Su paso por nuestro país despertó lo que pocos despertaron. Y le alcanzaron sólo siete años para meterse en lo profundo de los corazones en llamas de los ’80. Con una impronta que cruzaba rudeza y calidez –no siempre en partes iguales–, cambió al rock local yendo al choque contra los modelos ascéticos de entonces y el metafórico compromiso discursivo de las estrellas del rock nacional. No fue poco.

Este viernes 22 de diciembre se cumplirán 30 años de la muerte de Luca Prodan, cantante, frontman y figura mítica de Sumo. Pero todavía su autenticidad, dichos y –esencialmente– su música son tan recordados en nuestros días que resulta imposible pensar a nuestro rock sin su marca. Pensar en Luca es algo más que hacerlo desde el mito del italiano de familia acomodada que compartió el colegio con el Príncipe Carlos de Inglaterra y recaló en Córdoba huyendo de sus propios demonios. Hacerlo implica lograr un delicado balance entre su corta pero importantísima discografía, sus observaciones casi antropológicas sobre la argentinidad o su presencia naturalmente magnética sobre los escenarios, todos factores que hoy son objeto de análisis sobre la estampa de un músico que el tiempo transformó en mito.

El observador certero

Luca llegó en 1980 a nuestro país escapando de su adicción a la heroína. Enseguida captó manías, actitudes y costumbres argentinas que encontraron en «Mañana en el Abasto» la punta de un iceberg observacional, situación que se había iniciado con «La rubia tarada», el hit del álbum debut de Sumo en 1985. Marcelo «Gillespi» Rodríguez fue parte del andamiaje de la banda y conoció a Prodan tanto arriba como abajo del escenario. «El era eso, un gran observador. Creo que su componente italiano lo hacía sintonizar con nosotros naturalmente. Nuestra ficha de identidad la sacó al toque de llegar al país, y al vincularse con argentos comenzó con eso de develar a las personas. En el caso de la música, nosotros veníamos de un rock argentino con mucha influencia de Los Gatos, Spinetta y Charly. En el país de las voces finitas, Luca apareció con una impronta dura, directa e imposible de no ser vista».

Su influencia

Si el valor de la novedad siempre representa un factor predominante, Sumo no se parecía a ninguna banda de la Argentina de los ’80. Ahí flotaba la responsabilidad de un cantante todo terreno con elementos que no tardarían en ser emulados por otros grupos. Un jovencísimo Willy Crook –parte iniciática del mejor Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota– recuerda a Prodan como un factótum indispensable. «Sinceramente, formó una banda con dimensión internacional. Si Sumo hubiese nacido en Inglaterra, ellos hubiesen sido escuchados por todo el mundo. Luca elevó el nivel de nuestro rock, ese fue su legado e influencia. Lo que hacía no era lo que se hacía afuera, medio masticado y traducido al castellano. Nos dio una libertad impresionante porque fue un personaje auténtico y parecido sólo a sí mismo. Creo que tenía un muy buen gusto, hacía lo que quería y nos dejó eso, para los que viniesen más tarde le presten atención. La juventud y los melómanos de ahora lo tienen muy en cuenta. Me consta», puntualiza Crook. 

Un provocador natural 

Con una vocación por generar quiebres de todo tipo (algo que tomó de su experiencia de primera mano con el punk rock inglés), Prodan siempre fue al choque. En su dinámica discursiva siempre criticaba sin límites a los músicos que basaban su potencia en su imagen en detrimento de la música. «Tenía una crítica feroz pero tamizada por una enorme ternura agazapada, no te mordía el talón con sus críticas pero era certero. Lograba calarte el corazón y la gente comprendía lo que te decía. No era un rompe portones. Tenía una mirada despiadada y una simpatía crítica, pero no te quería para abofetearte. En escena te criticaba pero sus críticas no eran por efecto sino por afecto», recuerda Fernando Noy, que conoció a Luca y a los Sumo en la Villa Gesell de 1982, cuando la banda buscaba lugares para tocar en el balneario. Sigue: «Creo que lo de él era muy corrosivo pero también gracioso, y ahí también se ve la radiografía que nos sacó para provocarnos. Hay muchas anécdotas en las que criticaba a los Soda Stereo, al tratarlos de chetitos de Belgrano, pero tenía buena onda con ellos. A Calamaro lo quería, porque grabó con él. Tenía un poder para ver las cosas simples, las que importaban, y te dabas cuenta de que era como un filósofo de la contraescuela. Otro como él fue Miguel Abuelo, ambos tenían una mirada a lo Bukowski».

