Puede sonar como una ironía que en la misa que ofició en la playa de Huanchaco, en la ciudad peruana de Trujillo, Francisco hiciera una alegoría entre la bravura de los apóstoles y la de los pescadores de esa región, 500 kilómetros al norte de Lima, que «deben enfrentar el duro golpe del Niño costero, cuyas consecuencias todavía están presentes en tantas familias que todavía no pudieron reconstruir sus hogares». Hablaba de la tormenta que el año pasado causó más de 100 muertos y 300 desaparecidos en una de las mayores tragedias marítimas que se recuerden en ese país. 

Pero horas antes, él mismo había tenido que enfrentar otra tormenta en Chile, por las protestas de víctimas de abusos infantiles que denuncian la complicidad del actual obispo de Osorno en el encumbramiento de un cura pederasta, Fernando Karadima y se quejan de que nunca fueron recibidos para plantear sus reclamos. El Papa, en todo momento, respaldó a Juan Barros y hasta se mostró visiblemente ofuscado cuando ante un grupo de periodistas terminó por exigir que le presenten pruebas en contra del  prelado de esa ciudad del sur chileno. Hasta pareció perder el control al responsabilizar de acusaciones «sin fundamento», a «los zurdos, que son los que armaron la causa». 

Sin dudas esta fue la gira más complicada para Jorge Bergoglio desde que hace casi cinco años fue ungido Obispo de Roma y Sumo Pontífice de la Iglesia Católica en reemplazo del renunciante Benedicto XVI. El Papa venido del continente con más cantidad de católicos tomó el cetro en un momento histórico iluminado por los gobiernos progresistas. Desde su llegada al Vaticano, el argentino debió enfrentar la pérdida constante de fieles en detrimento de distintos tipos de cultos evangélicos. Y en medio de denuncias constantes de abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes en todo el mundo.

Desde sus primeros símbolos, entre ellos el nombre elegido, Francisco intentó hablar en un lenguaje más cercano a las capas más humildes de la población. Y en cada una de sus visitas a la región dio muestras de conocer y querer rendir homenaje a los religiosos que habían honrado esa posición de la Iglesia en favor de los pobres y que habían sufrido persecuciones y hasta fueron martirizados, como es el caso bien conocido del arzobispo de El Salvador, Oscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980 y beatificado en 2015.

Pero otros vientos soplan ahora en el continente.  Y luego del triunfo de Mauricio Macri en Argentina, el golpe institucional contra Dilma Rousseff en Brasil, el giro copernicano de Lenin Moreno en Ecuador y la vuelta de Sebastián Piñera en Chile, la postura de Bergoglio causa irritación en las elites que ostentan el poder. 

Quedó claro de este lado de la cordillera por qué Bergoglio sigue sin hacer siquiera una escala técnica en territorio nacional. En Chile ya se sabía que no habría una recepción fervorosa al Papa jesuita. 

Las denuncias por abusos infantiles fueron muy graves y el caso de Karadima fue un golpe muy fuerte a la credibilidad de una Iglesia que de la mano del cardenal Raúl Silva Henríquez había sabido enfrentar al propio Augusto Pinochet, denunciando los crímenes de la dictadura en tiempo real. 

Karadima tuvo virtudes de educador en la fe, según parece, y muchos de los miembros de la jerarquía eclesiástica chilena lo reconocen como su maestro. Entre ellos está Barros, quien fuera obispo castrense hasta que en 2015 fue designado en Osorno. La Justicia chilena declaró en un primer momento que los delitos por los que se acusaba a Karadima habían prescripto. Pero fue juzgado en el Vaticano, y tras ser hallado culpable, en 2011 fue suspendido de por vida.

Los mismos que habían motorizado la denuncia contra el cura pederasta, insisten en que Barros estaba al tanto de lo que ocurría con Karadima y había utilizado su influencia dentro de la Iglesia y en el poder político para encubrir los crímenes.  Por eso llamó la atención que Francisco lo nombrara obispo de Osorno, en enero de 2015, lo que movilizó a la población en contra de esa decisión. 

El Papa no ignoraba que iba a tener que enfrentar un clima adverso en Chile, donde llegó a pocas semanas del cambio de gobierno.  Por un lado, durante la gestión de Michelle Bachelet se aprobó una ley de aborto y la mandataria impulsó el matrimonio igualitario. Por el otro, todavía están caldeadas las aguas por el caso Karadima-Barros y un par de días antes de la llegada de Francisco a Santiago la agencia The Associated Press difundió una carta de hace dos años en respuesta a una treintena de curas que explicaban las razones para rechazar el «ascenso» de Barros. 

Allí Francisco revela que su intención era que Barros se tome un año sabático para no tener que nombrarlo en Osorno, a lo que se negó. En este contexto el Sumo Pontífice deja en evidencia que quedó atrapado en la interna de la Iglesia chilena, encolumnada para el caso detrás del nuncio Ivo Scopolo, italiano y ligado a la derecha clerical.

Esto generó un enojo evidente en muchos chilenos, ya alterados por toda la historia del pederasta y su presunto protector. Se dice que desde que el caso comenzó a conocerse en Chile –las primeras denuncias son de 2004 pero tomó fuerza a partir de 2010– el catolicismo comenzó a perder adeptos y pasó de 80% a principios de siglo a 60% hoy día. En todo caso, la asistencia a las misas que Bergoglio dio en todo el país fueron muchísimo menores de lo que se esperaba. 

Ni siquiera pudo torcer ese rumbo su pedido de perdón por los abusos sexuales cometidos en instituciones religiosas ni bien pisó suelo chileno. Ese reproche estuvo latente durante su posterior visita a Temuco, donde dio un fuerte mensaje  en torno al reconocimiento de las culturas ancestrales y se reunió con representantes de las comunidades mapuche, perseguidas tanto en Chile como en Argentina. Otra buena razón para que las elites gobernantes y los medios hegemónicos en ambos lados de la cordillera de los Andes buscaran la forma de socavar el liderazgo que Francisco intentaba reforzar o al menos alterarle los nervios. Cosa que parecieron lograr en Iquique.

Entre el «Mari mari» y el «Tinkunakama»

Así como en la Araucanía chilena hizo un claro reconocimiento de la cultura mapuche ypidió resolver conflictos en forma pacífica, Francisco destacó en la Amazonía «la sabiduría y el conocimiento» que expresan los pueblos originarios. Al mismo tiempo, condenó la devastación que los intereses económicos someten a estas regiones del globo donde «dirigen su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro, monocultivos industriales». 

El medio ambiente es una de las grandes preocupaciones de Jorge Bergoglio, que en el año 2015 anunció la encíclica Laudato si, para fijar posición sobre el daño que causa el capitalismo depredador en todo el planeta. 

Ya en octubre pasado, el Papa había convocado un Sínodo de Obispos para la región Panamazónica (son ocho países los que forman parte de la cuenca del Amazonas, Brasil, Perú, Colombia, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Guyana y Surinam) que se desarrollará en octubre de 2019. 

«Probablemente los pueblos originarios amazónicos nunca hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora», dijo en la misa de ayer en Puerto Maldonado, departamento peruano de Madre de Dios, antes de despedirse  con un Tinkunakama (hasta que nos volvamos a encontrar, en quechua). En Temuco había llegado con un «Mari mari» (buen día en mapudungun, la lengua mapuche). «