Titulares y voces que reproducen discursos del odio inundan la pantalla; la imagen, sin embargo, se detiene y hace foco: “El mapa de la violencia: la cárcel, una oficina del crimen”, se lee en el fragmento de una nota de La Capital. De fondo, la voz de Nahuel Halpern, exalumno del Centro Universitario de Devoto (CUD) y diplomado en gestión sociocultural para el desarrollo comunitario en UBA, responde: “Quieren hacer creer que todas las personas que están detenidas son como la lacra o lo peor de la sociedad, ojalá que se puedan viralizar otros aspectos”, por ejemplo, el haber concurrido a un espacio educativo en el penal. Se trata de una de las tantas “microintervenciones” que produjeron estudiantes liberados y privados de su libertad para asaltar las redes durante el encuentro organizado por el PEC de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. En las intervenciones, se escuchan relatos en primera persona que desarman frases hechas, construidas y reproducidas por medios hegemónicos, esa “banda de personajes facinerosos que cuentan lo que les conviene y de la manera que les conviene”, dice Eugenia Bosio, exalumna del Centro Universitario de Ezeiza y actual estudiante de Letras en la UBA, en otra microintervención. Su exposición dialoga con Martín Fierro, aquel personaje ficticio que supo pergeñar Hernández, pero cuyos versos tienen mucho de real en nuestros días: “No perfeccionan las leyes, perfeccionan el rigor”, decía “nuestro gaucho más famoso”, y su voz resuena intramuros, en la cárcel actual, en la combinación atroz entre patriarcado, pandemia y encierro.

Lejos de aminorar las condiciones precarias y deshumanizantes que se viven en la prisión, el virus expuso problemáticas históricas de la justicia penal y el sistema penitenciario, incrementando deficiencias de cuidado en las condiciones de encierro. La pandemia nos muestra, una vez más, que la cárcel tal vez sea ese lugar donde Derechos Humanos básicos como la salud y la educación parecen suspendidos. Ornella Infante, directora de Políticas contra la discriminación del Inadi, sonríe a través de la pantalla y agradece la organización del encuentro, a su espalda la flanquean dos revistas de Montoneros. “Los compañeros y compañeras están privados de la libertad ambulatoria, y parecería que están privados de todos sus derechos”, reclama en el panel intitulado “Todos los encierros, el encierro: la pandemia en las cárceles”. “Por eso es tan importante dimensionar la actividad que llevan adelante en las unidades penitenciarias les compañeres que empiezan a idear una vida en organización, con una perspectiva, y sabiendo que la única manera es en articulación, conformándose en asociaciones, en cooperativas, y haciendo uso de la mejor herramienta de transformación que tenemos las personas pobres, que es la educación”, agrega más adelante.

La imagen se corta y devuelve otro plano: Claudia Cesaroni, integrante del CEPOC y de la red Argentina No Baja, autora de libros como Masacre en el pabellón séptimo, fue una de las participantes del encuentro. Al comienzo de “El ruido de las cacerolas: (des)información, pánico moral y punitivismo”, el último panel del evento, señala que cuando empezó la cuarentena lo que se planteaba “como el derecho a la salud y el derecho a la libertad, rápidamente se transformó en “quieren abrir las cárceles para que salgan violadores y asesinos””. Y mientras se protestaba al ritmo de las cacerolas, “hubo muertes en las cárceles del país”.

¿Cuál es el límite de una nota periodística?, ¿hasta dónde puede llegar una noticia tergiversada? Nahuel Roldán, otro de los integrantes del panel, abogado e investigador de LESyC, UNQ y CONICET, ensayó una respuesta: “Cuando alguien sale a cacerolear está teniendo un posicionamiento ético político, que está construido con algo más que la desinformación sobre ese tema, está construido con un discurso punitivista que sabemos que puede ser mucho más seductor y atractivo que un discurso tolerante con el otro, porque pone en juego una relación de poder, que genera cierta seducción”. En ese sentido, retomó ideas de Los límites del dolor, libro que reflexiona sobre el castigo como imposición del sufrimiento para el control social, y señaló que para resistir contra esos discursos hay que recomponer el vínculo entre las instituciones de encierro y el resto de la población, “cuanto más próximos estamos del otro, menos vamos a querer causarle dolor”. 

Al final del debate, se sumaron más voces e interrogantes. Ayelén Stroker, presidenta de la cooperativa Esquina Libertad, aportó: “La distancia se achica cuando escuchamos, ahí, por acción u omisión, tengo que operar. Escuchar implica responsabilizarse: qué me pasa cuando escucho la humanidad de ver qué es lo que pasó para que esa persona llegue a esa situación. Y no descontextualizarla de su contexto, si la entendemos en ese contexto generamos una cercanía. En la pandemia surgieron no sólo las cacerolas sino también la generosidad de compañeros y organizaciones”. El VII Encuentro Nacional de Escritura en la Cárcel no escapó a esa resistencia, se desarrolló completamente de forma virtual y fue una experiencia inédita para un evento que desde hacía seis años se organizaba de manera presencial. Ya lo dijo Arlt: cuando se tiene algo que decir, se lo dice en cualquier parte.