Fue un encuentro inusual para los jefes de Estado de toto el mundo. Esta 75ª Asamblea General por primera vez no tuvo asistencia en la sede central de la Organización de Naciones Unidas. La gran sala del edificio en Nueva York estuvo poblada solamente por los embajadores de cada país, que fueron haciendo la presentación a los mensajes grabados de cada mandatario. Además de ese detalle de los tiempos de pandemia, hubo otro destacado: quizás desde aquellos agrios cruces durante la Guerra Fría no hubo choques tan fuertes como los que tuvieron Donald Trump con Xi Jinping. Ni diferencias tan marcadas entre dos visiones enfrentadas del mundo como las que mostraron un aliado incondicional de Estados Unidos como el brasileño Jair Bolsonaro y los que desde otra trinchera plantean la necesidad de fortalecer los organismos internacionales y el multilateralismo e incluso la apertura del Consejo de Seguridad a otros miembros que no formen parte del club de naciones con armamento nuclear y ganadores de una guerra que termino hace tres cuartos de siglo.

Los temas de debate, por otro lado, se centraron en las tareas en torno a la catástrofe que generó el coronavirus a todo nivel, y el cuidado del medio ambiente. En ese sentido, resonaron fuerte las palabras de Trump -que hizo un acting fenomenal propio de una campaña electoral como la que lleva adelante para la elección del 3 N- al acusar a Beijing por la difusión de lo que insiste en llamar “virus chino”. La respuesta del gobierno asiático vino por parte del embajador Zhang Jun. “Estados Unidos difunde un virus político en la ONU”.  Trump fue mas lejos y pidió directamente que el organismo internacional castigue al gigante asiático por la pandemia.

La apertura de la Asamblea, como sucede desde su fundación, estuvo en manos de Brasil, que de ese modo fue premiado en 1947 por haber enviado tropas a Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Un Bolsonaro calmo y convencido, acusó a la prensa de hacer una campaña contra su gobierno por los incendios en Amazonas y el Pantanal. Dijo que el fuego se distribuye en los mismos sitios que en otras ocasiones y afirmó que forma parte del sistema de cultivos de productores y poblaciones indígenas sobre territorios ya desmontados hace tiempo.

Lo llamativo del mandatario brasileño fue su apoyo irrestricto a la política de Trump sobre Medio Oriente.  ASí, aplaudió el plan de paz de Trump y puso como ejemplo la firma de acuerdos entre Israel, Bahréin y Emiratos Árabes. Para finalizar, envió un discurso en defensa de la libertad como bien mayor de la humanidad y pidió combatir la “Cristofobia”, al tiempo que definió a Brasil como “un país cristiano y conservador”.

Trump, desde la Casa Blanca, mostró a continuación todas sus virtudes de showman. Afirmó que había movilizado esfuerzos contra el coronavirus de una magnitud que no se veía desde la II Guerra -algo desmentido por la realidad- y dijo que «las Naciones Unidas deben responsabilizar a China por sus acciones». No perdió oportunidad de descargar culpas también sobre la OMS, a la que acusó de estar controlada por Beijing.

Así de grandilocuente también fue su consideración sobre su política ambiental, y también en este rubro señaló al extremo oriente. «Quienes atacan el excepcional desempeño ambiental de Estados Unidos al mismo tiempo que ignoran la polución rampante en China no están interesados en el medio ambiente. Solo quieren castigar a Estados Unidos».

Xi, a su turno, pidió “superar la trampa del choque de civilizaciones” y respetar el camino soberano hacia el desarrollo de cada país. “La globalización es una realidad objetiva y una corriente histórica. Meter la cabeza bajo la arena como un avestruz y blandir la lanza contra ella como el gigante imaginario del Quijote son procederes contra el avance de la historia. El mundo no retrocederá ni aceptará la división artificial en bloques opuestos”, pontificó Xi para puntualizar que China “no quiere una guerra fría ni una guerra caliente con nadie”.

Consecuente con este pensamiento, abundó en propuestas para la gobernanzaa global y en apoyo de las organizaciones internacionales, como precisamente la Organización Mundial de la Salud. Luego prometió que las vacunas en investigación de laboratorios chinos serán compartidas de manera solidaria con todas las naciones, principalmente las subdesarrolladas.

Vladimir Putin, en una línea similar, dijo que debería abrirse la conformación del Consejo de Seguridad para agregar a otras naciones a la mesa de los cinco miembros permanentes, que son EEUU, Rusia, China, Francia y el Reino Unido. Cinco triunfadores en la contienda a la que los chinos catalogan como la Guerra Antifascista Mundial. El presidente ruso invitó a promover iniciativas tendientes a acuerdos para el control de armas, estancadas a medida que van venciendo los tratados en vigencia desde el fin de la era soviética y sin visas de renovación desde la actual Casa Blanca.

El jefe de gobierno turco, Recep Tayyip Erdogan, apuntó directamente a la organización internacional al afirmar que “el sistema de las Naciones Unidas no puede ser eficaz para prevenir conflictos ni para poner fin a los conflictos que han comenzado”. Y fue derecho al grano: “una estructura del Consejo, que deja el destino de más de 7 mil millones de personas a merced de 5 países, no es justa ni sostenible”.

Luego dio su posición sobre las diferencias con Grecia en torno del Mediterráneo oriental. “Creemos que se debe resolver los conflictos en base al derecho internacional y sobre una base equitativa”. Y a continuación se metió de lleno en el conflicto Medio Oriente.

Cuando dijo que “Turquía no apoyará ningún plan que el pueblo palestino no consienta. La participación de algunos países en la región en este juego no significa nada, más allá de apoyar los esfuerzos de Israel para socavar los parámetros internacionales básicos», el embajador israelí en la ONU abandonó la sala en señal de rechazo.

Al cabo del discurso de Erdogan, las autoridades de Turquía y Grecia -dos países que integran la OTAN- anunciaron el comienzo de negociaciones formales en vias de resolver de manera pacífica la cuestión de Chipre. la tensión entre Atenas y Ankara venía creciendo en la últimas semanas y este es un paso en favor de la paz que no se tomaba desde 2016. Algo es algo.