Un frontman único

Cualquiera que haya visto a Luca Prodan en vivo sabrá coincidir: el efecto del cantante era como mínimo singular y generalmente de un oficio devastador. Gillespi: «Podemos decir que tenía una potencia escénica impresionante, porque era completamente distinto a la afectación rockera de muchos argentinos. Él estaba hecho de una materia que no abunda, y en esa época menos. Es que su vida era el rock and roll y no había una diferencia grande entre el Luca que salía al escenario de Cemento y que luego se bajaba de ahí para ir a beber con cuatro o cinco parroquianos que había conocido en ese momento. Era así, no era una estrella de rock cuidada que tenía un acting en el escenario y luego planeaba una vida controlada. Lo que uno veía en vivo tenía que ver con una energía, una bola imparable que no podía pasar desapercibida, jamás. Yo lo he visto pelearse a piñas con gente, tirarse del escenario porque estaban afanando a alguien del público; él lo vio e hizo justicia con mano propia. Era muy así».

Lo que Luca nos dejó

A 30 años de su muerte, Crook observa que «en todos los casos, él festejó la vida más que a otras cosas. Hizo mucho por nosotros y le abrió la cabeza a nuestro rock, porque era fascinante y siempre estaba encendido». Para Noy, «tuvo el sesgo de un Dalí y a la vez fue una especie de sol mayor, como pocos artistas que conocí». Gillespi habla del mito: «Se ha convertido en eso porque era un tipo especial. En el caso de Luca, siempre lo vi como a una persona muy magnética, y le agradezco lo que hizo por mí, me indicó por dónde ir en la música. Me parece que todos los que estuvieron con Sumo tuvieron una clase magistral de autenticidad. Todos los integrantes de esa banda siguieron haciendo cosas con buen destino. Es raro, porque muchas veces a un grupo se le muere el cantante y nadie sigue después de esa experiencia. Nos dejó como un aura». 

Tres discos más allá de los clásicos

LUCA PRODAN

Time, Fate, Love (1996)

Se trata de un disco póstumo de grabaciones encontradas que revela a un Luca por muchos años desconocido. El trabajo reúne temas inéditos y primerísimas tomas de lo que sería parte del cancionero de Sumo («Divided by joy», «Virna Lisi») en un contexto casero de producción. En el plano acústico brillan las versiones de Nick Drake y gemas propias como «Strange Things», «Like London» o «Lament». 


SUMO

Corpiños en la madrugada (1983)

Editado originalmente en cassette en 1983, acá escuchamos al primer Sumo (con Germán Daffunchio, Diego Arnedo, Alejandro Sokol, Roberto Petinatto y Luca) antes de llegar a Divididos por la felicidad (1985), debut oficial del sexteto. Se trata de un registro mítico, rústico y notablemente más visceral con tracks que serían parte de otros discos («Heroin», «Fuck you», «Banderitas y globos», entre otros).


SUMO

Fiebre (1989)

La potencia acorazada de Sumo en vivo nunca pudo llegar al contexto de los discos. Este álbum post mortem (editado en 1989) recopila temas grabados sobre diferentes escenarios y al mismo tiempo funciona como coda final del grupo. En ese contexto, lo mejor de Fiebre llega por el lado de la aparición de temas inéditos como «Al repalazo», «Aquí vienen los blue jeans», «Cuerdas, gargantas y cables», entre varios otros. «