La restauración conservadora se irá del gobierno como vino: por los votos. Pero el proyecto de clase que encarna Mauricio Macri está lejos de la disolución: el mandato de los 10 millones de sufragios que obtuvo Juntos por el Cambio -y su distribución geográfica- presagian el país que le espera a Alberto Fernández como próximo presidente de la Nación.

En un escenario económico de «tierra atrasada», como graficó el gobernador electo Axel Kicillof en su discurso triunfal, la incógnita es de dónde saldrán los recursos para revitalizar el consumo, dinamizar la economía real y hacer frente a las urgencias financieras, los mojones inmediatos que aparecen en el horizonte del nuevo gobierno.

Las restricciones macroeconómicas y el sentido común indican que debieran salir del complejo agroexportador y del sector financiero, los rubros más beneficiados por el régimen macrista. Pero el resultado electoral indica que la redistribución de esos recursos no será sencilla: Macri se recuperó y ganó en la Zona Centro, una franja que une a Mendoza con el Río de la Plata, el área más rica del país.

La cosecha de Macri en la Franja del Rondup -en alusión al nombre comercial del glifosato, el veneno que alumbró la expansión sojera- empoderó al malogrado oficialismo como futura oposición. En Diputados, de hecho, Juntos por el Cambio quedó en situación de paridad con el bloque del Frente de Todos, que dependerá de alianzas para obtener quórum y una primera minoría circunstancial.

La configuración y el mandato que la futura oposición obtuvo en las urnas recuerdan al Grupo A, que surgió en el parlamento luego del conflicto de los Kirchner con las patronales rurales: ser el guardián de los privilegios de la élite económica nacional. En otras palabras: evitar que Alberto Fernández avance con una redistribución compulsiva mediante la aplicación de aranceles e impuestos.

El albertismo intentará conjurar la resistencia mediante el «Pacto Social», un acuerdo de cúpulas que supone una mejora en los bolsillos como combustible de la anémica actividad comercial e industrial. Pero el «campo» ya hizo saber lo que piensa al respecto: no aceptará mayores impuestos. A lo sumo, afirmaron algunos voceros informales, aceptaría donar un porcentaje de su producción para mitigar el hambre. El viejo truco de la dádiva con el que el neoliberalismo se propone reemplazar al Estado con ONG’s.

Tras el contundente resultado de la PASO, el dispositivo de poder que entronizó a Macri comprendió que debía hacer campaña como futura oposición. La táctica y la estrategia resultaron acertadas: siga o no al frente Macri – con su triunfo en suelo porteño, Horacio Rodríguez Larreta es un aspirante legítimo a ese rol-, la Argentina conservadora retomará su histórico rol de preservar el status quo desde el Congreso y su prensa cautiva. Con una novedad adicional: el último tramo de la campaña macrista inoculó el gusto por las expresiones callejeras, un lenguaje habitualmente explotado por los sectores vulnerados.

Así las cosas, la franja amarilla en el centro del mapa argentino ratifica que la denominada «grieta»  es una remake de la vieja lucha de clases, remasterizada con odio y rencor. Que Macri pierda la botonera le resta poder de daño a la élite que lo entronizó. Es un alivio. Pero el proyecto de poder que encarnó el malogrado presidente no dará tregua. Ni margen para festejar.