el premier canadiense, Justin Trudeau, al que acusó de “deshonesto y débil”.

Después mandó a su consejero sobre Comercio, Peter Navarro, a que siguiera la batalla en los medios. “Hay un lugar en el infierno para cualquier líder extranjero que hace diplomacia con mala fe con el presidente Donald J. Trump y luego le da una puñalada en la espalda en cuanto se va por la puerta”, dijo en el canal Fox. Navarro la remató con esta frase de antología para la diplomacia internacional: «Trump le hizo un favor (a Trudeau) al ir a Quebec a pesar de tener cosas mejores que hacer” y firmando “ese comunicado socialista”.

El documento final halaba de promover y defender los acuerdos multilaterales basados en las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en reducir las barreras arancelarias. Pero también de avanzar hacia el cuidado cada vez más estricto del medio ambiente.

Por ahora, ya que no habrá G8 en el corto plazo, todo indica que lo que quedó de la cumbre de Canadá es un G6+1. Y eso si no se ahonda la grieta en el Océano Atlántico.