El barro se seca rápido en las palmas de las manos y se endurece como cemento. El olor a humedad del algodón mojado se respira como una marea de humo mientras los mosquitos se hacen una fiesta en cada scrum. Las marcas rojas en las rodillas, de caer sobre pedazos de vidrios y piedras, empiezan a sangrar y la sangre se mezcla con el verdín. Mayron Vargas no va a poder bañarse hasta llegar a su casa en Parque Patricios.

Es de noche. El charco de agua es parte de un ingoal imaginario entre arcos de fútbol. De un lado, la Autopista Perito Moreno es un sinfín de autos. Del otro, el gigante Parque Avellaneda va quedando vacío y silencioso de noche. En un terreno al fondo que parece abandonado, conocido como las canchas Peuser, donde se entrena Floresta Rugby Club, Mayron se transforma en un wing, con una habilidad nunca vista: corre sin pisar una línea que no existe, apoya un try sobre el agua y busca los palos que sólo están en su cabeza.

-Desde que vengo acá ya no salgo más a la calle…

-¿Qué es la calle?

-La calle es la calle… boludear por ahí… caer en un montón de cosas…

Mayron dice que a sus 17 años nunca tuvo las piernas tan trabajabas y que lo que más le gusta son los partidos, aunque no puede salir los sábados a la noche si el domingo tiene que jugar. Llegó a Floresta por una publicación en Instagram y hoy juega en la M19.

-Mi vieja dice que vengo a despejarme. Aunque no tengamos una cancha ni sede, me gusta. Nosotros somos el club. Y siento que mis compañeros me re bancan así como soy- cuenta. Mayron hace una pausa y agrega: -Venir acá me mejoró la vida.

Como Mayron, 250 chicos se ponen la camiseta negra y blanca cada fin de semana para jugar por Floresta, un club sin club que compite con su equipo de Primera en el Grupo III de la URBA desde el 2008. Se entrenan en el Polideportivo del Parque Avellaneda, salvo cuando llueve que tienen que mudarse a las canchas del fondo porque no les prenden las luces. De Floresta forman parte chicos de la 1-11-14, Ramón Castillo, Villa Cildañez, Floresta y otros barrios. Los que pueden –menos de la mitad- colaboran con una cuota de 200 pesos que se usan para pagar los micros del fin de semana, los médicos y la comida para el tercer tiempo. El resto son becados.

Con doce años de historia, Juan Marchetti, su fundador y presidente, sabe que están ante una situación límite: si para octubre no consiguen una cancha (hoy hacen de local en Beromama, un club de González Catán) podrían quedar afuera de la competencia URBA.

-Hace años que pido que nos den una mano para poder tener una cancha donde entrenar, para poder seguir sumando pibes- dice Juan, cansado de golpear puertas.

Tanto el Polideportivo como las canchas Peuser dependen del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Hernán Rossi, legislador de la UCR porteña y referente de ECO, presentó este año un proyecto de ley en la Legislatura para que le den a Floresta Rugby Club una cesión parcial del predio conocido como canchas Peuser por 15/20 años para usarlo puntualmente en entrenamientos y fechas de partidos. La idea es que en esas dos hectáreas se construyan una cancha de rugby y otra de hockey, que también usarían escuelas de la zona. La situación, igualmente, no es sencilla.

-En una reunión de la comuna -cuenta Marchetti-, Diego Santilli (vicejefe del Gobierno porteño) me dijo que nosotros queremos un espacio público y yo le saqué todos los casos donde en los últimos años se intervinieron espacios públicos de la Ciudad. Por ejemplo, las canchas de golf privadas en Parque Sarmiento. Acá depende de quién golpea. “Juntá 40 votos y el predio es de ustedes”, me dijo. Le respondí que como servidor público no podía darme esa respuesta. Para que el proyecto de ley avance, es necesario el apoyo del oficialismo.

-Tenemos que juntar voluntades –acota Rossi-. Este lugar es del Estado, de la Ciudad, pero no está bien cuidado. Más bien está abandonado. Tenemos que juntar voluntades y tratar de sensibilizar al gobierno de la Ciudad.

El 1º de junio, Floresta hará un scrum simbólico en la puerta de la Legislatura para visibilizar su problema. Marchetti relata que hace dos meses fueron a la Secretaría de Deporte para presentarle el problema a Carlos Mac Allister. A la semana, desde la cartera le dieron un cheque para comprar un desfibrilador.

-Está buenísimo –dice el dirigente- pero va a pasear en el auto de los entrenadores porque no tenemos club. Necesitamos solucionar lo de la cancha.

-La mesa está abierta a cualquier proyecto del barrio. El objetivo es siempre construir proyectos abiertos y públicos, de ninguna manera puede haber concesión ni semiprivatización del espacio público, de hecho tenemos varias carpetas siguiendo ocupaciones irregulares del Parque- opina Fabio Oliva, integrante de la mesa de trabajo y consenso del Parque desde hace 20 años.

El legislador Rossi también pidió un informe sobre la situación del Parque y sus manejos. Y sostiene que no todo es público ahí, ya que los chicos no pueden usar los vestuarios del Polideportivo los martes y los jueves. Las canchas Peuser, agrega, son utilizadas durante la semana por la escuelita de fútbol del ex jugador de Boca y River Milton Melgar, y los fines de semana siempre hay torneos de fútbol.

-Voy a defender esto a muerte, no por Floresta sino porque no quiero que nadie use de manera exclusiva el Polideportivo, esto es público- dice Jorge Milone, administrador del Polideportivo, con una visión más dura.

Sin embargo, el Polideportivo tiene una cancha con césped perfecto, iluminación de calidad, y alambrada, a pesar de ser espacio público dentro del parque. Hay que pagar un alquiler para usarlas. El precio lo pone una supuesta cooperadora.

-Tenemos sí una cooperadora que recauda algo del alquiler de la cancha principal de fútbol pero es para tener una caja chica en el Polideportivo, no se alquila todo el día, hay turnos- aclara Milone.

Hoy Floresta no tiene ni un lugar para guardar sus elementos en el Parque, por lo que tienen que dejarlos en una biblioteca ubicada a cinco cuadras. Ahí figura su sede social. Como sea, a ellos, a los chicos, no los frena tanta indiferencia por lo que hacen.

Nahuel Quintana, 17 años y jugador de la M19, tenía que viajar casi dos horas desde San Francisco Solano para llegar al Parque.

-En Solano tenía mala junta –dice Nahuel-. Floresta me ayudó no sólo para apartarme de todo y empezar a entrenarme sino también como persona. Nosotros queremos un predio porque no podemos entrenar bien, no tenemos la cancha, no sabemos dónde estamos cuando jugamos.

Para Gonzalo García Lofriego, capitán de la Primera, Floresta es la gente y sus historias. Empezó a jugar a los 15 años. Hoy tiene 23. Y son muchos como él, que comenzaron desde muy chicos hasta convertirse en amigos que disfrutan del rugby.

-Todos los problemas que puede tener un chico los vi acá –cuenta Gonzalo-. Problemas de familias, de adicciones, de violencia. Pero Floresta es distinto a otro club. Acá lo único importante es la persona. Veo cómo los pibes dejan la calle, se empiezan a cuidar, y me da tanta bronca que nadie se fije en esto.

Lo dice, mientras se prepara para entrenar, en el barro, entre las piedras, y sin darse cuenta que tienen lo más esencial del mundo.