Enero es el mes clave para la fruticultura de Río Negro y Neuquén. En ese mes se definen dos números decisivos para la distribución de ingresos de la campaña anual: el precio por kilo de pera o manzana a pagar a los productores y el jornal a pagar a los cosecheros, muchos de ellos golondrinas, que empiezan a llegar del norte del país o de Chile.

Después de eso se acuerda con el gremio de los obreros de empaque y ya están definidos los costos variables más importantes.

En 1982, me ofrecieron ser gerente de una empresa empacadora y conocí el método de negociación por dentro. La CAFI, cámara empresaria del sector, tenía un pacto de sangre por el que estiraba los acuerdos al límite, operando sobre la angustia de los chacareros que veían que su pera temprana empezaba a madurar y de los cosecheros migrantes que estaban ociosos. Esa forma, sostenían los empresarios más poderosos, aseguraba las mejores condiciones.

Frente a esa cartelización, los productores desarrollaron mecanismos defensivos que pasaron por formas cooperativas; agrupaciones informales para exportar en conjunto; apelar a plantas de empaque que cobraban solo el servicio y luego los productores vendían el producto por su cuenta. Se trató de formas defensivas, debilitadas porque los productores fueron vendiendo a inversores rentistas, de las capas acomodadas de las ciudades, con menor tendencia a defender el centavo.

Cuarenta años después, todo es peor. Las grandes empresas propiedad de inmigrantes arraigados hace un siglo desaparecieron. La hegemonía ahora la ejercen grupos internacionales alemanes o norteamericanos. Éstos grupos han aumentado la proporción de fruta propia que procesan, reduciendo la importancia de los chacareros independientes en la oferta. Exportan a otros eslabones de su propia corporación, con lo cual pueden dejar beneficios en el exterior y llorar miseria inexistente. Hasta consiguieron que un gobierno radical de hace algunos años les cediera la administración del puerto de San Antonio Oeste. Finalmente, han hecho acuerdos con las grandes cadenas de hipermercados, bloqueando así a los pequeños empacadores en un escenario de concentración que no parece tener límites.

Desapareció así todo punto de apoyo para los actores más pequeños.

Un gobierno con sensibilidad popular, pero con débil conocimiento del territorio, apeló a subsidios tan fugaces como inútiles. Un gobierno neoliberal se sienta a mirar como los peces grandes se comen a los chicos, hasta que éstos desaparezcan y los grandes comiencen a comerse entre sí.

Queda en el cajón, por el momento, la verdadera solución. No es otra que construir espacios de democracia económica, donde:

-Quien trabaje la tierra por sí tenga un status diferencial de acceso al crédito, la tecnología y los canales de comercialización.

-Se cuente con galpones de empaque oficiales que cobren el servicio a los productores independientes.

-Se haga acuerdos con mayoristas seleccionados y honestos – que los hay – para administrar el comercio de la que podríamos con justicia llamar “fruta popular” en las grandes ciudades del país.

-Como guinda de la torta, recuperar relaciones con las cooperativas escandinavas de comercio de fruta, que eran el pulmón de salida de los pequeños productores hace 40 años y podrían volver a serlo, con una mínima organización que retome el tema buscando equidad en el sector.